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El feminismo triunfante

Entre los perjudicados por el repudio de normas sociales que creían permanentes están Alberto Fernández y otros jerarcas peronistas denunciados por crímenes de “violencia de género”.

Decía Henry Kissinger que “el poder es el mayor afrodisíaco”. Acertaba: siempre lo ha sido. Por motivos evolutivos, el magnetismo sexual de los más fuertes está impreso en el ADN no sólo de los humanos sino también en él de miembros de otras especies. Es por lo tanto natural que, a través de los milenios, poderosos de diverso tipo hayan sido grandes coleccionistas de mujeres. Algunos, como el conquistador mongol Gengis Kan, llegaron a dejar embarazadas a tantas que, conforme a algunos genetistas, el ocho por ciento de la población mundial lo cuenta entre sus antepasados.

Aunque hoy en día las aspiraciones en tal sentido de los dirigentes políticos suelen ser más modestas que las de sus precursores, muchos están íntimamente convencidos de que el poder que ostentan les brinda ventajas competitivas que les corresponde aprovechar.

Se sienten obligados a hacerlo porque, lo mismo que sus pares de otras épocas, intuyen que su propio prestigio depende de sus hazañas amatorias.

Hasta cierto punto, tendrán razón; cuando de las relaciones sexuales se trata, actitudes tradicionales todavía conviven clandestinamente con las consideradas modernas.

Con todo, en los países de cultura occidental, ni siquiera a los más idolatrados – con la eventual excepción de ciertas estrellas del rock – , les está dado comportarse como hubieran hecho sus antecesores.

Repudio social a Fernández por violencia de género


Entre los perjudicados por el repudio de normas sociales que creían permanentes están Alberto Fernández y otros jerarcas peronistas denunciados por cometer crímenes de “violencia de género”.

Además de ser acusado de golpear brutalmente a quien era su pareja, Fabiola Yañez, una víctima más del afrodisíaco del poder, el expresidente usaba la misma poción para seducir a otras jóvenes.

Lo hizo pasando por alto la amonestación de su jefa, Cristina, que hace casi tres años le advirtió que “tenés que dejar de joder con las minas que traés acá” porque “nos va a causar problemas a todos”.

Desgraciadamente para Alberto y muchos otros, los tiempos han cambiado. La rebelión feminista contra el viejo orden patriarcal que, firmemente asentado sobre bases biológicas como estaba, había imperado desde la prehistoria, ha sido tan exitosa que hasta la más leve infracción de las nuevas reglas puede tener consecuencias catastróficas para quienes se han resistido a adaptarse.

Aunque existen algunos reductos – Afganistán, Irán y otros países de cultura similar -, en que la mujer sigue subordinada al hombre, en los demás la situación es muy distinta.

En buena parte del mundo moderno, el machismo en todas sus variantes se ha vuelto tan “tóxico” que animarse a aludir a cualquier manifestación de superioridad masculina en ámbitos determinados, como los deportivos o los vinculados con las ciencias duras, dará lugar a un torrente de críticas virulentas.

El cambio tecnológico benefició a las mujeres


Es comprensible, pues, que pocos se atrevan a hablar de tales temas; si los varones propenden a mostrar más interés en ingeniería, digamos, que las mujeres, será por razones exclusivamente culturales que pronto carecerán de importancia.

¿A qué se debe esta auténtica revolución sociocultural? Si bien sería reconfortante suponer que es porque los argumentos esgrimidos por los feministas han sido más persuasivos que los ensayados por los cada vez más escasos defensores del “patriarcado” tradicional, su influencia hubiera sido decididamente menor sin los cambios tecnológicos de las décadas últimas.

Desde la primera mitad del siglo pasado, se ha reducido mucho el valor económico de la condición muscular de las personas mientras que ha aumentado el del cerebro.

Puesto que las mujeres son tan capaces como los hombres de desempeñar tareas que no requieren fortaleza física, los han remplazado en muchas áreas.

También ha incidido lo difícil que es mantener una familia con un solo salario; en los países considerados desarrollados, ya se han ido los días en que era habitual que el marido de clase media u obrera trabajara y su esposa quedara en casa cuidando a los chicos. La feminización del mercado laboral se ha visto acompañada por un fenómeno parecido en el educativo; más mujeres que hombres consiguen diplomas universitarios y la brecha está ampliándose.

Eliminada así la superioridad económica y académica masculina, la balanza de poder entre los dos géneros ha cambiado de manera radical.

De haber sucedido hace medio siglo o más, el escándalo protagonizado por Alberto no hubiera tenido un impacto tan impresionante que, a juicio de algunos, pone en peligro la supervivencia del kirchnerismo e incluso del peronismo, por ser cuestión de facciones políticas que, a pesar de haber sido dominadas largamente por una mujer, aún conservan características patriarcales.


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