Es necesario recuperar ideas universales en la educación
Hay que construir acuerdos sólidos, aunque dando lugar a lo nuevo. Volver a nuestra relación con lo productivo y el hacer bien las cosas.

La educación es la actividad humana más universal que existe. Sólo la alimentación se le equiparara aunque, bien miradas, ambas son formas de alimento. No hay tiempo ni lugar en que no haya existido una manera de pasarle a los nuevos del mundo el conocimiento producido por sus predecesores. Entre otras razones, porque sin ese conocimiento se torna imposible construir la humanidad que no tenemos al nacer. Como no se puede transmitir todo, en cada época y lugar se establecen consensos respecto a qué saberes se consideran los más importantes.
Y también la transmisión se da en la tensión entre lo viejo y lo nuevo, entre la conservación y la renovación del mundo. En la bellísima película infantil Los Croods se puede observar esta tensión en una familia Neandertal. En algunos pasajes, el padre aconseja a su hija: “¡Ya deja de buscar cosas! El miedo nos mantiene vivos. Nunca dejes de temer. Todo lo nuevo es malo.” Dejar de buscar, el miedo y la desconfianza con lo nuevo eran organizadores de la vida primitiva y la hija permanentemente los cuestionaba porque eso no era vivir, sino mantenerse vivos.
Lo que me interesa desarrollar aquí es la necesidad de recuperar algunos principios universales para que las prácticas educativas no sólo se mantengan vivas, sino que se llenen de vida. El mundo en el que vivimos nos ha conducido a una flexibilidad educativa agobiante en las escuelas que angustia a padres, docentes y estudiantes. Ante esto podríamos construir acuerdos más sólidos que, dando lugar a lo nuevo, organicen las prácticas con pautas claras sin cercenar la libertad de movimiento. Algo así como el juego de ajedrez en el que la posibilidad creativa es enorme, pero en el que el alfil no puede comer saltando.
Recuperar nuestra relación con lo productivo y el hacer bien las cosas debería ser universal.
• Leer, subrayar, tomar notas; sacar cuentas, ubicarme en el mapa. La ejemplaridad no estigmatizante y el valor del esfuerzo individual sin que esto implique, claro está, una mirada descontextualizada de nuestras y nuestros estudiantes.
• Distinguir entre entretenido e interesante; entre pérdida del tiempo y pensamiento; entre tedio y ejercitación y abogar por lo segundo. En su intento por sobrevivir (pandemia mediante) algunas prácticas copiaron las lógicas de las plataformas on line logrando ser más ridículas que Tik-tok y menos convocantes que un libro.
• Volver a pensar el valor del silencio, de la lectura silenciosa y en voz alta, en la memorización comprensiva y la ejercitación en técnicas específicas. La enseñanza es, entre otras cosas, transmitir habilidades técnicas. ¿O acaso a un profesor de natación se le ocurriría decir “sean creativos y naden como quieran”?
• La esperanza en el progreso: en el material y en el simbólico. La esperanza de que estamos mejor que ayer y que mañana vamos a estar mejor que hoy, si hacemos algo. En la distinción, no importa de quien venga, entre malos y buenos razonamientos. No puede dar lo mismo un buen argumento que un “no estoy de acuerdo”.
• Llevar algo leído, con anticipación, a clase. La escuela debe volver a pensarse como un encuentro entre lectores. Alfabetizar, en todas sus formas, pero trabajar duro por la lecto-escritura. La literatura nos ofrece innumerables ejemplos de cómo encontrar en las luchas, los amores, los enfrentamientos, las alegrías y desdichas, cuestiones educativas universales más allá del color de piel, la ubicación geográfica, el género o la condición física.
• Dejar de forzar a los clásicos, que ya son riquísimos en sí: la caperucita obligada a ser de un género distinto o a esconderse en las bardas, de un puma, en vez de un lobo es una aberración. Su tema es universal y no debería empobrecerse.
• Romper cadenas con el correccionismo político que irónicamente obtura la disidencia que dice celebrar: posturas sesgadas y tribales que colaboran en la pérdida del rumbo universal educativo. En contra de esto debemos doblar los esfuerzos y luchar por lo que Susan Neiman denomina una “justicia para la carne y el hueso más allá de las características accidentales con las que nacemos o las identidades que transitamos”. De no hacerlo estaremos dejando a miles de niños y jóvenes librados a sus propios recursos.
* Profesor en Instituto de Formación Docente y Universidad de Río Negro. Investigador en Universidad Pedagógica Nacional.

La educación es la actividad humana más universal que existe. Sólo la alimentación se le equiparara aunque, bien miradas, ambas son formas de alimento. No hay tiempo ni lugar en que no haya existido una manera de pasarle a los nuevos del mundo el conocimiento producido por sus predecesores. Entre otras razones, porque sin ese conocimiento se torna imposible construir la humanidad que no tenemos al nacer. Como no se puede transmitir todo, en cada época y lugar se establecen consensos respecto a qué saberes se consideran los más importantes.
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