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Reformas educativas: una escuela mareada

Los establecimientos escolares en la actualidad funcionan sobre la base de principios declarativos que la mayoría de las veces están alejados de lo que ocurre en sus prácticas.

Para qué sirve la escuela? Esta pregunta ocupa gran parte de la biblioteca pedagógica en todo el mundo. Y para cada época se ha esbozado una respuesta.

Comencemos por el principio: hija de la Modernidad, la escuela estatal en sus inicios tuvo dos objetivos claros: primero aniquilar el pensamiento mágico, ya sea que este proviniese de la lotería, la magia, la hechicería o la religión.

El segundo blanco de ataque fue la ignorancia y la brutalidad. Así fue que, en nuestro país, la tarea docente fue primero la instrucción antes que la enseñanza, esto es, enseñar primero hábitos de higiene y formas de comportamiento urbano también llamados “buenos” modales y después contenidos curriculares.

Quien iba a la escuela se sometía a este doble proceso de aprendizaje de un pensamiento científico y de incorporación de una forma de ser urbana. Para ser simples: se iba a la escuela para dejar de ser lo que uno era afuera de la escuela.

Las principales herramientas para ello fueron la racionalidad científica, el método, el laboratorio, la discusión fundamentada en hechos observables, la causalidad. Lo que no pasaba por este tamiz no ingresaba en el interés escolar, no importaba, era de menor cuantía o no existía.

La escuela pública fue el ágora de las separaciones claras, donde la dicotomía clasificatoria imperaba: ciencia versus religión, razón versus especulación, adentro versus afuera, campo versus ciudad, varones versus mujeres, niños versus adultos, ignorancia versus sabiduría y así ad-infinitum.

Pero la principal herramienta con la que contó la escuela para hacer su trabajo fue sin dudas el consenso social que tuvo. Esto se puede recuperar de las frases que se decían: a la escuela se va a aprender, la escuela es lo más importante, no hay que faltar a la escuela, a la maestra hay que hacerle caso, el maestro siempre tiene la razón, la persona con estudio vale.

Consenso sobre el valor de la escuela y también sobre el largo plazo, sobre el esfuerzo y sobre el por-venir: para el pensamiento moderno “lo bueno estaba por venir”.

Tambalean los presupuestos

Este leitmotiv inaugural de la escuela duró hasta la segunda mitad del siglo XX en que comenzó a tambalear la “transparencia” de lo escolar.

El segundo sentido se organizó a partir de la denuncia acerca de que a la escuela se iba a reproducir las condiciones de existencia del capitalismo y entonces había que despojar al currículo de su carácter ideológico, clasista y racista. La escuela entonces debería servir para dotar a los estudiantes de una mirada crítica del mundo que permitiese transformarlo en un lugar un poco mejor. Si bien con mucho menos consenso, lo cierto es que la idea de mejorar las cosas fue un organizador de las prácticas docentes durante mucho tiempo, más allá de las condiciones materiales y simbólicas de las y los profesores.

¿Qué sentidos reviste hoy la escuela pública? La escuela en la actualidad se asienta en principios declarativos la mayoría de las veces alejados de lo que ocurre en sus prácticas.

Una inclusión que genera expectativas sociales engañosas e incumplidas; flexibilidad en el estudio y una aprobación que produce como resultado que cerca de la mitad de estudiantes secundarios lleguen a quinto año, pero no egresen; el abordaje interdisciplinar realizado a partir de saberes disciplinares débilmente desarrollados; interculturalidad que genera tensiones solapadas y manifiestas dentro y fuera de las escuelas; entre otros principios.

Eso que llamo mareo escolar produce un bajo impacto en la formación académica, muchas veces interrumpida por cambio de docentes o jornadas escolares incompletas. La escuela está mareada y en su mareo es blanco fácil de ataque para quienes quieran derribarla, pero en este estado de cosas también es difícil de defender para quienes queremos cuidarla.

El objetivo de este artículo no es romantizar el pasado que ya nos develó sus angustias, sino comprender las angustias que producen las condiciones actuales del sistema educativo y advertir que esas angustias se pueden contar entre las causas del hartazgo, expresado en el voto a Javier Milei, contra todo lo que se hace mal en las escuelas.

*Profesor en Instituto de Formación Docente y Universidad Nacional de Río Negro. Investigador en Universidad Pedagógica Nacional.


Para qué sirve la escuela? Esta pregunta ocupa gran parte de la biblioteca pedagógica en todo el mundo. Y para cada época se ha esbozado una respuesta.

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