Políticos amnésicos
Para demasiados políticos, el pasado no es más que un gran depósito de municiones que pueden usar ya para defenderse, ya para atacar a sus enemigos, de ahí las alusiones frecuentes a períodos supuestamente bien definidos como “los años setenta” o “los noventa”. Así, pues, al aproximarse a su culminación la campaña electoral, oficialistas alarmados por la posibilidad de que triunfe Mauricio Macri lo acusan de querer resucitar la Argentina de la década dominada por el presidente Carlos Menem, que se vio caracterizada por una serie de privatizaciones apuradas y, desde luego, por la convertibilidad. Puesto que, después de haber funcionado bien por algunos años, el esquema ideado por el entonces “superministro” Domingo Cavallo terminó mal, en medio de una crisis catastrófica, a los comprometidos con “el modelo” kirchnerista les ha sido relativamente fácil difundir la idea de que lo que necesita el país es una dosis mayor de estatismo, mucho intervencionismo cambiario y un gobierno dispuesto a rebelarse contra la “ortodoxia” económica imperante en el resto del mundo. Por un rato, la prédica en tal sentido brindó buenos resultados políticos a los gobiernos de los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, pero no contribuiría en absoluto a poner el país en un camino que le permitiría emprender un proceso de crecimiento sustentable. Por el contrario, tal y como están las cosas, debilitado por una recesión prolongada, corre el riesgo de hundirse nuevamente en una crisis que podría ser tan grave como la del 2002. De ser así, las causas de la debacle serían las de siempre. En primer lugar, la incapacidad según parece congénita de gobiernos supuestamente muy distintos de asegurar que la sociedad en su conjunto viva conforme a los medios disponibles. Es como si formara parte del ADN nacional que la mayoría no sólo cree que el país es más rico de lo que objetivamente es sino que también actúa en consecuencia. Gracias a la confianza generada por la convertibilidad en su fase inicial, tanto el gobierno como muchas empresas pudieron endeudarse excesivamente, lo que andando el tiempo les ocasionaría problemas insuperables. Por lo demás, no ayudó la coyuntura internacional que, a diferencia de lo que ocurriría a comienzos de “la década ganada”, distó de favorecer a un país como la Argentina que dependía excesivamente de la exportación de materias primas y bienes agrícolas. El optimismo motivado por algunos años de crecimiento “chino” tuvo efectos parecidos a los producidos por la convertibilidad. Una vez más, el gobierno nacional se comportó como si fuera inevitable que la economía continuara expandiéndose y por lo tanto pudiera gastar cada vez más pero, como en tantas oportunidades anteriores, la realidad no tardaría en separarse de sus expectativas. De tomarse en serio la retórica de campaña, quienes acompañan a Daniel Scioli y Mauricio Macri estarían resueltos a cometer el mismo error que los miembros de tantos otros gobiernos. Por entender que sería políticamente suicida advertirle a la ciudadanía de que le convendría moderar sus expectativas, podrían sentirse tentados a tratar de administrar el país como si fuera mucho más próspero de lo que realmente es, pero es probable que sean conscientes de que al ganador de las elecciones le espera una etapa sumamente dura, puesto que, entre otras cosas, el gobierno actual se las ha arreglado para vaciar las arcas del Banco Central y, para colmo, bloquear las vías de acceso al crédito internacional. Por cierto, al sucesor de Cristina no le sería del todo fácil encontrar una salida del brete en el que el país se ha metido aun cuando la mayoría supiera muy bien que la crisis es genuina, no un perverso invento opositor creado con el propósito de justificar medidas antipopulares. Puesto que, por miedo a asustar al electorado, hasta los paladines más vehementes del “cambio” han colaborado con los kirchneristas al minimizar las dimensiones de los problemas que enfrentará el gobierno próximo, pocos parecen estar anímicamente preparados para lo que con toda seguridad vendrá después del 10 de diciembre, lo que no sería el caso si los integrantes más influyentes de la clase política nacional hubieran intentado aprender del pasado en lugar de limitarse a aprovecharlo para desacreditar a sus adversarios.
Para demasiados políticos, el pasado no es más que un gran depósito de municiones que pueden usar ya para defenderse, ya para atacar a sus enemigos, de ahí las alusiones frecuentes a períodos supuestamente bien definidos como “los años setenta” o “los noventa”. Así, pues, al aproximarse a su culminación la campaña electoral, oficialistas alarmados por la posibilidad de que triunfe Mauricio Macri lo acusan de querer resucitar la Argentina de la década dominada por el presidente Carlos Menem, que se vio caracterizada por una serie de privatizaciones apuradas y, desde luego, por la convertibilidad. Puesto que, después de haber funcionado bien por algunos años, el esquema ideado por el entonces “superministro” Domingo Cavallo terminó mal, en medio de una crisis catastrófica, a los comprometidos con “el modelo” kirchnerista les ha sido relativamente fácil difundir la idea de que lo que necesita el país es una dosis mayor de estatismo, mucho intervencionismo cambiario y un gobierno dispuesto a rebelarse contra la “ortodoxia” económica imperante en el resto del mundo. Por un rato, la prédica en tal sentido brindó buenos resultados políticos a los gobiernos de los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, pero no contribuiría en absoluto a poner el país en un camino que le permitiría emprender un proceso de crecimiento sustentable. Por el contrario, tal y como están las cosas, debilitado por una recesión prolongada, corre el riesgo de hundirse nuevamente en una crisis que podría ser tan grave como la del 2002. De ser así, las causas de la debacle serían las de siempre. En primer lugar, la incapacidad según parece congénita de gobiernos supuestamente muy distintos de asegurar que la sociedad en su conjunto viva conforme a los medios disponibles. Es como si formara parte del ADN nacional que la mayoría no sólo cree que el país es más rico de lo que objetivamente es sino que también actúa en consecuencia. Gracias a la confianza generada por la convertibilidad en su fase inicial, tanto el gobierno como muchas empresas pudieron endeudarse excesivamente, lo que andando el tiempo les ocasionaría problemas insuperables. Por lo demás, no ayudó la coyuntura internacional que, a diferencia de lo que ocurriría a comienzos de “la década ganada”, distó de favorecer a un país como la Argentina que dependía excesivamente de la exportación de materias primas y bienes agrícolas. El optimismo motivado por algunos años de crecimiento “chino” tuvo efectos parecidos a los producidos por la convertibilidad. Una vez más, el gobierno nacional se comportó como si fuera inevitable que la economía continuara expandiéndose y por lo tanto pudiera gastar cada vez más pero, como en tantas oportunidades anteriores, la realidad no tardaría en separarse de sus expectativas. De tomarse en serio la retórica de campaña, quienes acompañan a Daniel Scioli y Mauricio Macri estarían resueltos a cometer el mismo error que los miembros de tantos otros gobiernos. Por entender que sería políticamente suicida advertirle a la ciudadanía de que le convendría moderar sus expectativas, podrían sentirse tentados a tratar de administrar el país como si fuera mucho más próspero de lo que realmente es, pero es probable que sean conscientes de que al ganador de las elecciones le espera una etapa sumamente dura, puesto que, entre otras cosas, el gobierno actual se las ha arreglado para vaciar las arcas del Banco Central y, para colmo, bloquear las vías de acceso al crédito internacional. Por cierto, al sucesor de Cristina no le sería del todo fácil encontrar una salida del brete en el que el país se ha metido aun cuando la mayoría supiera muy bien que la crisis es genuina, no un perverso invento opositor creado con el propósito de justificar medidas antipopulares. Puesto que, por miedo a asustar al electorado, hasta los paladines más vehementes del “cambio” han colaborado con los kirchneristas al minimizar las dimensiones de los problemas que enfrentará el gobierno próximo, pocos parecen estar anímicamente preparados para lo que con toda seguridad vendrá después del 10 de diciembre, lo que no sería el caso si los integrantes más influyentes de la clase política nacional hubieran intentado aprender del pasado en lugar de limitarse a aprovecharlo para desacreditar a sus adversarios.
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