Recorre el mundo para descubrir sus frutas

Aunque la pandemia se interpuso en su camino, Pablo Salvaterra no renuncia al objetivo que se propuso hace cinco años: viajar por todo el planeta para descubrir y probar todos sus frutos exóticos y nativos.

Dicen que los nombres marcan los destinos. Pablo Salvaterra, tiene impresa en su nombre la palabra “tierra” y es allí donde encontró su misión. Recorrer la tierra es a lo que se dedica. Tiene 29 años y a los 23 dejó su Quilmes natal, en Buenos Aires, para conocer países y descubrir todos los frutos exóticos y nativos que esconde el mundo.

La pandemia, como a todos los viajeros, lo obligó a detenerse. Desde Tanti, Córdoba, manda un audio en un día difícil. Dice que están cerca de Cosquín y que demora en mandar sus respuestas por la mala señal y porque colaboran en lo que pueden para luchar contra los incendios.

Generaciones cultivando durian. Esta fruta mejora su sabor con el paso de los años.

De todos modos, sostiene que pasar la larga cuarentena en esa provincia le permitió disfrutar de su familia, como hace rato no lo hacía. Por suerte, quedó en un sitio lleno de naturaleza, aprovecharon para hacer una huerta y están plantando 50 variedades de árboles frutales.

La idea de viajar explorando la fruta nativa de cada región surgió hace 5 años cuando por motivos de salud, adoptó una alimentación vegana, abundante en frutas frescas y vegetales. A raíz de aquel cambio en su vida, conectó mucho con el placer de disfrutar el aroma, textura y sabor de cada alimento, especialmente de las frutas.

Un bocado de Chempedak. La fruta más dulce que probó.

Probar todas las especies frutales que Argentina tenía para ofrecer fue la primera meta. Y si bien en el país hay acceso a una gran calidad, se encontró con que la variedad era bastante limitada. Empezó a investigar en qué países podría encontrar más.

“Siempre tuve un espíritu nómade, y querer descubrir las frutas de cada lugar me dio la motivación suficiente como para patear el tablero y jugármela a recorrer esas regiones más remotas del mundo”, dice Pablo.

Aparte de Asia, recorrió parte de Latinoamérica, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia, Brasil. Descubrió que en las zonas tropicales y subtropicales donde la abundancia frutal es un hecho, dónde hay un sinfín de frutas majestuosas por descubrir. Supo que allí, sería el lugar perfecto para expandir su conocimiento en la materia.

Abundancia frutal en Sumatra, Indonesia.

Se puso a ahorrar unos meses para salir a explorar el sudeste asiático, la región tropical de Asia famosa, entre otras cosas, por su amplia variedad de frutas exóticas. Recorrió los países dónde crecen, a su criterio, las frutas más deliciosas del mundo: Malasia, Indonesia, Camboya, Tailandia, Vietnam, Myamnar y Filipinas.

Para viajar de manera virtual y conocer los cientos de frutas que descubrí pueden visitar mi Instagram @sweetconscience.

Pablo Salvaterra

“Tuve el placer de deleitarme con ciento de frutas nuevas para mi, con sabores y texturas que me volaron la cabeza. No las voy a nombrar a todas porque sería una lista interminable, pero puedo decir que las que más me deleitaron fueron el durian, el chempedak, el terap, el dabai y la rolinia”, cuenta.

«Lo mío es la vida tropical, el clima cálido, la alegría de vivir sin frío, las calles explotadas de fruta», dice Pablo.

Pablo hace un repaso por cada una de las reinas del paladar. La más dulce es, sin dudas, el chempedak, dice que es como si fuera miel pura. La más grande que vio es la jackfruit, llegando a pesar hasta 40 kg cada una, y jura que es deliciosa. La más extraña es el durian, una fruta polémica por su fuerte aroma, pero sostiene que los que se animan a probarla, se encuentran con un manjar sublime, “una textura cremosa como un dulce de leche, con sabor a chocolate blanco y un toque de aroma a café, de otro planeta”, se saborea Pablo.

“El terap es mi preferida, crece solo en la isla de Borneo y en Filipinas, y es como una cremita de vainilla que se deshace en la boca con total sutileza y éxtasis sensorial. Entre las extrañas que vi, están el salak (fruta de la serpiente), el rambutan, el engkala, y el bambangan, todas frutas silvestre que generalmente recolectan de la jungla y las venden en los mercados locales”, relata y afirma que el lugar en el que mejor fruta encontró es la Isla de Borneo.

 Una Pitaya roja bien dulce, pero cuando aparece, te vuela la peluca.

En es sudeste de Asia, Indonesia, Malasia, la mayor parte de la cultura es musulmana. Y en otras regiones la cultura es budista, por lo que había un gran contraste con lo que estaba acostumbrado en América. Cambió mucho su idea de lo que era la cultura musulmana. “A veces, tenemos muchos prejuicios, pero cuando llegué quedé maravillado con esas costumbres, cultura y sus frutas”, confiesa.

Las grandes experiencias las vivió en los mercados locales, en los que sucede gran parte de la vida social. No hay cadenas de supermercados, a ese lugar llevan los cultivos, o las frutas que recolectan en la selva. Ir allí, aprender el idioma y conseguir alimentos frescos, lo apasionó. Conectar con los pueblos y ver que cada lugar tiene sus vegetales.

La gente en los mercados, el lugar donde todo confluye

Muchas veces, se metía en medio de la naturaleza y recolectaba. “Hay tanta abundancia frutal, que con protección para los mosquitos, te metías, y te sentabas en una cascada a deleitarte”, relata Pablo.

En América la fruta también le pareció sublime y sobre todo las de las zonas más tropicales. En Argentina, le parece que hay “buena producción orgánica, pero no está tan al alcance y es más caro. Cuesta conseguir la fruta fresca y madurada en árbol, porque se produce a gran escala y eso le resta calidad”, dice.

Un jugo de caña en Burma (sur de Asia). Trituran la caña de azúcar para extraer el líquido.

Destaca que en la zona de Misiones, o Formosa, hay mangos, pitaya, papayas espectaculares. Las cerezas, peras, ciruelas, uvas, melones son riquísimos, pero insiste “hay mucha ruta que está muy tratada con pesticidas químicos y cosechada muy inmadura, por lo que no podemos sentir el placer de una buena fruta argentina. Si nos vamos a las zonas rurales, o a los patios de las casas en los que la gente cultiva sus frutas, ahí encontramos el buen sabor”.

Pablo quiere volver a viajar a Centroamérica. Hay países que no conoce y sabe que hay una tremenda abundancia frutal y gente con una vibra hermosa. Jura que una vez que la pandemia pase, continuará sacándole la cáscara al resto del mundo.


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