El Kitesurf los unió y transformaron su hobby en una escuelita en el Lago Pellegrini

La fuerza del viento y la amistad unieron a Daniel Bravo y Ramón Aguirre en esta increíble aventura valletana.

Son pasadas las 13 y Casa de Viento, la escuelita que fundaron Daniel y Ramón en el Lago Pellegrini se prepara para una nueva jornada de Kitesurf. El aire fresco y el viento que empieza a soplar anticipan un día ideal, tal como lo habia dicho el pronostico la noche anterior. Revisan las cometas, organizan las tablas y ajustan los arneses. De pronto, hay un tiempito para adentrarse a la magia de dominar el viento. Sujetando con firmeza la barra de control, Daniel siente cómo la cometa tira suavemente hacia el cielo. Los pies, bien colocados en la tabla, buscan equilibrio mientras el cuerpo se inclina ligeramente hacia atrás, dejando que la fuerza del viento haga su trabajo. En solo pocos segundos la tabla cobra vida y, con un giro ágil, realiza una salto en el aire. «El Kitesurf es libertad», expresa el kiter.

Daniel Bravo nació y creció en Cinco Saltos, Río Negro. “Siempre tuve un acercamiento al agua, me encantaba”, contó recordando sus primeros años en la región. Sin embargo, no fue hasta que su trabajo lo llevó a Uruguay en 2009 cuando se encontró con el Kitesurf. Un deporte que, en ese momento, estaba en pleno auge en el país vecino.

La disciplina consiste en el uso de una cometa (kite, del inglés), que está sujeta al deportista (kiter) por 4 o 5 cuerdas, dos fijas a la barra, y las restantes al cuerpo mediante un arnés. Este sistema permite deslizarse sobre el agua con una tabla, practicar saltos, giros y alcanzar grandes velocidades.

Daniel Bravo. Foto: Gentileza.

Durante sus años en el país recorrió hasta el norte de Brasil. «En el camino me encontré con instructores y tuve mi primer acercamiento con el deporte. Ni lo dudé y tomé la decisión de aprender”, relató Daniel.

Se subió a una tabla, enganchó el arnés y se tiró al agua. Se dio cuenta de que no necesitaba una gran destreza ni fuerza, solo trabajar la estabilidad. «Lo que tenés que hacer es deslizarte sobre el agua y mantener equilibrio, todo lo hace el viento», contó.

En 2013, Daniel regresó a Cinco Saltos, donde encontró que no estaba solo en su afición. Un grupo de chicos le demostró que se estaba formando una gran comunidad. «Empezamos a armar grupitos y recorrer distintos spots».

Fue en ese contexto donde conoció a Ramón Aguirre, un hombre de Puerto Madryn con quien compartía la misma pasión por el Kitesurf. Las charlas dieron cuenta de que tenían vidas muy diferentes. «Si no fuera por este deporte, no creo que nos hubiésemos cruzado nunca«, dijo.

Ramón con alumnos. Foto: Gentileza.

El amor por el Kitesurf hizo que el chubutense se mude al Lago Pellegrini con su amigo, buscando paz, tranquilidad y una oportunidad para vivir de lo que amaba. «Automáticamente, dejó de ser un deporte para que nosotros lo empecemos a considerar ya un estilo de vida«, señaló.

El deporte transforma a los amigos en familia. Un lema que ambos llevan tatuados en el corazón. «Me pasó con Dani, yo soy el tío de sus hijos y él es el tío de los míos. Hay una gran familia», expresó.

Ramón Aguirre y Daniel Bravo. Foto: Gentileza.

Así fue la amistad los llevo a gestar un nuevo proyecto: Casa de Viento, una escuelita de Kitesurf donde cualquier persona, sin importar su edad o experiencia, puede aprender a dominar el viento en una tabla.

El día a día de los instructores de Casa de Viento no es sencillo. La logística de las clases exige una constante coordinación entre los instructores y los alumnos, quienes, en su mayoría, tienen horarios laborales complicados.

“A veces organizamos la jornada con días de anticipación. Usamos aplicaciones para saber si el viento va a estar a favor, y después tenemos que coordinar con los alumnos, que también tienen su trabajo. Es toda una labor de organización”, explicó Daniel, quien, junto a Ramón, coordina cada jornada para que todo salga perfecto.

Los alumnos de Casa de Viento. Foto: Gentileza.

El kiter madrynense indicó que existe una previa planificación de los alumnos. «La noche anterior armamos una planilla de trabajo de acuerdo al progreso que tiene cada uno».

En cuanto al lugar, aseguraron que el Lago Pellegrini es el sitio perfecto para dar clases. «Vamos del otro lado del lago, más o menos a 20 minutos, donde hay una zona que se llama Gallareta y es la más segura para dar clases», indicó Daniel.

Allí hay 200 metros donde el agua llega solo a la cintura. La zona es muy rústica y no hay tanta playa, pero si mucha costa. «Es ideal para principiantes, se puede practicar con tranquilidad y sin riesgos de caer sobre la tierra«, explicó.

La escuelita también organiza viajes a Brasil, un destino popular entre los kitesurfistas. “Tratamos de organizarnos y en invierno llevar a nuestros alumnos».

Casa de Viento en Lago Pellegrini. Foto: Gentileza.

Mientras todo el mundo se queja de los vientos que inundan el valle con sus ráfagas de 70 kilómetros por hora, los instructores no pueden esperar a tirarse al agua cuando ven bailar las hojas de los árboles. «Salimos corriendo con nuestros equipos a navegar porque esa sensación sobre la tabla en el agua es increíble», expresó el rionegrino.

Con el tiempo, el deporte se transformó en una manera transitar la vida que los llevó a nuevos desafíos. «El kitesurf es un estilo de vida y para mí es una familia a la que se suman integrantes día a día», expresó Ramón. «Si me preguntas a mi, es libertad», manifestó su amigo. «Es la conexión con la naturaleza que nunca vas a entender mirándola de afuera».

El viento, el agua y la libertad. Fueron estos tres elementos los que unieron a Daniel Bravo y Ramón Aguirre, dos hombres con historias de vida muy distintas, pero con una misma pasión que los llevó a crear una escuelita de Kitesurf en el Alto Valle.

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