El rescate de las historias que dejó el terremoto de 1960 en la cordillera

La profesora de Letras Natalia Belenguer narra en un libro aquel temblor que tuvo epicentro en la ciudad chilena de Valdivia y que estremeció a Bariloche y Villa La Angostura.

La curiosidad por saber de qué forma había impactado en la región el terremoto que arrasó la ciudad chilena de Valdivia en mayo de 1960 y el interés por hurgar en las vivencias de los pobladores que guardan la memoria viva de aquel episodio, fueron los impulsos que movieron a la profesora de Letras Natalia Belenguer a gestar un libro que maduró durante más de una década.

“El paraíso tembló” es el título que eligió Belenguer para el trabajo que recopila 31 relatos de personas que vivían en La Angostura, en Bariloche, en Traful, Puerto Blest, brazo Rincón y otros puntos de la región, donde se sintieron con fuerza los efectos del terremoto. Los recuerdos están asociados también al “lagomoto” que el sismo provocó en el Nahuel Huapi, y que arrasó el muelle barilochense y se cobró la vida de dos mecánicos náuticos.

“Soy docente en nivel medio y terciario, muchos alumnos me contaban historias de sus familias y empecé a interesarme por el tema de la oralidad”, explicó la autoria que reside en Villa La Angostura desde hace 22 años.

El punto de partida del libro fue su participación en el proyecto de recopilación “Archivos del sur”, que lleva adelante desde hace tiempo la biblioteca Osvaldo Bayer, para documentar testimonios de antiguos pobladores. Su investigación incluyó el rastreo de materiales periodísticos, en Bahía Blanca, Roca y otras ciudades, que dan cuenta en general sobre el mortal terremoto de Valdivia, que dejó casi 2.000 muertos y daños catastróficos en esa ciudad. Lo que llegó al área de Nahuel Huapi fueron los coletazos de ese temblor y las erupciones volcánicas asociadas, que provocaron una extendida lluvia de cenizas.

La autora presentó su libro semanas atrás en Bariloche.

Pero lo que más interesó a Belenguer, además de los documentos, fue el testimonio de las víctimas, que en varios casos ya habían fallecido cuando logró publicar el libro, a fines de 2020.

“Al principio los grababa en cassettes, pero era dificultoso, y al desgrabar a veces no entendía lo que decían. Después empecé a filmar los relatos y elaboramos un video casero, que está a disposición en Youtube -refirió la escritora-. Pasó el tiempo y con mucho esfuerzo logré sacar el libro, con el sello editorial La Grieta, de San Martín de los Andes, y casi sin apoyo oficial. Solo obtuve un crédito del ministerio de las Culturas de Neuquén, que estoy devolviendo”.

Algunos de los entrevistados contaron cosas sorprendentes. Subrayaron por ejemplo que “la tierra se movía como olas y no se podía caminar sin caerse”. También les quedó grabada la reacción de los animales: “una parvada de gallinas rodeaban la casa llorando, como si un bicho las estuviera corriendo -dijo uno de ellos-. Los animales se afligían, no podían comer, los perros aullaban”.


Memoria acumulada entre los pobladores



El asombro y la incredulidad de la mirada infantil destaca en muchos de los testimonios, porque pasaron 62 años y varios de los consultados tenían corta edad al momento del terremoto. La primera historia que escuchó la autora y que la llevó a rastrear otras fue la de Coti Carmoney, una antigua pobladora de La Angostura que le transmitió sus vívidos recuerdos del temblor.

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Luego también aparecen subrayados en el texto otros testimonios significativos como los de Juan Carlos Quintriqueo, Ricardo Mathías (quien era marinero del barco Modesta Victoria), José Rivas (en aquel momento asentado en Puerto Blest), Carmen Rodríguez, Aristeo Cárdenas, Irene Baeza, Oscar Hermosilla (que estaba en la estación de servicio del ACA), Marta Vargas (a quien el terremoto la sorprendió con su familia en lago Mascardi), Celvia Vidal, Francisca Ojeda y Humbero Rolando, entre otros.

Tampoco faltan en el libro los apuntes dramáticos. Una de las mujeres contó que se asustaron mucho y que comentaban con vecinas si no sería “el fin del mundo”. Otro hombre señaló que alguna gente terminó “trastornada” y una mujer perdió el habla durante largo tiempo.

Uno de los rasgos comunes que aparecen en varios relatos fue que se trataba de un domingo de otoño, soleado, tranquilo y sin viento, hasta que sintieron un ruido “espantoso, como cuando empieza a tormentear” -otro testigo recordó algo así como “bombazos desde la cordillera”– hasta que empezó el “remezón”. La hora varía según las versiones. Algunos hablaron de las 14.30 y otros lo llevaron hasta las 17 de aquel 22 de mayo.

Belenguer dijo que el primer sismo fue el más conmocionante, pero luego “siguió durante meses con pequeños temblores”, o réplicas, y también el lago se cubrió de ceniza volcánica. Tal como ocurrió hace 11 años, cuando entró en erupción el Cordón Caulle.

También hubo caída de piedras en los faldeos, árboles que “azotaban el suelo”, y el comportamiento del lago fue lo que más impresión causó a quienes se encontraban en las orillas. “Estaba calmito pero se empezó a reventar el lago, una ola de dos y tres metros, como de mar” que ingreso tierra adentro, relató una mujer.

Belenguer dijo que incluyó en el libro un mapa en el que señala el lugar exacto en el que se encontraba cada una de sus fuentes. Refirió que la técnica para las entrevistas le requirió mucha paciencia, ajustes metodológicos y en algunos casos varias visitas.

“Había allí una experiencia no rescatada y lo primero era generar la confianza. Cuando la gente se largaba a hablar me costaba enfocar en el tema del terremoto -explicó-. Porque salían un montón de temas que sería bueno recopilar también: desde los trabajos que hacían, cómo iban a la escuela, cómo viajaban de un lugar a otro, cómo vivían las infancias, las modificaciones del paisaje. Eran cosas que asomaban como puntas de un iceberg, pero no me podía detener en eso”.

Su trabajo artesanal le llevó largo tiempo, pero le queda la riqueza de haber descubierto el valor “enorme” de los relatos orales y también la satisfacción de completar un proyecto que en algún momento le pareció inabarcable, pero que nunca fue una carga. “Es una cosa que me gustó mucho hacer -aseguró-. Si hay algo que me movió fue el placer”.


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