Temporal en Bahía Blanca: “El agua se llevaba los autos como papelitos”
Luis Garay es de Roca y se fue a vivir en 1982 a Bahía Blanca, la ciudad que fue arrasada por un temporal el pasado viernes. Tiene dos negocios de comida japonesa y cuenta cómo fue la terrible experiencia de afrontar la furia del agua.
Bahía Blanca sufre, llora, se lamenta y su gente se pregunta. ¿Por qué la naturaleza se ha ensañado con nosotros? ¿Qué reniego maldito estamos pagando para padecer esto?
La ciudad lentamente va recuperando su pulso después del histórico y trágico temporal que sufrió el viernes, que se suma al triste suceso del 16 de diciembre del 2023 cuando un tornado arrasó todo a su paso, o más acá en el tiempo cuando el 2 de febrero de este año, una tormenta con granizo del tamaño de una pelota de golf destrozó autos, techos y ventanas, en una ráfaga devastadora que duró sólo media hora.
“Después de la última tormenta, leía por ahí algo que decía: ‘Bahía, una ciudad olvidada por Dios…’. Ahora con este desastre…”. Luis Garay, un roquense de 65 años que hace 43 se fue a vivir a Bahía, deja inconclusa su reflexión buscando, como muchos, respuestas a estos sucesos. “El tornado del 2023 fue tremendo, pero esa vez fue el viento y no tanto la lluvia. Hubo destrozos, también hechos fatales, pero a los pocos días la cosa se normalizó. Ahora la gente está en shock, yo vivo acá desde el ‘82 pero nadie recuerda una catástrofe como esta en la historia de la ciudad. Parece una película de terror”.
Luis tiene dos negocios de comida japonesa en el centro de la ciudad, uno hace siete años y otro que pensaba estrenar este martes. “Entró un metro y medio de agua a los locales, un desastre”, cuenta este comerciante quien trata de hacer una cronología de la devastación ante la consulta de Diario Río Negro.

“Me levanté a las 6:00 porque llegaba mercadería temprano para el local nuevo. Y ya a esa hora se veía que la cosa no estaba bien. Me asomé por la ventana y ya había mucha agua acumulada. Llovía mucho. Yo vivo en una planta alta y por suerte en la zona donde estoy el agua no subió mucho. La causa principal obviamente son los 350 mm que cayeron en unas horas, todo lo que llueve acá en un año. Todo eso hizo que los dos arroyos que cruzan la ciudad, el Maldonado y el Napostá, desbordaran por completo”. Este último desemboca en la costa norte del estuario de la bahía Blanca en el mar Argentino. “Por la marea alta a estas horas, el agua en vez de salir en dirección al mar, volvía. Por la calle Alem, donde está la Universidad y el club Liniers, donde el arroyo está a una cuadra, la corriente entraba hacia el centro como un río. Era increíble”.
Luis decidió quedarse en ese momento en su casa, prendió la tele y vio por un programa las primeras imágenes de un escenario que ya era aterrador. Eran poco más de las 7 de la mañana. Más tarde, cuando la inundación ya era imparable, decidió salir de su casa para ir hacia sus negocios. “El agua ya estaba a un metro y medio en el frente del local que estaba en funcionamiento, ubicado en pleno centro de Bahía. Intenté llegar hasta el frente, pero después me dije: ‘¿para qué voy a cruzar, que voy a hacer…? Si no puedo abrir la puerta…’ Era una impotencia que no te puedo explicar”.

Al local a estrenar, que está a pocas cuadras, directamente no pudo llegar. Cerca de ahí en un apart, se alojaban varias personas que Luis había contratado desde Buenos Aires para capacitar sobre comida japonesa al nuevo personal, pensando en la inauguración de la sucursal. “El día anterior, habíamos trabajado hasta tarde y estos chicos se fueron a dormir sin cenar porque estaban muy cansados. En el medio del lío el viernes, llamo a un amigo después del mediodía, que tiene una fiambrería y después de un par de intentos, me atiende. Me dice que está bien, que en su zona no hay tanta anegación y le pido si me arma algunos sandwichs para llevarle a los capacitadores. Yo no sabía cómo estaba esta gente”.
“Fui caminando a buscar la comida con el agua por debajo de la rodilla. Tenía miedo a las bocas de tormenta en las esquinas, no ves por dónde caminas. Está todo al mismo nivel. Cuando llegué a apart, después de andar como quince cuadras, el agua me pasaba la cadera. Cuando me vieron, estos chicos no lo podían creer. Uno de ellos se largó a llorar de la angustia que tenía. Qué te vas a imaginar… Vas a trabajar a otra ciudad y de repente te agarra esto. La planta baja del apart estaba llena de agua. Una locura total”.
Ya por entonces no había luz en Bahía y la comunicación pasó a ser un problema. Por suerte, Luis pudo mantenerse conectado. “Yo sigo teniendo mi línea de teléfono fija. Todo el mundo le da de baja, pero yo no lo hice. No sé por qué, cosas de viejo… Eso me salvó con el tema de la comunicación”.
Unas de las imágenes más impactantes que dejó el temporal de Bahía Blanca fue ver cómo la fuerza del agua en las calles arrastraba a los autos, que en algunos casos quedaban montados unos sobre otros en una suerte de esculturas trágicas forjadas por la furia del temporal. “El agua se llevaba los autos como papelitos. En un cruce, yo llegué a contar siete autos amontonados. Al mío por suerte lo tenía guardado, pero acá es muy común dejar el vehículo afuera. Incluso hay muchas cocheras subterráneas y en algunas, los autos flotaban directamente. Hubo casos donde el techo del auto se topó con el techo de la cochera. Una cosa de locos”.

Cuando ya caía la noche de ese viernes trágico y las aguas, al menos en el casco céntrico de Bahía, comenzaban a bajar, Luis pudo ingresar al local que tenía en funcionamiento. La fuerza del agua había roto el vidrio de la puerta de entrada; en el interior estaba todo destrozado.
“Todas las heladeras estaba tiradas en el suelo, y lo que había adentro de ellas, como botellas de vino, la mayoría estalladas en el piso. Los sillones estaban prácticamente en la calle, en la cocina nada estaba en su lugar. La marca del agua adentro del local llegaba al 1,80 metros”.

“Por suerte en ese local, buena parte de la mercadería la tenemos arriba y la pudimos llevar a la casa de la madre de mi socio que vive en el barrio Patagonia, que ahí si tenían luz. Cargamos lo que pudimos arriba de una camioneta y salimos. Era la medianoche. En el camino, todo lo que se veía era de mucha tristeza. Gente buscando donde había ido a parar su auto, personas desconcertadas que no sabían que hacer, ruidos de sirenas, gritos… Y en el medio de la desesperación, las peleas y discusiones. Como nosotros íbamos en la camioneta, salían vecinos que nos decían que no pasáramos, así no hacíamos olas y el agua no le entraba de vuelta a las casas. Cada uno con sus dramas, dentro de un mismo y enorme drama”.
Era la madrugada del sábado. Bahía Blanca había pasado uno de los peores -o el peor- día de su historia y las consecuencias de viernes trágico comenzaban a aflorar en toda su magnitud. En algunos lugares, las aguas comenzaron a retirarse y a la vez develaban lo que estaba oculto: la desolación, el desastre, el agua no como salvación sino como condena.
Como si fuera una feria del espanto, la gente fue sacando de a poco las cosas del interior de sus casas y las dejaba en la vereda a ver qué se salvó y qué cosas no servían más. “Son imágenes que no vivimos jamás, la verdad es que parece un sueño. La gente está como perdida haciendo lo que puede: seleccionado sus cosas, secando los colchones, hay coches destrozados por todos lados. Debajo de los puentes encontrás de todo: muebles de cualquier tipo, ramas, troncos, más autos, uno arriba del otro…”.
“¿Cuándo creo que se va a volver a normalidad? La verdad que no lo sé. Esto es algo inédito y por eso la incertidumbre es tan grande. Pero la vamos a pelear”. Luis deja trascender cierta vacilación lógica ante la tragedia, pero también un sentido de recuperación. “Los argentinos somos así, cuando pasan estas cosas nos unimos más que nunca”.
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