Un nuevo trasvasamiento generacional

ALEARDO F. LARÍA

En un difundido reportaje publicado por la revista “Primera Plana” el 25 de mayo de 1972, el general Perón asignaba a las nuevas generaciones la responsabilidad de “ir haciendo el trasvasamiento generacional”. Señalaba que las viejas generaciones, nacidas y desarrolladas al influjo de un sistema perimido, tenían que dar paso a las nuevas, que representaban el futuro. Aquella propuesta, dirigida a entusiasmar a los jóvenes que luchaban contra la dictadura militar, fue luego abortada por Perón. La presidenta Cristina Fernández, integrante de aquellas huestes juveniles frustradas por la deserción de Perón, parece decidida a intentar ahora una gesta similar. En el citado reportaje, Perón afirmaba que el mundo vivía en esos tiempos un período de evolución profunda y acelerada, consecuencia de “la terminación de un sistema y el nacimiento de otro”. Según su opinión, moría “el sistema demoliberal capitalista” y nacían nuevos “sistemas de base social (…) adecuados al pensar y al sentir de las nuevas generaciones que los impulsan”. Estas declaraciones de Perón fueron consideradas por las organizaciones revolucionarias juveniles del peronismo como un aval de la propuesta que proclamaba la inminente llegada del “socialismo nacional”. La “tendencia revolucionaria” del peronismo, caracterizada entonces por Perón como expresión de una “juventud maravillosa”, creyó sentirse investida por el correoso general como la natural y legítima heredera del peronismo. Pero esta ilusión duró poco tiempo. En abril de 1973 el “Loco” Galimberti, secretario de la JP, fue defenestrado fulminantemente por Perón luego de un inoportuno anuncio de la inminente formación de “milicias populares”. Poco después, el 20 de junio de 1973, día del retorno de Perón, se produjo la “masacre de Ezeiza”, cuando las columnas de la JP fueron ametralladas desde el palco oficial por elementos de la derecha peronista encabezados por el coronel Jorge Osinde, incorporado por exigencias de López Rega en la comisión organizadora del acto. En un discurso posterior, Perón responsabilizó de los hechos a los “grupos marxistas terroristas y subversivos” que se habían “infiltrado” en el Movimiento, poniendo así fin al idilio con la juventud maravillosa. Este relato viene a cuento porque, según el analista Rosendo Fraga, “la presidenta ha decidido lanzar oficialmente el cristinismo como corriente política propia”, añadiendo que “lo haría en este mes para tener independencia política del PJ”. La noticia puede tener obvias repercusiones en esta zona, ahondando las diferencias que separan al gobernador de Río Negro, Alberto Weretilneck, del senador Miguel Pichetto. Según Fraga, “se van a crear estructuras paralelas al PJ en todos los distritos, de manera de no depender sólo del PJ y tener herramientas para poder competir con él en distritos como Córdoba si fuera necesario”. La nueva corriente, que operará bajo el lema Unidos y Organizados, se sustenta en varias agrupaciones, entre las que se encuentran La Cámpora, presidida por Máximo Kirchner; Colina, liderada por Andrés Lablunda, persona muy ligada a Alicia Kirchner; el Movimiento Evita, de Emilio Pérsico, flamante subsecretario de Agricultura Familiar; Nuevo Encuentro, del diputado Martín Sabbatella, y algunas otras de menor importancia. Acaban de realizar un acto en La Pampa con la presencia del vicegobernador Gabriel Mariotto, al que seguirán otras convocatorias en el interior del país. Esta nueva operación de “trasvasamiento generacional” tendrá que sortear en el tiempo dos importantes desafíos. El primero, indudablemente, provendrá del peronismo tradicional, que ofrecerá resistencia a los intentos de diluirlo en una composición coloidal que tiene otra coloración ideológica. En este caso el riesgo del cristinismo es que se produzca un “corrimiento de tierras” y que el mayor caudal del peronismo se nuclee alrededor de una figura que no responda al núcleo duro fiel a Cristina Fernández, librando la batalla en una interna o conformando un partido alternativo. El proyecto de reforma constitucional, apostando por la continuidad de Cristina, parece dirigido a atenuar ese riesgo, pero la oposición de una clara mayoría social a una segunda reelección permite prever que será muy difícil que el intento prospere. Por consiguiente, el cristinismo tendrá probablemente que dibujar el perfil de un nuevo candidato que por razones evidentes será, electoralmente, una figura débil. Para evitar el riesgo de una derrota, o por el simple hecho de sentirse incómodo en otro espacio ideológico, lo más probable es que el peronismo tradicional reaccione nucleándose alrededor de una figura electoralmente más potente, provocando así la ruptura de la coalición informal diseñada originariamente por Néstor Kirchner. Si el cristinismo lograra neutralizar ese primer riesgo e impusiera definitivamente un candidato con su mismo ADN, el segundo desafío provendría de una coalición electoral opositora “a la venezolana”. Es muy pronto todavía para reconocerla visualmente, pero los partidos del arco opositor difícilmente aceptarán pasivamente que el sesgo chavista adoptado por el actual gobierno se prolongue más allá del 2015. Es probable que surja entonces, desde la sociedad y los medios, un llamado fuerte a conformar un potente frente electoral , basado en algún acuerdo amplio de “recuperación institucional”, que termine con las aspiraciones de un nuevo populismo. Si el cristinismo trastabillara en uno de los dos desafíos y perdiera en el 2015 el control de la caja estatal, se vendría abajo toda la operación de trasvasamiento generacional. A diferencia de las organizaciones juveniles de los años 70, que se fueron fogueando en la lucha contra la dictadura militar, las actuales han sido incubadas al calor del apoyo oficial. Desprovistas de ese aporte, difícilmente sobrevivan a los rigores de un invierno presupuestario. Naturalmente, siempre quedará un grupo de nostálgicos agradecidos que cada 27 de octubre llevarán flores al mausoleo de Santa Cruz para conmemorar el “Día del Nestornauta”. Pero serán políticamente irrelevantes. Como acaba de señalarlo el visionario Paolo Rocca, en el 2018 tendremos un país que no guardará ninguna semejanza con el actual.


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