Un país en crisis perpetua

PANORAMA POLÍTICO NACIONAL

El caso Formosa, la totalitaria represión ordenada por el gobernador Gildo Insfrán y la tibieza del gobierno federal para disimular que se ríe de los derechos humanos han irrumpido para coronar una semana bien negra no solo para el Gobierno, sino en esencia para el ciudadano de pie. Si se lo plantea como una partida del más puro ajedrez, el tablero de la realidad de la Argentina de hoy parece indicar, como tantas otras veces en su historia, una posición de jaque que no le deja salida por más que las piezas vayan y vuelvan de casilla en casilla. “Perpetuo” lo llaman los expertos.


En este laberíntico panorama, la situación del país no sólo se mantiene congelada y sin resolución, tal como le gusta al populismo que ocurra para sacar tajada, sino que ese evidente atasco afecta gravemente el futuro, sobre todo porque la mayor parte del mundo sigue andando a otra velocidad y por carriles más racionales, donde se fortalece la institucionalidad republicana y no se tira ideológicamente a la basura toda muestra de capitalismo.

Todo esto que se observa en la superficie deja en claro que de planes para frenar la inflación, producir, exportar, generar empleo privado y dólares para las reservas hoy no se habla con seriedad y que la realidad discurre parche sobre parche. En este enfermizo proceso de degradación permanente está la Argentina sin que las autoridades nacionales, presas de un peligroso autismo, lo registren. Más bien lo convalidan.


Con una enjundia ideológica envidiable, el Gobierno apela a viejas recetas que, a la larga, le han empeorado la vida a los más necesitados: atrasos en tarifas y tipo de cambio, diagnósticos errados sobre la suba de los precios o pasión por hacer desaparecer la oferta de vivienda y encarecer así los alquileres, por ejemplo. No es extraño entonces que la Argentina del cepo cambiario, la que combate a Mercado Libre y la que casi no recibe inversiones sea un lugar cuyo riesgo para invertir resulte 12 veces más alto que el de Uruguay o casi 6 veces el de Brasil.


Estos ejemplos de caminos cerrados, que van en contra del interés de los ciudadanos que buscan salir del atolladero, han sido lamentablemente avalados, por acción u omisión, por el propio presidente de la Nación quien, la semana pasada, en el Congreso, pronunció un discurso que poco hizo para no desunir.

El problema para Alberto Fernández es que parece confundir “unión nacional” con “unidad nacional”, un aspecto este último que hace al pensamiento regimentado propio de los totalitarismos. No puede hablarse de “unidad” en democracia porque el conglomerado nunca es uniforme, pero él insiste.


Ese evidente atasco afecta gravemente el futuro, sobre todo porque la mayor parte del mundo sigue andando a otra velocidad y por carriles más racionales.



Algunos pícaros del oficialismo dicen que, en realidad, la intervención del Presidente sirvió para barrer debajo de la alfombra los casos de los innumerables vacunatorios VIP’s que le han aparecido al Gobierno por todos lados, como granos de desprecio hacia la salud de la ciudadanía en su conjunto, viveza que habrá que ver si se olvida en octubre sobre todo después de un manejo tan poco feliz de la pandemia, hoy sin vacunas para todas y todos, algo que notoriamente agravó la ya ultra delicada situación económica.


El discurso del 1-M se pareció más a una mirada sobre el propio ombligo, algo bien alejado de las necesidades de la ciudadanía, porque la enumeración de las políticas para este año hicieron centro en las cuestiones judiciales que le atañen en exclusiva a la vicepresidente, Cristina Fernández y a su familia y poco y nada a la gente. Cuando el jueves pasado, ella salió con los tapones de punta contra la Justicia quedó mucho mejor explicada la intervención presidencial.


Algunos pícaros del oficialismo dicen que, en realidad, la intervención del Presidente sirvió para barrer debajo de la alfombra los casos de los innumerables vacunatorios VIP’s.



Más allá de estas anteojeras, que son parte notoria del encierro de fin de partida, está el interés por mantener vivos los feudos pobres de toda pobreza, como los de Formosa o Santiago del Estero, regímenes prepotentes a los que les da lo mismo impedir la circulación de los ciudadanos, tirotearlos con balas de goma, perseguir a la prensa o construir un fastuoso estadio de 1.500 millones de pesos en un ambiente de miseria. Total, sus gobernantes saben que el poder central los tolera, los justifica y los acompaña, seguramente porque ellos ganan elecciones con porcentajes extraordinarios y nadie pregunta cómo lo hacen.


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios