“Un pueblo particularísimo”

Finalmente tal vez tendremos que convenir –me parece, una opinión nomás– en que los/las argentinos/as conformamos, en esta América al menos, un pueblo particularísimo. Capaces, por un lado, de engendrar el movimiento político social más grande de la historia de América Latina con el peronismo y, por otro, remedar lo peor del nazismo con la dictadura cívico-militar clerical del 76. Producir por una parte a Néstor y a Cristina y en las antípodas, ahora nomás, caer en la administración de una marioneta, digitada por los poderes más siniestros que devastan el mundo. Más de 60 años pasaron desde la instalación del odio oligárquico tras la caída de Perón en el 55. Bombardeo a la Plaza (único, hasta hoy, en la historia perpetrado por las Fuerzas Armadas de un país contra su propio pueblo en tiempos de paz), centenares de muertos, 40 de ellos chicos escolares que iban en un micro a conocer al presidente. 60 años de aquello, y el odio de los desalmados intacto… Volverían si les fuera dado, de ser posible, a esas masacres, a derrochar sangre en los basurales, a introducir ratas en el sexo de las mujeres sobre las mesas de tortura, a dinamitar los cuerpos, a desaparecerlos, a hundirlos en tierras, en ríos; a incinerarlos, a procurar disolver la memoria, a inocular el virus del olvido generalizado. Decía Cortázar que la dictadura argentina del 76 había sido peor que la de los nazis y que la de Pinochet porque había creado la inédita figura de la desaparición masiva, contra las de aquellos, que fusilaban a mansalva, que asesinaban a cara descubierta, que en general no ocultaban sus crímenes sino que los exponían a la vista del mundo, tal como sin ambages lo hizo Pinochet, recluyendo miles de detenidos en el estadio nacional de fútbol. Paroxísticos, imprevisibles, retorcidos, así somos, a extremos pendulares que van del cielo al infierno sin medianías. Violentos desde hace más de medio siglo, o desde siempre, vaya a saber. Por allí tal vez está el punto en donde nos parezcamos al imperio que nos esclaviza desde hace un siglo. En eso de la iracundia casi patológica, de lo desatado, eso que refería Oscar Wilde cuando radiografiaba como nadie lo hizo a esa cuna de invasores, esa plaga de langostas, al escribir lo siguiente: “Estados Unidos fue de la barbarie a la decadencia sin pasar por la civilización”. Ojalá nos salve a nosotros la raíz latina que no descuida el adentro y podamos con los años saber lo que es la armonía. Cuestión de tiempo pareciera. Alejandro Flynn DNI 12.566.136 Neuquén

Alejandro Flynn DNI 12.566.136 Neuquén


Finalmente tal vez tendremos que convenir –me parece, una opinión nomás– en que los/las argentinos/as conformamos, en esta América al menos, un pueblo particularísimo. Capaces, por un lado, de engendrar el movimiento político social más grande de la historia de América Latina con el peronismo y, por otro, remedar lo peor del nazismo con la dictadura cívico-militar clerical del 76. Producir por una parte a Néstor y a Cristina y en las antípodas, ahora nomás, caer en la administración de una marioneta, digitada por los poderes más siniestros que devastan el mundo. Más de 60 años pasaron desde la instalación del odio oligárquico tras la caída de Perón en el 55. Bombardeo a la Plaza (único, hasta hoy, en la historia perpetrado por las Fuerzas Armadas de un país contra su propio pueblo en tiempos de paz), centenares de muertos, 40 de ellos chicos escolares que iban en un micro a conocer al presidente. 60 años de aquello, y el odio de los desalmados intacto... Volverían si les fuera dado, de ser posible, a esas masacres, a derrochar sangre en los basurales, a introducir ratas en el sexo de las mujeres sobre las mesas de tortura, a dinamitar los cuerpos, a desaparecerlos, a hundirlos en tierras, en ríos; a incinerarlos, a procurar disolver la memoria, a inocular el virus del olvido generalizado. Decía Cortázar que la dictadura argentina del 76 había sido peor que la de los nazis y que la de Pinochet porque había creado la inédita figura de la desaparición masiva, contra las de aquellos, que fusilaban a mansalva, que asesinaban a cara descubierta, que en general no ocultaban sus crímenes sino que los exponían a la vista del mundo, tal como sin ambages lo hizo Pinochet, recluyendo miles de detenidos en el estadio nacional de fútbol. Paroxísticos, imprevisibles, retorcidos, así somos, a extremos pendulares que van del cielo al infierno sin medianías. Violentos desde hace más de medio siglo, o desde siempre, vaya a saber. Por allí tal vez está el punto en donde nos parezcamos al imperio que nos esclaviza desde hace un siglo. En eso de la iracundia casi patológica, de lo desatado, eso que refería Oscar Wilde cuando radiografiaba como nadie lo hizo a esa cuna de invasores, esa plaga de langostas, al escribir lo siguiente: “Estados Unidos fue de la barbarie a la decadencia sin pasar por la civilización”. Ojalá nos salve a nosotros la raíz latina que no descuida el adentro y podamos con los años saber lo que es la armonía. Cuestión de tiempo pareciera. Alejandro Flynn DNI 12.566.136 Neuquén

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