Una roquense cuenta cómo fue vivir 11 días bajo una “lluvia de misiles” en Israel

Daniela Zerahia es hija y nieta de los dueños de la tradicional sedería Tienda Alberto. Emigró a Israel, primero en 2005 y otra vez en 2020, con su familia. Pese a la tensión, no volvería. “Me siento más segura allá”, dice.


M ientras se mantiene la tregua entre Israel y Hamás, en los poblados del interior de Israel la vida va volviendo gradualmente a la normalidad: hay más circulación, los comercios reabren, las escuelas reanudan sus clases. Daniela Zerahia tiene 38 años y es roquense: sus padres Héctor y Mónica y antes su abuelo fueron propietarios de la conocida sedería “Tienda Alberto”, en pleno centro de la ciudad. Daniela emigró por primera vez a Israel entre 2005 y 2016, vivió luego varios años en Neuquén por motivos laborales y en febrero de 2020, justo antes de que se declarara la pandemia, retornó allí con su familia. Ahora reside en Ashalim, una pequeña comunidad agrícola unos 30 kilómetros al sur de Beersheva, en pleno desierto del Neguev. El sector es conocido por tener la planta de energía solar y térmica con la torre solar más alta del mundo.

Durante los 11 días de conflicto , Daniela, su esposo y sus tres hijos (8, 5 y dos años) debieron mantener una rutina de seguridad: ante el sonido de la sirena, buscar refugio y esperar a que pase el peligro. En diálogo con “Río Negro” relata cómo fue vivir bajo una “verdadera lluvia de misiles”: en todo el país cayeron más de 4.000 cohetes. “Por suerte el sistema ‘Cúpula de Hierro’ de Israel interceptó a casi el 90%, sino otra hubiera sido la historia: hablaríamos de miles de muertos y heridos”, relata desde su casa, ya más tranquila.

Señala que, durante la crisis «en el día a día se trató de vivir lo más normal posible, porque la vida sigue, sabíamos que esto iba pasar. Acá tenemos una educación cívica muy alta, cuando suena la sirena sabemos que hacer: tanto si estamos en el auto, en la calle, en nuestra casa o si estamos en una casa donde no hay refugio, sabemos adónde ir. El saber te da poder, te baja la incertidumbre y el miedo. Porque escuchar una sirena asusta, la explosión asusta, pero sabés que estás resguardado en un lugar. Por eso hubo pocas muertes: la gente se cuida mucho” señala .

Ubicación aproximada de Ashalim

Por otra parte, después de más de un año de pandemia «sabíamos lo que era estar encerrados, la gente volvió al home-office, las escuelas y jardines hicieron clases virtuales, porque cuando pasan estas crisis son lo primero que cierran. Vos salís a trabajar, al súper o a hacer un trámite y sabés que hay que hacer si hay alerta”, explica.

En su casa “mi esposo salió a trabajar, yo trabajé en casa, los chicos estudiaban o jugaban adentro. Si sonaba la sirena nos íbamos al refugio, tranquilos: allí tenemos agua, colchones, juguetes, ellos pasan mucho tiempo jugando allí. A veces íbamos al parque o la plaza, si la situación era tranquila. Se trata de no entrar en la paranoia de si cae o no un misil”, agrega Daniela.

Daniela explica que Ashalim está a más de 40 kilómetros de la Franja, en línea recta, pero los cohetes de Hamas tienen un alcance de cientos de kilómetros, por lo que también llegaron a ese sector (la mayoría cayó en el desierto), aunque la ciudad más afectada fue la más poblada, Beersheva.

«Pensá que llegaron hasta el norte de Tel Aviv, que son más de 100 kilómetros o Eilat, a 200 kilómetros. Israel, ademas, es un país muy pequeño en extensión”, señala.

Israelíes inspeccionan los daños causados por un cohete de Hamas en una vivienda (AP Photo/Tsafrir Abayov)

Zerahia destaca como lo más preocupante de esta crisis los disturbios y ataques entre la población civil en varias ciudades israelíes. «Esta vez hubo levantamientos y enfrentamientos entre judíos y musulmanes israelíes en las ciudades mixtas del país: allí todos conviven, mandan sus chicos a la misma escuela, todos recibieron las vacunas, ni siquiera en la Intifada vi esta situación, es lo que más me preocupa. Lo de Hamás son misiles: es grave, pero después hay tregua y la situación pasa. Pero las tensiones internas quedan, acá hubo gente que murió en linchamientos”, explica. Por ejemplo, en la zona donde viven hay beduinos, musulmanes nómades. “Nosotros tuvimos alerta de piedras en la ruta, quema de gomas, vandalismo en poblados, entonces ahí hay mucha tensión. Esos resentimientos quedan después, es mucho más impredecible: vos vas en el auto y recibís una piedra o un disparo, de tu propio vecino. No hay alerta y protocolo”, explica.

Tili, el misil amigo

Lo más complejo es explicarles la situación a los niños. Daniela señala que “tenemos mucho apoyo de las maestras y hay varios videos para chicos. En hebreo la palabra misil se dice ‘til’, entonces crearon un personaje que es ‘Tili’, un misil de la Cúpula de Hierro, que les cuenta a los nenes que Tili sale con sus amigos para que el misil de Hamás explote en el aire y no nos caiga en la casa. Las preguntas más frecuentes son ‘porqué no nos quieren’, ‘porqué nos tiran misiles’. Los chicos que están cerca de la Franja viven mucho en refugios, se les explica más a fondo, nosotros decidimos no dar toda la información, sólo lo básico indispensable” .

«Tili», el personaje que enseña cómo funciona la «Cúpula de Hierro» a los niños.

Pero aunque se trate de llevar vida normal, siempre existen consecuencias para los chicos, como estrés o ansiedad. “Aparecen miedos, lloran mucho, algunos no quieren dormir solos, no comen, o los más chiquitos tienen regresiones de miedo como volver a hacerse pis. Por relatos de amigas que están más cerca de Gaza o donde cayeron muchos misiles sé que en algunos chicos quedan situaciones postrauma: muchos saltan ante cualquier ruido”, agrega.

A pesar de lo angustiante que pudiera ser la situación Daniela no se plantea volver a la Argentina.

Su definición es rotunda: «Nunca, no volvería a la Argentina, nosotros volvimos de allá el 1 de febrero de 2020 y a las tres semanas se declaró la pandemia, cerraron el aeropuerto y no teníamos ni idea de qué era esto del coronavirus. Pero no volvería: amo mi país, Argentina, pero acá me siento muy segura, a pesar de todo. A mí en Argentina me daba miedo llevar a mis hijos a la plaza: acá muchas veces los mando a jugar solos a los más grandes al parque con los amigos”, grafica.

Sobre el conflicto, señala que no es fácil una salida. «Es un tema muy complejo. Cuando yo estudié Comunicación acá, me costó mucho. Uno tiende ver este conflicto con ojos de Occidente, pero esto es Oriente: es un conflicto ideológico, religioso, sociológico, cultural, no se trata sólo de una guerra por recursos o territorios, es sobre cosas muy viscerales y simbólicas que es difícil explicarle a un occidental. El conflicto por tierra es sólo una parte. Se pelea por historia, religión, ideología”, advierte.


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