Violentos afuera
El deporte formativo y las agresiones
MARCELO ANTONIO ANGRIMAN (*)
En una columna titulada “Padres agresivos out” (“Río Negro”, 25/4/13), dimos cuenta de un hecho sucedido en la localidad de San Francisco, provincia de Córdoba, por el cual una institución local decidió aplicar el derecho de admisión de por vida a un padre que recurrentemente insultaba a su hijo. El 27 de julio pasado, se conoció que en la ciudad de Zapala un espectador agredió verbal y físicamente a un adolescente de 13 años de edad que participaba de un encuentro de handbol. Pocos días atrás, el Consejo Directivo de la Unión de Rugby del Alto Valle dio a conocer la imposición de una pena que le impide por 99 años participar de eventos deportivos a un padre que, fuera de sí, atacó a un árbitro durante un partido de rugby. El suceso, según da cuenta la página de la asociación, ocurrió cuando al finalizar un partido entre dos divisiones de M17, entre Catriel RC y Marabunta RC, un papá ingresó al campo de juego y golpeó al referí, por estar en desacuerdo con sus fallos. Además, el Tribunal de Disciplina requirió al club Marabunta que arbitre los medios necesarios para evitar que vuelva a repetirse un evento similar. Todos estos lamentables hechos confluyen en un denominador común: la incipiente presencia de violencia en el deporte formativo. Paradójicamente, la misma no es generada por los protagonistas, sino por los espectadores de los encuentros. Se da así una irónica inversión de roles, por la cual los espectadores pasan a ser patéticos protagonistas y los verdaderos se transforman en involuntarios observadores. Se ignora así a los jugadores, a la autoridad, al resto del público y sobre todo el deporte. Pero particularmente, cuando alguien ejerce violencia en este contexto, atenta letalmente contra el juego. El juego es una instancia única de aprendizaje, ya que constituye una invitación a la tolerancia, a compartir aciertos y errores de compañeros y a saber aceptar la superioridad o inferioridad del adversario. Cuando se desconoce la esencia lúdica del deporte merced a un hecho de violencia, se bastardea la educación. ¿Qué clase de educación se brinda cuando se niega la autoridad instituida y se intenta ejercer la justicia por mano propia? ¿Qué es lo que provoca que una persona niegue la ley y decida imponerse por la fuerza? Podrá decirse válidamente que la violencia está presente en nuestra sociedad en muchos más ámbitos de los que desearíamos. También, que semana tras semana vemos cómo la irrupción de energúmenos e inadaptados –muchos de los cuales viven de ello– dejan huellas lamentables en el fútbol profesional argentino. Pero los casos citados no son propios del fútbol rentado, ni de negocio espurio alguno. Se podrá alegar a su vez, que el árbitro puede incurrir en fallos desacertados que en ciertas oportunidades definen los partidos y así dar pie a una injusticia. Ello también puede ser factible, mas habrá que comprender que el juez deportivo no es sino una persona falible que dedica su tiempo para dirigir partidos ad honórem o recibiendo a cambio una magra paga. Sin perjuicio de exigir a las asociaciones y federaciones un mayor rigor en la calidad de la formación referil, el margen de error siempre existe y ello es algo con que los jugadores y entrenadores deben convivir. Estas verdades, con sus más y sus menos, parecen ser interpretadas por deportistas y entrenadores. El problema se suscita con algunos padres o espectadores. En tal sentido, es tan cobarde que se atente contra un menor de edad como deleznable que se ataque físicamente a un árbitro. Es allí donde las instituciones deben poner un freno y su mensaje debe ser contundente. Son éstas las que deben preguntarse: ¿qué es lo que se quiere del deporte formativo y a qué apunta la institución? En esta línea de razonamiento debe existir un mismo idioma entre el club y el entrenador que necesariamente debe ser transmitida a los padres. Ese ideario compartido debe ser un mensaje constante en reuniones, charlas y debates, privilegiando ante todo la formación. Debe quedar en claro que la entrega de un grupo en búsqueda de un objetivo tiene tanta o más importancia que el resultado concreto, puesto que el esfuerzo forma y el segundo, en algunas ocasiones, deforma. Además, esa manera de interpretar el deporte logra conformar mejores grupos, descomprime exitismos y muchas veces, por qué no, es la mejor manera de llegar a buen puerto. La decisión de vedar el acceso de ciertos padres a los partidos de divisiones formativas por ejercer violencia contra jugadores, árbitros u otros espectadores no se celebra, pero parece un primer paso para poner coto a situaciones de agresión. Si además, estos casos trascendieran al ámbito judicial y se comprobase la autoría de un ilícito, sería recomendable pensar en la aplicación de la sanción correspondiente complementada con tareas comunitarias, tales como el asistir a cursos de arbitraje y dirigir gratuitamente encuentros de menores. Tal vez de dicho modo, poniéndose en el lugar del otro, se recupere algo de la vista perdida. Propongo –al mejor estilo papa Francisco– la instalación en los accesos de clubes y gimnasios de una máxima que rece: “El deporte formativo y la violencia son incompatibles”. Un recordatorio que nos susurre mansamente al oído “dejemos a nuestros chicos jugar en paz”. (*) Abogado. Profesor nacional de Educación Física. marceloangriman@ciudad.com.ar
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