La historia de un sobreviviente de la trágica avalancha del cerro Ventana que cumplió su sueño

Hace 18 años, los hermanos Lemos fueron víctimas del trágico alud blanco. Nicolás estuvo una semana en coma y despertó. Hoy, recuerda aquellos días difíciles, y cuenta cómo lo superó,  y pudo seguir.

Una semana después, Nicolás despertó. Apenas abrió los ojos, preguntó, afligido: “¿dónde está Martín?”. Observó, desorientado, la habitación donde se encontraba. Pensó que estaba en la casa de sus padres, en Senillosa. Pero no reconocía nada a su alrededor. Después, observó que su padrino entraba a la pieza y creyó que se había despertado en la ciudad de Mendoza. No entendía nada. Eran los primeros días de septiembre de 2002 y Bariloche recién comenzaba a prepararse para recibir la primavera.


Nicolás Lemos recuerda que nadie le dio explicaciones en el sanatorio. Había motivos para tanto silencio. Recién se recuperaba tras haber estado una semana en coma como consecuencia de una fractura de cráneo.
Por eso, los médicos recomendaron no decirle en ese momento que su hermano gemelo, Martín, había muerto atrapado por una avalancha la tarde del 1 de septiembre de en el cerro Ventana. No fue la única víctima.


El alud blanco había provocado la muerte de 9 estudiantes de la carrera de Profesorado de Educación Física, con orientación a las actividades de montaña, que se dictaba en el Centro Regional Universitario Bariloche (CRUB) de la Universidad Nacional del Comahue. Por esos días, la tragedia enlutaba la casa de altos estudios y la comunidad de la montaña estaba conmocionada.

Nicolás había quedado atrapado en la avalancha y sobrevivió, junto a otros 5 compañeros. También, el guía de montaña Andrés “Andi” Lamuniere, que conducía al grupo de estudiantes en esa caminata. 18 años después, relató a RÍO NEGRO esa dramática etapa de su vida.


Por televisión


Comenta que su madre, Ana María La Rossa, se enteró de la avalancha, cuando miraba una canal de televisión, en Senillosa. La tragedia del cerro Ventana se transformó en la principal noticia durante varias jornadas.

Nicolás relata que estuvo tres semanas internado en el sanatorio, donde además le hicieron una operación de un tobillo, porque se habían separado la tibia y peroné. Recuerda que sus familiares le decían que su hermano había tenido un accidente. “Yo pensaba que Martín se había accidentado en el colectivo de regreso de la caminata”, cuenta Nicolás. Sus compañeros de la carrera lo visitaban, pero nadie le contaba nada.
Su madre ocultó como pudo su dolor, para que Nicolás no se diera cuenta.

La mujer esperó prudentemente hasta que le dieran el alta a su hijo, para contarle lo que había pasado con Martín y sus 8 compañeros de la Universidad. Nicolás estaba confundido tras conocer el drama que había ocurrido. Es que esos días internado -aún convaleciente- le había sucedido algo increíble.

Los gemelos Lemos habían llegado a principios de 2002 a Bariloche. “A mi hermano le gustaba mucho lo relacionado con la arquitectura, el diseño. A mí me encantaba la Educación Física y como mi vieja era docente y mi viejo era profesor de Educación Física, toda la vida había estado en un gimnasio”, evoca.


Juntos


Su hermano decidió acompañarlo en su sueño. Los gemelos Lemos eran inseparables. Sus padres le alquilaron un monoambiente por la calle Campichuelo, a pocas cuadras del CRUB.

Los dos cumplieron 19 años mientras cursaban. Nicolás rememora que había otros chicos de Senillosa, que estudiaban la misma carrera y los ayudaron esos primeros meses en la adaptación. Nicolas dice que nunca se pudo acostumbrar al frío y la lluvia permanente de Bariloche.

Martín y Nicolás.


Tras la tragedia, regresó a Senillosa. Los primeros meses fueron duros. Y si bien tenía el afecto de su familia y el cariño de sus amigos, las calles del pueblo ya no eran lo mismo. El recuerdo de su hermano estaba presente en todos lados.

Allí, los gemelos Lemos crecieron juntos. Corrieron hasta quedar exhaustos y compartieron travesuras. Soñaron. Nicolás lo extrañaba demasiado. “Fue aprender a vivir solo, porque durante 19 años habíamos hecho todo juntos”, explica Nicolás.

Se propuso no abandonar la carrera que amaba con pasión. “Volví a Bariloche y retomé mis estudios, porque quería seguir”, comenta.

Estuvo dos o tres años en Bariloche. Fue difícil. Tenía el acompañamiento de sus compañeros de la carrera, de las autoridades de entonces del CRUB, pero había un vacío que le dolía en el alma.

“Me cayó la ficha. Me di cuenta de que mi hermano me hacía mucha falta. Es que éramos muy compañeros, muy amigos”, afirma. “Decidí regresar a mis pagos, en Senillosa, necesitaba estar con mi vieja”, relata.


La vuelta


El regreso con las manos vacías a su pueblo se transformó en una mochila que tuvo que sobrellevar varios años. “Estuve diez años viendo qué hacer con mi vida”, admite. Fueron momentos donde tuvo que luchar, para sobreponerse. “Fui papá y tuve que salir a trabajar”, manifiesta.
Nicolás buscó ayuda y dice que la terapia grupal que hizo en la ciudad de Neuquén lo rescató. También su madre y su familia.

Cuando reorganizó su vida, resolvió retomar la carrera que lo apasiona. Se anotó en un instituto terciario de la ciudad de Neuquén y comenzó de nuevo. Estudiaba y trabajaba en la Municipalidad de Senillosa, en el área de Defensa Civil.

Se recibió hace dos años como profesor de Educación Física. Explica que cuando rindió la tesina fue un momento de sensaciones encontradas. Lo acompañaron su madre, su esposa Yoana, y sus hijos, Tomas, el mayor, Agustín, Alma y Cielo, la más pequeña. “Se me mezcló la alegría, la tristeza. Me acordé de todo lo que pasé y no me salían las palabras”, sostiene. Tras aprobar, se fundió en un abrazo con sus seres queridos. “Recibirme fue como llenar un álbum en el que faltaban algunas figuritas”, confiesa. Hoy, está anotado en el CPE de Neuquén para hacer suplencias.


Durante 18 años, cada 1 de septiembre Nicolás recibe llamados de amigos y familiares cercanos. Es una fecha muy especial. Y lo vive con intensidad. También su madre. “A mis amigos les digo que el 1° de septiembre es un cumpleaños para mí, porque fue como volver a nacer”, explica. Dice que por la grave lesión que sufrió en el cráneo tuvo que someterse a varias cirugías reconstructivas. 18 años después, aún tiene una placa de titanio en la cabeza.
A mi hermano lo tengo siempre presente”, enfatiza Nicolás, que hoy tiene 37 años. “Lo recuerdo siempre feliz. Él siempre le gustaba andar bien peinado, como se producía más”, añora.


Acompañado


Dice que Martín estuvo a su lado en los momentos más críticos que vivió. Ocurrió en septiembre de 2002 tras la avalancha, cuando estaba internado después de que superara el coma. “Recuerdo que mi vieja entraba a la habitación y le decía: má, hoy estuvo el Martín conmigo y mi vieja me decía qué te dijo”, narra.

“Yo le contaba a mi vieja que Martín me decía, enojado, que no tenía que ser boludo, que tenía que levantarme, que no podía estar tirado en una cama”, evoca.

“Mientras le contaba eso, yo veía que a mi vieja se le caían las lágrimas, pero no me decía nada. Yo seguía sin saber que mi hermano estaba muerto. Ella solo me escuchaba”, recuerda.

Describe que cuando le dieron el alta, lo llevaron en una silla de ruedas a despedirse de los médicos, enfermeras y del personal del sanatorio.

Una médica le dijo a su mi vieja si podían hablar a solas. Cuando llegamos al departamento en Bariloche mi vieja me contó por qué esa doctora la había llamado”, rememora.

“Mi vieja me dijo que esa doctora era de terapia intensiva y le había revelado que, a veces, cuando me iba a ver estando yo en coma, siempre al lado mío había como una luz. Es medio como místico, pero es lo que me pasó. Después, la médica le dijo a mi vieja que había dejado de ver esa luz cuando me empecé a recuperar”, cuenta.

“Por eso, a todo el mundo le digo que mi hermano se aseguró que yo me recuperara y después él se fue y es lo que recuerdo todos los días de mi hermano, asegurándose de que yo saliera adelante”, expresa, convencido, Nicolás.


Se puso todo oscuro


El 1 de septiembre había amanecido con sol en Bariloche. El grupo de primer año de la carrera de Profesora de Educación Física, con orientación a la montaña, salía todos los fines de semana de caminata. Era una actividad de la materia “Caminatas de Montaña”.


Esa jornada, Andy Lamuniere resolvió de imprevisto una salida al cerro Ventana, que todavía estaba cubierto de nieve. Por lo general, los estudiantes salían juntos y, después, se dividían en grupos.

“Íbamos caminando en fila, no recuerdo bien si mi hermano iba delante o atrás mío, pero siempre íbamos juntos porque compartíamos los materiales”, rememora Nicolás Lemos.

“En la caminata escuchábamos como unos disparos y el comentario entre nosotros era como que los gendarmes estaban haciendo pruebas. Jodíamos con el tema de tener cuidado con una bala perdida”, sostiene.

“En realidad, esos ruidos eran el crujido del hielo”, asegura Nicolás 18 años después. “La avalancha no nos dio tiempo a nada. Yo tuve la sensación como si estuviera parado sobre una alfombra y alguien tira con mucha fuerza desde una punta y caí al suelo”, recuerda.

No tiene ningún registro de cuándo los rescatistas lo hallaron en la nieve y lo liberaron. Nada. “Lo último que recuerdo es que se me puso todo oscuro y me desperté en la habitación del sanatorio”, cuenta.

Nicolás cuenta que dos años después de la tragedia regresó al cerro Ventana con su madre. Hicieron una caminata por el lugar. Fue la única vez.

“Cuando iba entrando a Bariloche tenía la sensación como que los cerros se venían abajo, como si se derritieran como una vela”, explica.


Las víctimas


En la avalancha del cerro Ventana murieron los estudiantes Mario Sebastián Tapia, Antonio Humberto Díaz, Adrián Marcelo Mercado, Oscar Fabricio Vaccari, María Gimena López, Gimena Solange Padín, Martín Sebastián Lemos, Paolo Jesús Machello y Roberto “Beto” Monteros. Todos cursaban el primer año de la carrera Profesorado de Educación Física, con orientación en actividades de montaña.


Condena en suspenso


El guía de montaña Andrés “Andi” Lamuniere, quien conducía el grupo arrastrado por una avalancha en el cerro Ventana, fue condenado el 4 de mayo de 2005 por el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Roca a la pena de 3 años de prisión, de cumplimiento efectivo como autor del delito de homicidio culposo agravado de los 9 estudiantes universitarios y lesiones culposas en concurso ideal.

Además, le impusieron 10 años de inhabilitación especial para desempeñarse como docente y guía de montaña. El juicio se desarrolló en Bariloche.

Los jueces, en forma unánime, valoraron el dictamen de los peritos, consignaron los diarios en ese momento. Para el tribunal, el guía actuó con negligencia, impericia e imprudencia. Advirtieron que a pesar de que Lamuniere tenía capacidad e idoneidad como guía, faltó a su deber de cuidado ya que estaba en la montaña con menores de edad, inexpertos, mal equipados, que no habían cenado debidamente la noche anterior y todos bajo su orden.

Los jueces sostuvieron en la sentencia que Lamuniere tenía otro camino más seguro para transitar la montaña, el conocido como “de las pircas”. No obstante, eligió el equivocado.

Concluyeron que no tuvo la precaución de transitar de a uno por el lugar del peligro, por lo que consideraron que “no lo advirtió” o lo “subestimó”.

La defensa apeló y la Cámara Nacional de Casación Penal a principios de marzo de 2006 dejó sin efecto el cumplimiento efectivo de la pena. Los camaristas dejaron en suspenso la pena y le impusieron pautas de conducta. Valoraron que no tenía antecedentes penales y los informes sociales favorables.


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