Adiós a un impuesto “a los gordos”
La imaginación de los políticos evidentemente no es demasiado frondosa. Ésa es nuestra realidad al menos. Excepto cuando se trata de generar nuevos impuestos que permitan operar al sector público con más oxígeno y comodidades, los que se sancionan con toda suerte de disfraces. Hasta hace algunas pocas semanas existía, en Dinamarca, un impuesto bien peculiar. De alguna manera, podríamos llamarlo un impuesto “a los gordos”. Después de haber estado en vigencia por apenas un año, la gabela acaba de ser expresamente derogada por el Parlamento danés. Ocurre que su administración era cara y, más aún, que sus pretendidos efectos sobre el cuidado la salud popular, esto es sobre el control de la obesidad, resultaron meramente relativos. Un impuesto ineficiente, queda visto. Como si eso fuera poco, su impacto sobre los precios de algunos de los alimentos básicos resultó significativo. Por ejemplo, se calcula que el impuesto ahora derogado impactaba sobre el precio de la manteca o de los quesos o cremas, aumentándolos en un orden del 9%. Bien significativo, entonces. Para el tesoro danés se acabó así una fuente de recursos que, en el 2012, se estimara en unos 216 millones de dólares. Para compensar la pérdida de ingresos, de inmediato se anunciaron algunos “retoques” al impuesto a las ganancias en lo que a suba de tasas y recorte de deducciones se refiere. No obstante, lo cierto es que algunos impuestos más o menos similares siguen aún estando en vigencia en el Reino Unido, Suiza y Alemania. La idea subyacente es siempre la de penalizar las comidas que se comercializan con un alto contenido de grasas, por lo general de más del 2,3%. No obstante, aprendiendo de alguna manera de su experiencia con el impuesto “a los gordos”, Dinamarca ha decidido no avanzar con un proyectado impuesto al azúcar, basado en consideraciones sanitarias similares a las que impulsaron la creación del impuesto a los contenidos grasos de los alimentos, hoy sin efecto. (*) Analista del Grupo Agenda Internacional
Gustavo Chopitea (*)
La imaginación de los políticos evidentemente no es demasiado frondosa. Ésa es nuestra realidad al menos. Excepto cuando se trata de generar nuevos impuestos que permitan operar al sector público con más oxígeno y comodidades, los que se sancionan con toda suerte de disfraces. Hasta hace algunas pocas semanas existía, en Dinamarca, un impuesto bien peculiar. De alguna manera, podríamos llamarlo un impuesto “a los gordos”. Después de haber estado en vigencia por apenas un año, la gabela acaba de ser expresamente derogada por el Parlamento danés. Ocurre que su administración era cara y, más aún, que sus pretendidos efectos sobre el cuidado la salud popular, esto es sobre el control de la obesidad, resultaron meramente relativos. Un impuesto ineficiente, queda visto. Como si eso fuera poco, su impacto sobre los precios de algunos de los alimentos básicos resultó significativo. Por ejemplo, se calcula que el impuesto ahora derogado impactaba sobre el precio de la manteca o de los quesos o cremas, aumentándolos en un orden del 9%. Bien significativo, entonces. Para el tesoro danés se acabó así una fuente de recursos que, en el 2012, se estimara en unos 216 millones de dólares. Para compensar la pérdida de ingresos, de inmediato se anunciaron algunos “retoques” al impuesto a las ganancias en lo que a suba de tasas y recorte de deducciones se refiere. No obstante, lo cierto es que algunos impuestos más o menos similares siguen aún estando en vigencia en el Reino Unido, Suiza y Alemania. La idea subyacente es siempre la de penalizar las comidas que se comercializan con un alto contenido de grasas, por lo general de más del 2,3%. No obstante, aprendiendo de alguna manera de su experiencia con el impuesto “a los gordos”, Dinamarca ha decidido no avanzar con un proyectado impuesto al azúcar, basado en consideraciones sanitarias similares a las que impulsaron la creación del impuesto a los contenidos grasos de los alimentos, hoy sin efecto. (*) Analista del Grupo Agenda Internacional
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