Artista de la docencia
Como hombre sensible y delicado que era, José Manuel un día, me invitó a tomar el té a eso de las cinco de la tarde, tal y como manda la tradición anglo. Charlamos tres o más horas con el ceño fruncido, con la pasión y el despropósito con los que dos amantes del cine, la música, la literatura y otras tantas materias suelen hacerlo, cuando consiguen algo de tiempo y espacio. José Manuel dominaba cada uno de los géneros, no sólo como simple espectador o consumidor, también como crítico inteligente, preparado para recibir de cada arte su porción de gloria. Su voz cantarina transportaba palabras cultas, conceptos cuidadosamente elaborados. No planeaba bajo José Manuel. Su erudición merecía ser disfrutada. Después de un rato, uno terminaba por aceptar que él mismo también podía ser considerado un hecho artístico. En ocasiones, se lo veía por la calle, impecable, alegre, nacido para el saludo afectuoso. Era propietario de un estilo al vestir y al expresarse, que saben elaborar ciertas personalidades educadas entre grandes caudales de textos e imágenes. Hasta donde sé, no resignó el manejo, no lo tercerizó. Su Renault 19 gris, siempre flamante, parecía un milagro de la tecnología, pero era José Manuel, pequeño y autosuficiente perdido en el asiento de su vehículo, el que se trasladaba de un punto a otro de la ciudad. “La crítica es valiosa, la crítica es útil”, me había advertido en una de nuestras conversaciones. Y yo, que por entonces desdeñaba los análisis, comencé a interesarme por el desglose y la proporción, por los pequeños secretos que componen la estructura de una obra. Con José Manuel, se fue, si cabe el término, un artista de la docencia.
Claudio Andrade candrade@rionegro.com.ar
Como hombre sensible y delicado que era, José Manuel un día, me invitó a tomar el té a eso de las cinco de la tarde, tal y como manda la tradición anglo. Charlamos tres o más horas con el ceño fruncido, con la pasión y el despropósito con los que dos amantes del cine, la música, la literatura y otras tantas materias suelen hacerlo, cuando consiguen algo de tiempo y espacio. José Manuel dominaba cada uno de los géneros, no sólo como simple espectador o consumidor, también como crítico inteligente, preparado para recibir de cada arte su porción de gloria. Su voz cantarina transportaba palabras cultas, conceptos cuidadosamente elaborados. No planeaba bajo José Manuel. Su erudición merecía ser disfrutada. Después de un rato, uno terminaba por aceptar que él mismo también podía ser considerado un hecho artístico. En ocasiones, se lo veía por la calle, impecable, alegre, nacido para el saludo afectuoso. Era propietario de un estilo al vestir y al expresarse, que saben elaborar ciertas personalidades educadas entre grandes caudales de textos e imágenes. Hasta donde sé, no resignó el manejo, no lo tercerizó. Su Renault 19 gris, siempre flamante, parecía un milagro de la tecnología, pero era José Manuel, pequeño y autosuficiente perdido en el asiento de su vehículo, el que se trasladaba de un punto a otro de la ciudad. “La crítica es valiosa, la crítica es útil”, me había advertido en una de nuestras conversaciones. Y yo, que por entonces desdeñaba los análisis, comencé a interesarme por el desglose y la proporción, por los pequeños secretos que componen la estructura de una obra. Con José Manuel, se fue, si cabe el término, un artista de la docencia.
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