Mujeres neuquinas -por adopción- asentadas en la primera mitad del siglo XX


NEUQUÉN

Mi madre Antonieta María Perri, que hoy cumpliría un siglo de vida, había nacido el 19 de marzo de 1923 en Nicastro, provincia de Catanzaro, Calabria, Italia. Es hija de Carolina Nicotera y Juan Perri. Antes de nacer mi mamá, su padre emigró a tierras argentinas: fue uno de los tantos inmigrantes que vinieron a trabajar para luego llamar a su familia, y como la mayoría también se alojó en el Hotel de los Inmigrantes, en Buenos Aires. Don Juan realizó diferentes tareas hasta que ingresó en el ferrocarril. Cuando Antonieta tenía cinco años vino a la Argentina con su madre. Navegaron cuarenta días en ese bravío océano y cuando llegaron, recién allí conoció a su padre.

Por el trabajo de Juan en el ferrocarril vivieron en Tornquist y Algarrobo, localidades de la provincia de Buenos Aires, hasta que recalaron por más tiempo en la ciudad ferroviaria de Darwin. De ese lugar Antonieta guardaba los mejores recuerdos de su infancia en las famosas colonias del ferrocarril. Tuvo tres hermanas: las mellizas (fallecidas antes de venir a Neuquén) y Sara Carmen, que murió adolescente. Cuando llegaron a la provincia nació su hermano Fernando Juan, que siguió los pasos de su padre en el ferrocarril.

Antonieta y Juan hicieron la escuela primaria en la vieja escuela N° 2, en la esquina de Avenida Argentina y Carlos H. Rodríguez, edificio ícono de la historia neuquina y demolido. Contaba Antonieta que no quería que la llamaran “gringa” y por esa razón se colocaba en su cabeza moños celestes y blancos, emulando una bandera argentina. Los recuerdos de su juventud quedaron atesorados en la famosa “vuelta al perro” de la Avenida Argentina y el paseo a la estación del ferrocarril, en la década del ‘40.

En uno de esos paseos conoció a un santiagueño de Matará venido con Gendarmería Nacional: Segundo Faustino Chávez. Luego de dos años de novios, se casaron el 5 de enero de 1946. De esta unión nacieron Jorge Carlos, Chango y Beatriz Carolina, Vicky. En 1951 se fueron a vivir a Las Lajas porque Gendarmería trasladó a Faustino: allí estuvieron cerca de dos años. Realmente allí hicieron “patria”: Gendarmería les daba casa, pero el lugar era desolado, cocinaban con calentador a kerosene, entre otras carencias. Cuando volvieron de Las Lajas tuvieron el restaurante Colihue en calle Ministro Alcorta, primera cuadra. La familia Pérez era vecina del restaurante, eran los dueños de la zapatería Fanacal. También estaban la carnicería de Troncoso, don Ricardo Purrete Rosa, muy amigo de Chávez. Sobre la calle San Luis, frente al cine Belgrano, vivía Clarita Rosa y su esposo Ricardín Martínez, otro amigazo de la familia. En 1954 y 1955 vivieron en la primera cuadra de la calle Alberdi: Segundo Faustino fue secretario de la Asociación Italiana. El zaguán de la Nona quedaba frente a la plaza Ministro González en calle Mendoza; sobre calle Alberdi el club Pacífico, donde don Juan Perri concurría a jugar a las bochas.

En 1956 falleció la madre de Antonieta y al año siguiente, en 1957, su esposo, a los 39 años de edad. La ultima casa que habitó con sus hijos, luego de enviudar, estaba ubicada en la esquina de Mendoza e Independencia, hoy Centro Privado de Patología del Doctor Scuteri. Había quedado a medio construir, con los cimientos cuando falleció Chávez: razón por la cual Antonieta debió asumir la tarea de terminarla para luego alquilarla. En 1970 finalmente la habitaron, hasta que se casaron sus hijos. Antonieta tiene cinco nietos, dos nietas por parte de Chango y dos nietos y una nieta por parte de Vicky. De sus bisnietos conoció a Vicente; Lila y Naomi nacieron luego de su fallecimiento.

Transcurrió sus últimos sus días entre sus amados tejidos y las visitas a sus queridas amigas quienes se acompañaban mutuamente; todas vivían entre la primera cuadra de la calle Mendoza, Rivadavia y Tucumán: Emilia Picci de Verdini, Adela Delgado de Valeiras, María Perticone de García, María Pifarré: entre todas vivieron rememorando el Neuquén de la juventud. Hoy, mamá, este sencillo homenaje, estás viva en nuestros recuerdos, cada acto de mi vida te lo dedico a vos. No hubiese podido hacer todo lo que hice si no hubieras enfrentado la vida sola a los treinta y cuatro años, y haber cuidado a mis hijos con amor y esa serenidad que era tu carácter.! Gracias mamá


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