Párroco Carlos Alberto Calzado, padre de Neuquén
La historia de la Nor Patagonia se nutrió y se nutre de pobladores que vinieron a estas tierras a escribirla con su tarea cotidiana. Las etapas de la vida religiosa neuquina podrían narrarse, a manera de síntesis, en dos espacios: territoriano y provincial. De la primera época destacamos a la Capilla de los Dolores, cuando fuera erigida en la primera década del siglo XX en aquella Avenida de calle de tierra. Y ahí recordamos a grandes párrocos como el padre José María Brentana, el padre Soldano, entre otros. La etapa provincial se vio engalanada con la construcción de la Catedral -década del ’50,’60-, la creación de la Diócesis neuquina en 1961 y el arribo del Primer Obispo don Jaime Francisco de Nevares ese mismo año. Fueron párrocos de este periodo don Antonio Fernández, don Juan Gregui, don Enrique Monteverde, don Jesús Jarabo, entre otros. La Primera Ordenación sacerdotal de Don Jaime fue la del Padre Juan San Sebastián en 1966, su secretario y amigo.
Una década después consagró sacerdote a Carlos Alberto Calzado el 13 de noviembre de 1976 en la Capilla del Huerto. Nuestro homenajeado, padre y párroco del Neuquén, nació en Buenos Aires el 14 de junio de 1949; fueron sus padres doña Teresa Rocco, de ascendencia italiana del sur, y de don Ceferino Calzado Retes, de ascendencia española. Su vocación religiosa se manifestó desde su niñez: era monaguillo en las celebraciones de su parroquia. Cursó la escuela primaria en el barrio Congreso donde vivían. El ciclo secundario hasta 2do. año lo realizó en la escuela Comercial del mismo lugar. Luego inició sus estudios en el Seminario Menor Metropolitano en Villa Devoto, en donde asistió como alumno pupilo la carrera de Bachillerato Humanístico. Una vez egresado comenzó a estudiar el Seminario Mayor; asimismo estudió Teología en la Universidad Católica de Buenos Aires. Se recibió de Profesor en Psicopedagogía en el CONSUDEC Consejo Superior de Educación Católica. Trabajó en Bs. As. como profesor en el Colegio San Ambrosio sito en el Barrio de Palermo. Fue Rector en un Colegio Privado. Antes de ordenarse sacerdote, Calzado vino a misionar a la cordillera neuquina… para enamorarse de estas tierras. Entonces, y ya decidido a permanecer en la zona, ejerció su sacerdocio primeramente en Centenario y luego en la Catedral María Auxiliadora. Su historia la recreó con motivo del aniversario de sus Bodas de Plata en el sacerdocio. Ese día enfatizó su vocación religiosa como historia de amor, entre el Señor y el que se abraza a Él. A raíz de la ornamentación que tenía el altar de su fiesta de ordenación –ramas de araucaria y claveles blancos- don Jaime le advirtió, haciendo una comparación con las plantas, que su sacerdocio estaría marcado por la hermosura y el dolor: la araucaria, un hermoso árbol que pincha si lo tocas
Aceptó el desafío de venir al Neuquén, que lo recibió con los brazos abiertos, supo devolverle con creces sus enseñanzas de religión y de vida. Había dejado su Buenos Aires, su familia, sus amigos, pero por la invocación a María Madre de la Iglesia, la Madre de los sacerdotes, por su gracia, renovó el compromiso cristiano. Carlos Alberto, el Padre Carlos, ejerció su sacerdocio acompañando a quien lo ordenara, don Jaime Francisco De Nevares, como también a sus sucesores don Agustín Radrizzani, don Marcelo Melani, don Virginio Bresanelli, y actualmente a nuestro padre Obispo don Fernando M. Croxatto.
Su rumbo cristiano lo dejó establecido en su consagración al sacerdocio, quiso conquistar la alegría de servir a sus hermanos. Su humildad, su bajo perfil, su deseo de no ser protagonista sino ser cultor del trabajo silencioso fue la meta que marcó su vida de párroco. Sus homilías únicas, estudiadas, analizadas nos hacían recrear la historia de la palabra y la interpelación de ella en nuestras vidas. Lo homenajeo junto con la comunidad neuquina. Cada uno de nosotros lleva en su corazón todo lo vivido con él, sus consejos, sus retos cuando lo creía necesario… se nos ha ido a la casa del Padre nuestro Pastor, aquél que con la palabra justa nos aconsejaba, acompañaba, nos redimía; aquel que no se olvidaba de nuestros cumpleaños, que recordaba cada detalle de nuestras familias.
Hoy sentimos su ausencia, atesoramos en nuestros corazones su recuerdo y sus consejos. Su condición de ser humano excepcional.
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