Crisis hídrica y gestión

La declaración de la emergencia hídrica para la cuenca del Neuquén, Limay y Negro trajo algún alivio a los habitantes y a los productores, pero revela que todavía resta mucho por hacer y planificar para gestionar la escasez de un recurso tan vital como el agua, que parece haber llegado para quedarse de mano de la actividad humana y del cambio climático global.

Como señalaron los especialistas, la Norpatagonia acumula 15 años de déficit de lluvia y nevadas en la alta cordillera. Y lo inquietante es que no hay señales de que vaya a revertirse el ciclo en los próximos años, una tendencia que se repite en toda Sudamérica.

En Río Negro y Neuquén algunos eventos, como las grandes nevadas y la ola polar de estos días traen alivio a los centros turísticos invernales y sirven para enmascarar la situación, pero no alteran el problema de fondo. Como explicó la Autoridad Interjurisdiccional de Cuencas (AIC), son nevadas bajas y con escasas lluvias, que no permiten “recargar la cuenca”, que además en verano sufre olas de calor importantes. Las zonas más afectadas son el norte neuquino y la Línea Sur rionegrina, pero hay un déficit general de caudales en todos los ríos de la región.

La emergencia hídrica habilita a que el agua embalsada en las represas se use prioritariamente para el riego y abastecer a ciudades e industrias regionales, postergando la generación eléctrica. Desde Nación se comprometieron a respetar la decisión, pero avanzado el verano podría volver la tensión entre las necesidades de energía de la región metropolitana de Buenos Aires y la demanda regional del recurso. El representante de Neuquén ante la AIC, Elías Sapag, prometió “firmeza” para “gobernar nosotros” el recurso. Habrá que comprobarlo cuando la situación apriete en el principal distrito electoral, en plena campaña.

La declaración a nivel nacional permitiría a la región acceder a líneas de crédito y asistencia financiera para tareas que van desde la mejora de canalización y dragado de cauces, obras para mejorar la captación de agua para las ciudades, asistencia a productores y hasta planes de prevención de incendios forestales en verano.

Más allá de estas soluciones temporales, poco se avanza en temas de fondo. En estos días se habló de enfoques más eficientes en el riego (como sistemas por aspersión y goteo). Los productores le recordaron a la gobernadora Arabela Carreras que desde hace cinco años proponen tareas para mejorar los canales comuneros, resolver situaciones de contaminación, filtraciones y rediseñar el sistema ante la creciente cantidad de tierras improductivas.

La ejecución de obras estratégicas, como nuevas represas, tienen enormes costos y requieren de complejas ingenierías financieras, como revelan los anunciados y postergados Chihuidos.

El menor caudal agravó también los problemas de contaminación en el río Negro, minimizados por las autoridades.

Las plantas cloacales en ciudades como Cipolletti avanzan lentamente, quizás porque en términos publicitario-electorales “rinden” menos que otras.

En Roca se le pide sensatamente a la población evitar el derroche de un recurso escaso y valioso, mientras en sus calles surgen a diario verdaderas vertientes de agua potable (y otras menos agradables) de colapsadas cañerías. Ante la indignación se desempolvó el Plan Director, financiado por Nación, para construir plantas potabilizadoras, estaciones de bombeo y renovar cañerías troncales e intermedias. Habrá que ver si, en medio de las cíclicas crisis que sufre el país, este proyecto tiene mejor suerte que el anunciado en 2016.

Como señaló un funcionario pampeano, la crisis climática tantas veces anunciada “se convirtió en crisis hídrica y nos pega duro”. La sequía como problema estructural requiere de políticas públicas realistas para adaptarse a la nueva situación, así como redefinir los usos del agua y de muchas actividades humanas y económicas en nuestra región.


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