Crónicas viajeras de la pandemia: la gira sureña apurada por el Coronavirus

Carolina Cassous vivió en Roca muchos años. En 2007 fue diagnosticada con Parkinson y escribió “El inglés de mi vida”. Ahora se ha sentado escribir relatos de viaje, como éste, en el que el Covid-19 apuró su regreso por las rutas patagónicas. IMperdible y con el sentido del humor que la caracteriza

Estábamos preparando con Jorge una gira sureña otoñal. Iríamos por la costa hasta Puerto Madryn, cruzando luego la provincia de Chubut de Este a Oeste hasta Esquel, para recorrer la zona cordillerana y regresar a casa por el Alto Valle de Río Negro visitando familiares y amigos.


Con el entusiasmo de siempre, habíamos planeado itinerario y cronograma incluyendo calendario de visitas sociales. Habíamos investigado en Internet, visto y reservado formalmente 12 alojamientos (hoteles y cabañas) en los puntos donde nos detendríamos unos días a conocer, a pasear, a visitar amigos y familiares.

Partimos en una linda mañana de domingo. Primer destino: Monte Hermoso. Nos gustó este lugar que no conocíamos, con sus inmensas playas y su prolija Villa. Luego pasamos a Las Grutas donde nos alojamos en un Hotel, por primera vez en tantos años. Estaban en el balneario mi hermana Amalia y Víctor, con quienes compartimos gratos momentos, comidas y horas de playa.

Siguiente destino: Puerto Madryn. Allí empezamos a escuchar con más atención los informativos (veníamos flojos de noticias).

En el lindo y bien atendido hotelito que habíamos reservado, supimos acerca de la gravedad de la pandemia de coronavirus y comprobamos que se estaban tomando medidas preventivas: que cayó la policía a nuestro hotel a investigar la procedencia de los pasajeros alojados; que habían puesto en cuarentena y con vigilancia policial en un Hotel a un contingente numeroso de turistas italianos; que habían impedido atracar a un enorme Crucero; que habían procesado a una funcionaria judicial que regresó de sus vacaciones en Italia con síntomas y sin dar aviso concurrió a trabajar. Ahora todos aislados.

En la playa, al principio de la gira, cuando la pandemia parecía unanoticia lejana e improbable.


Ya se hablaba del endurecimiento de las medidas de prevención. Nos tocaba ir a Trelew, para estar un día con mis primos Mónica y Hugo. Almorzamos los cuatro en un restaurante y al atardecer hicimos una picada en la casa de ellos. Cuando Jorge fue al Súper a comprar las bebidas, se encontró con accesos pautados y con una muchedumbre, un loquero de gentes llenando changos con alimentos, papel higiénico y bidones de agua.

Rumbo a la cordillera.Al día siguiente partimos hacia Esquel. Hicimos una parada en el ACA, y encontramos al personal con barbijos, fregando a la lavandina todo lo que se estuviera quieto.

Al llegar a Esquel, nos detuvo un retén de la policía provincial, informándonos que no podíamos entrar a la ciudad porque se había cerrado la provincia a raíz de la pandemia. Argumentamos que no estábamos ingresando, sino pasando la provincia de Chubut, camino a casa. Ante esto nos dejaron entrar.

Nos alojamos en lindísima cabaña previamente reservada. La Emergencia se nos había adelantado: ya estaban cerrados todos los restaurantes bares y cafés. Solamente despachaban negocios de venta de comidas para llevar, y algunos supermercados. Acababan de cerrar el camino al Parque Nacional Los Alerces, como los accesos a otros paseos.

El letrero de El Chocón, con el que bromea la escritora.


Permanecimos dos días, con la única ocupación de pasear en auto por el pueblo, decidir qué comprábamos para comer y mirar televisión.

Era de suponer que lo mismo nos sucedería en todos los destinos. Pero con esto de que teníamos las reservas, seguíamos empecinados en el cronograma inicial. Al día siguiente nos tocaba cabaña en Lago Puelo ¡No nos entraba en la cabeza el estado de emergencia que se acentuaba más cada día! Aún creíamos que podríamos continuar .

Notábamos un enrarecimiento ambiental: casi no había movimiento en la ciudad,poca gente, negocios cerrados, salidas clausuradas hacia los paseos. Nos dimos cuenta de que tendríamos problemas, que seríamos detenidos en los accesos a cada lugar, que la Emergencia nos había alcanzado. De modo que marchamos a la comisaría a plantear nuestro tema y a averiguar cómo seguíamos.

Nos escucharon atentamente y nos citaron con turno para certificar nuestra situación con un Acta de Exposición tipo Declaración Jurada: Que habíamos iniciado la gira el día 8 ppdo., que la emergencia nos había encontrado en el punto más alejado de casa y que ante las restricciones, debíamos regresar a nuestro distante domicilio.

A las 22 en punto llegamos a casa, con 16 horas de viaje por la cabeza. Pero contentos de estar en casita, donde -aho ra sí- realizaríamos la cuarentena».

Carolina Cassous, en el relato de su viaje.


Todo esto (que llevé escrito para facilitar la tarea), fue prolijamente pasado a máquina en papel foliado y luego rubricado con un ramillete de cinco firmas (nosotros, la agente tipógrafa interviniente, el Oficial de Turno y el Comisario). Mas un bosque de sellos.


Insistiendo



Nos fuimos para Lago Puelo. En el corto tramo que separa ambas localidades, estrenamos el impresionante papel que nos habían hecho en Esquel. Con éste y los documentos con los domicilios en La Plata, pasamos en un santiamén, supuestamente rumbo al norte, a casa.

Pero antes… ¡cabaña! que nos esperaba en Puelo. Muy agradable, en un entorno precioso. Y nosotros, los bobos, tan orondos que seguíamos con el itinerario. Pero también en Puelo estaban cerrados los caminos: al Lago, a las cascadas, a los senderos… Y el tiempo cada vez más lindo…

Al día siguiente igual: en la villa no se veía ni un alma. La TV se había puesto monotemática y apocalíptica con lo del virus y nuestro paseo fue al Súper a comprar comida. Jorge hizo un asadito. El resto del día dormir siesta e instalarnos con las reposeras debajo de los abedules en el jardín de la cabaña.

Carolina y Jorge, en la larga travesía para llegar a casa.


Ese mismo día, viernes 20 de marzo, por la tarde, el Presidente firmó el Decreto de Necesidad y Urgencia estableciendo el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio.

Inmediatamente comenzamos a recibir mails de los hoteles y cabañas informándonos la imposibilidad de brindarnos el servicio de alojamiento convenido en virtud del Decreto, y ofreciendo o la devolución del dinero, o la extensión de un vaucher por el mismo servicio para ser utilizado en fecha a convenir, dentro de 12 meses o hasta 24, según el caso.

Recién allí nos cayó la ficha. Algo más esclarecidos, dimos por finalizada la Gira Otoñal y decidimos emprender el regreso lo antes posible: al día siguiente sin más tardanza.

Hablamos con Martincho el sobrino de Jorge que vive en Bariloche. Le informamos que nos volvíamos. Suspendimos los tres días de asado corrido que habíamos planeado y le propusimos encontrarnos en una estación de servicio a nuestra pasada. No era posible, ni para él salirse del circuito de su barrio, ni para nosotros ingresar. (Seguíamos flojitos de entendederas…)


Al día siguiente partimos de madrugada. Casi 2.000 km. nos separaban de casa. Nuestro plan era hacer noche en El Arroyón (Contralmirante Cordero) donde vive mi hija menor y donde mi hermana Amalia nos prestaba su casa ecológica, que estaría desocupada porque harían la cuarentena en la chacra de mi cuñado.

Atravesamos El Bolsón, rodeamos Bariloche por la circunvalación, y tomamos directamente la Ruta (a la 22 por El Chocón). La constante que más nos impactaba era la soledad: no se veían vehículos ni gente. Transitábamos por un espacio vacío, con un aura de calamidad.

Cuando llegó el hambre del mediodía, en las pocas Estaciones de Servicio sólo se conseguían snaks: papitas, chicitos, maníes… Paramos en Piedra del Águila (todo cerrado) pero averiguando dimos con un almacén de ramos generales, donde por unos pocos dineros nos prepararon unos sanwiches de milanesa caseros de tamaño gigante ¡deliciosos! Confortados, seguimos viaje.

Más adelante bordeábamos el lago del Chocón, cuando a mano izquierda, en el medio de la desolada estepa patagónica, vimos un enorme cartel: un Tiranosaurus Rex de impresionantes mandíbulas lo estaba mordisqueando… El cartel advertía: “CUIDADO! DINOSAURIOS” Juro que no nos hubiese extrañado que apareciera uno de esos, tal era nuestra sensación de enfrentamiento con un nuevo enemigo (invisible), que nunca había coincidido con nosotros los humanos en la Tierra… “Cuidado: coronavirus”… sería el texto actual.

Los paisajes desolados que fotografiaron desde la ventanilla.


Quisimos rodear la ciudad de Neuquén para entrar directo por Cinco Saltos al Arroyón. Ahí fue donde nos perdimos más de una vez: camino nuevo que nunca habíamos hecho, precariamente señalizado, y justo se me empaca el navegador de nuestro teléfono celular (que utiliza el método asertivo aunque no le acierto ni una!)

Ese día la policía nos había detenido varias veces, y seguíamos sin problema gracias al papel que servía de salvoconducto. Pero las dos últimos controles, fueron más complicados pues nos habíamos desviado de la Ruta 22, que era la que nos llevaba a casa. Para colmo informamos que haríamos noche en el Arroyón argumentando que a nuestra edad no podíamos viajar tantos kilómetros sin reposo reparador. En ambos retenes nos dijeron que deberían detenernos y retirarnos el vehículo, pero que hacían la excepción en virtud de nuestra edad y mi discapacidad. En el último, además nos reprendieron severamente, soltándonos una parrafada acerca de la responsabilidad que nos cabía para con nuestra hija. Prometimos observar todas las precauciones posibles.

Llegamos al Arroyón a media tarde. Frida estaba sola: su hijo había quedado en Roca con su padre y abuelos. Me resultó pesaroso no poder abrazarla, besarla, mantener la distancia. Pero lo hicimos.

Ella preparó una rica comida, cenamos los tres en la casita de Amalia, y nos fuimos a dormir temprano. A las 5 de la mañana estábamos sentados en la cama totalmente despabilados. “Tenemos que irnos YA: esto se pondrá cada vez peor”, dijo Jorge. Llamé a Frida para despedirnos: “traete tu mate que desayunamos, nos despedimos y partimos”.


Camino a casa, por las desiertas rutas de la patria. A las 6 de la mañana estábamos en camino. Desde allí, nos quedaban largos 1170 kilómetros a casa, por lo que suponíamos podríamos hacer otro alto en Bahía Blanca o en Cnel. Pringles.

Llegando a Bahía Blanca en las primeras horas de la tarde, nos dirigimos al ACA que se encuentra en el comienzo del camino de circunvalación a la ciudad. La temperatura había subido a 30° y se había levantado un viento caliente y polvoriento. Ansiábamos alojarnos en el Motel. Pero cuando ingresamos al predio, encontramos TODO cerrado: hotel, restaurante, kiosco. Sólo había un empleado que despachaba combustible, y por suerte tenía las llaves del sanitario.

Seguimos por la circunvalación y se me puso en la cabeza que no podríamos continuar el viaje sin descansar, insistí hasta que Jorge aflojó y entramos a Bahía. Otra experiencia alucinante! Una ciudad de ese porte absolutamente vacía! Ni autos, ni gentes, ni perros siquiera! La temperatura exterior se había elevado a 34°.

Buscamos la Comisaría principal. En tan gigantesco edificio, solamente vimos al Comisario y a un oficial. Era domingo y estábamos de emergencia. Nos atendieron muy bien, entendieron cabalmente nuestra situación, y en tren de buscarnos un hotel para pernoctar, cada uno agarró un teléfono y se comunicaron con otras comisarías, con otras jurisdicciones. Pero no hubo caso. Los hoteles estaban vacíos pero cerrados, sin personal, sin pasajeros.


Nos despedimos agradeciendo la atención y luego de varias volteretas, retomamos la ruta. Nos dirigíamos a Coronel Pringles, nuestra última esperanza de conseguir un hotel para esa noche. Pues NO HABÍA hoteles. Lo más grave fue que tampoco había nafta! Las estaciones de servicio habían cerrado hacía escasa media hora. Y no volverían a abrir hasta el día siguiente.

La próxima estación de servicio estaba en Olavarría. Hacia allí nos dirigimos, preocupados porque no nos alcanzara el combustible, tratando de no pensar en ello. Lo que no nos fue posible cuando se encendió la luz roja y comenzó a pitar desaforado el aviso de que estaba consumiendo la reserva. Pero llegamos! con lo justo pero llegamos! Compramos bebidas, dimos unas vueltecitas caminando para estirar las piernas, y nos dispusimos a llegar a casa ese mismo día.

Arrancamos con un itinerario armado, pero lamentablemente la Provincia de Buenos Aires tiene un deficiente sistema de señalización… y mi navegador se había vuelto a retobar con que “no encontraba redes”. Así que al llegar a alguna rotonda o bifurcación, nos guiábamos por confusos y despintados carteles (cuando no algún imbécil los había sobreescrito con aerosol, inutilizándolos…)

¡Y por supuesto sucedió! Nos perdimos, luego de equivocar el camino en una rotonda y sin posibilidades de constatarlo con nuevos carteles! Milagrosamente encontramos una camioneta que salía de un campo. Un hombre joven cerraba la tranquera. Jorge se largó del auto y se cruzó a conversar con él. Era un veterinario de la zona que estaba atendiendo una emergencia. Muy amable y bien dispuesto. Estaba muy apenado por la mala señalización que reconocía en su zona y lamentaba no poder acompañarnos hasta salir del berenjenal en que nos habíamos metido. Tuvimos que desandar 50 kilómetros y luego seguir sus instrucciones que fueron sencillas y comprensibles: en las bifurcaciones, tomar siempre a la izquierda “para el lado del corazón, siempre”, dijo.


Ya bajaba el sol y se iba acercando la noche. No sentíamos sueño ni cansancio. Por el contrario, estábamos atentos y despabilados, conformes con la sucesión de inconvenientes que habíamos podido superar y alertas por la tensión que nos provocaba un viaje diferente, cargado de extrañas sensaciones: soledad, amenaza, extrañamiento.

A las 22 en punto llegamos a casa, con 16 horas de viaje por la cabeza. Pero contentos de estar en casita, donde -aho ra sí- realizaríamos la cuarentena.

De a poco, vamos tomando conciencia de la gravedad de esta Pandemia, de lo que costará superar sus nefastas consecuencias en términos humanos, sociales, económicos. La recuperación será larga y lenta… Muchas cosas cambiarán, casi todas.


Señoras y señores: como en una película de ciencia ficción, de cine catástrofe, el bicho ha llegado. Está en todo nuestro hogar: la Tierra. Y es temible. Les ha bajado las ínfulas al poderoso “Primer Mundo”.

Ha demostrado la inutilidad del uso de la fuerza, de las armas, del poder…. Ha sacado de nosotros los humanos, lo mejor y lo peor. Ha venido a jodernos la vida, bah…


Carolina Cassous
Especial para Río Negro


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