De la desesperanza suicida a la esperanza vital

Daniel Tosso *


Según el Ministerio de Salud, se superan los 3 mil suicidios por año, siendo la Patagonia la de mayor tasa de muerte por mano propia y la región Cuyana la de menor.


Cuando llega septiembre ingresamos en esa estación donde todo vuelve a renacer, nos toca una brisa de esperanza. Y desde hace un par de décadas hay una esperanza más sobre la vida que se suma a las ya conocidas del mes de septiembre.

La Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio y la OMS todos los 10 de septiembre nos recuerda el Día Internacional de Prevención. La premisa de esperanza viene por la toma de conciencia de que este desdichado suceso de los seres humanos, se puede prevenir. Claro, como todo, no sin trabajo.

La pandemia ha incrementado severamente los riegos de nuestra salud física y mental. El aislamiento de días y días por la cuarentena ha sumado un factor más: el daño psíquico. Las investigaciones actuales todavía no informan certeramente sobre su incremento, sabemos por la práctica cotidiana que sí lo hay.

A la espera de una información confiable nos remitimos a los datos pre-pandemia, que ya hablaban por sí solos: se suicidan en nuestro mundo cerca del millón de personas por año. Más impacta aún pensar que este hecho auto-lesivo implica la muerte de una persona cada 40 segundos. A este dato debemos agregarle que hay más 20 intentos de suicidio por cada muerte.

El organismo Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud de la Nación establece que se superan los 3 mil suicidios por año, siendo la región Patagonia la de mayor tasa de suicidio y la región Cuyana la de menor cantidad de casos.

¿Dónde está la esperanza de un cambio con cifras tan devastadoras? No podemos esperar una vacuna porque el suicidio no es un virus, ni un mayor esfuerzo de inversiones porque parece ser menos rentable evitar un suicidio que el azote del Covid-19. Sin embargo, este enemigo silencioso del suicidio se advierte cuando pega cerca de nosotros.

La esperanza ahora, y por qué no la rentabilidad, está ligada al área emocional porque una mejor salud con menos suicidios hablaría de un bienestar psíquico de las personas, la de nuestro vecino, y la de nuestras familias, y también de la nuestra como individuo. Y eso se traduce en creatividad, en productividad. Cuando no hay posibilidad de vacunas, la educación, el registro y toma de conciencia de los indicadores de riesgo nos proporciona un camino; se trata del accionar preventivo: del Estado, la comunidad, la familia, del entre amigos, del cada uno en su entorno.

Los factores influyentes en la conducta suicida se relacionan con la singularidad psicológica-psiquiátrica individual, la singularidad familiar y del ambiente-comunidad-sociedad-Estado en donde se vive; y si estos indicadores son negativos se traducen en enfermedad mental, aislamiento social, abuso de drogas y alcohol, migraciones traumáticas, violencia doméstica o del Estado. Sin olvidar las pérdidas de un ser querido, el abandono afectivo, las enfermedades físicas o incapacitantes (véase información del Ministerio de Salud de la Nación o del National Institute of Mental Health).

Dichos indicadores se aprecian en algunas personas. Deberíamos comprender que en ellas, se conforma como una serie de sucesos, que vienen desde la genética, la herencia, la experiencia transitada y de determinados hechos fortuitos que se van sumando a su vida psíquica o mental, hasta que el desborde se convierte en inevitable. Algunos pueden protegerse y defenderse saludablemente porque encuentran sus propios recursos adaptativos o vitales; otros caen en la oscuridad de la desesperanza.

El hombre es un ser integral: bio-psico-social. Tiene un cuerpo, una mente y vive en una sociedad. Los psicoanalistas argentinos Enrique Pichón Riviere y José Bleger dicen que la conducta del ser humano puede verse en forma envolvente: un mundo externo, y en él, un cuerpo y una mente.

La conducta saludable o enferma es una manifestación de un ser singular y total emergentes de esas tres áreas coexistentes. La afectación a predominio de una zona permite pensar a la conducta como dominada por una u otra área. Por ejemplo, se puede reaccionar con ansiedad frente a una situación dada (mente), posteriormente puede ceder totalmente esta manifestación y aparecer en su lugar palpitaciones (cuerpo), o bien ser ambas reemplazadas por una conducta inestable en una actividad o trabajo (mundo externo).

Puede concluirse que un desorden o afectación profunda de cualquiera de las áreas repercute en las otras. Un mundo sumamente hostil o agresivo repercutirá en el cuerpo y en la mente. Un cuerpo enfermo afecta a la mente y al mundo cercano. Un desequilibrio mental resuena indefectiblemente en la familia-ambiente-mundo y en su propio cuerpo.

Una situación extrema de sufrimiento hace que la persona quiera silenciar su mente o su cuerpo y con eso termina afectando al mundo externo. En ese proceso hay señales más o menos reconocibles. En el caso de un potencial suicida puede observarse: retraimiento extremo; cambios reiterados de humor, un sentir impotente frente a la vida, abuso de alcohol y drogas, cambios de rutinas, hacer cosas autodestructivas, despedirse de personas como si fuera a ser definitivo, o el hablar con reiteración del suicidio, de estar como muerto o de cosas similares.

Las grandes dificultades emocionales, los procesos continuos de insatisfacción o frustración, las hiper-exigencias no cumplidas, el dolor físico o el sufrimiento emocional extremo, llevan a los estados melancólicos y depresivos. Este último afecta a más de 3 millones de personas en el mundo e incide en las tasas de mortalidad. Esas personas son más vulnerables a cualquier enfermedad, y ya sin recursos anímicos, muchos ingresan en la desesperanza suicida. El estado depresivo se observa en personas de todas las edades, aunque es relevante en los adolescentes que se auto perciben como sin futuro y en personas mayores que conciben lo vivido sin riqueza (por profundos sentimientos de soledad o haber sido efectivamente abandonado).

La complejidad de la mente suicida no termina en estos párrafos. Solo se ha señalado un eje troncal que en mis palabras tiene un denominar común: la desesperanza. Por esta sola razón, el camino más saludable y preventivo del azote silencioso del suicidio es construir un sentido de esperanza vital.

* Director del Centro Liberman de Asistencia Psicológica de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (Apdeba)


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