Desinfodemia, la otra epidemia

Redacción

Por Redacción

Guadalupe Nogués *

Hoy en día la atención del mundo parece estar centrada en una sola cosa: la epidemia del nuevo coronavirus, que empezó en Wuhan, China, y que está expandiéndose a gran velocidad por todo el mundo. A tanta velocidad que, de hecho, llegó finalmente a Argentina. Y es razonable que estemos preocupados.

Las enfermedades nuevas requieren atención especial: no sabemos cuán contagiosas o mortales son, no sabemos si el patógeno que las provoca varía poco, como el virus del sarampión, o mucho, como el de la gripe. No sabemos, tampoco, qué tratamientos son efectivos ni si se podrán desarrollar vacunas y medidas profilácticas.

En un mundo tan integrado como el nuestro, los efectos de estas epidemias a veces son incalculables. Sin ir más lejos, la mera posibilidad de que esta epidemia enlentezca el crecimiento de China y se extienda a otros países llevó a las bolsas del mundo a sufrir lo que, por ahora, es la peor caída en la última década.

Después de todo, vivimos en un mundo global. En 1950 hubo 25 millones de viajes turísticos internacionales (menos de 1 viaje cada 100 habitantes), y en 2018 el número aumentó a 1400 millones (casi 0,2 viajes por habitante). Las mercaderías y la gente viajan en días o semanas entre cualquier par de puntos del planeta, y eso ayuda a la dispersión de los patógenos. Pero esto no es lo único que en este mundo globalizado se propaga en forma viral. 

Además de la epidemia de una enfermedad, hay una segunda epidemia, la de la desinformación acerca de la enfermedad. Una epidemia propagada por agentes infecciosos que no están hechos de materia sino de bits, que no se transmiten mediante fluidos corporales o vías similares, sino a través de las redes. Y así como es imposible hoy ver un canal de televisión, leer un diario, o mirar internet sin escuchar o leer información sobre la epidemia de coronavirus.

Hace mucho ya que los medios de comunicación tradicionales no son los únicos que informan, o desinforman: gracias a la facilitación de las redes sociales, nosotros mismos somos generadores y propagadores de contenido. Pero con un condimento interesante que complica aún más las cosas: se demostró que las noticias falsas llegan más rápido y más lejos que las verdaderas.

La idea de doble epidemia, a nivel agente infeccioso y a nivel desinformación, no es nueva. Lo que es quizá más reciente es considerar que estas dos epidemias simultáneas se potencian mutuamente, por lo que el daño total termina siendo más que la suma de las partes.

“No, no vamos a morir todos, pero algunos sí. Hacer lo posible para combatir la desinfodemia va a salvar vidas. Nuestro sistema inmune aprende de las infecciones. Ojalá nuestro sistema social también lo haga”.

La desinfodemia es entonces la ‘propagación de una enfermedad facilitada por desinformación viral’. Esto parecería estar pasando con Covid-19. ¿A qué podemos considerar desinformación en el contexto de este nuevo coronavirus? Circulan mitos acerca de cómo prevenir esta enfermedad o cómo curarla, ideas conspirativas sobre el origen del virus, hipótesis dudosas o insostenibles que se hacen pasar como si fueran certezas.

Como con las enfermedades, se puede ser un portador sano que, sin ser afectado, transmite el agente infeccioso a los demás. Muchos medios, quizás intentando imitar el éxito de las redes sociales, adoptan su tono apocalíptico y acrítico, y a veces son poco rigurosos con la veracidad de un contenido, porque priorizan la primicia. De esa manera, el mensaje es predominantemente ‘todos vamos a morir’, con una actualización en tiempo real del número de casos, cruceros varados, protocolos activados, cierre de escuelas, controles en fronteras y falsas alarmas.

Y no, no vamos a morir todos. Incluso si se termina declarando a Covid-19 como pandemia, esto lo que nos diría es que es una enfermedad distribuida en todo el mundo, y nada diría acerca de su gravedad o urgencia.

¿Cómo podemos prevenir la desinfodemia? Por supuesto, mucha de la responsabilidad recae en las autoridades. Pero, si pensamos en cómo funcionan las comunicaciones y los virus −o sea, cómo se propaga la desinfodemia− tenemos que considerar que nosotros, todos, somos parte del problema. Afortunadamente, eso nos hace también parte de la solución.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) y los ministerios de salud de cada país están tomando medidas para detener o postergar esta doble epidemia. En cuanto a la enfermedad, se definen protocolos para su detección y cómo actuar ante casos dudosos y positivos, se compran insumos hospitalarios y se capacita a los profesionales de la salud. En relación con la información, dan la información más completa, confiable y actualizada posible. La OMS tiene una sección entera dedicada a este nuevo coronavirus y a Covid-19. Incluso hay un apartado en el que refutan algunos de los mitos que están circulando actualmente

Por otro lado, el comportamiento de cada uno de nosotros es importante para la prevención de Covid-19. En esta doble epidemia, no sólo somos los que nos enfermamos sino también los que contagiamos. Por eso la prevención incluye lo que hacemos y también lo que no hacemos, y no únicamente con respecto al agente infeccioso en sí, sino también con la desinformación. Por un lado, lavémonos las manos con frecuencia y con dedicación, estornudemos en el hueco del codo o en un pañuelo descartable, desinfectemos superficies, seamos responsables si tenemos síntomas respiratorios, etc. (más sobre medidas preventivas acá). Por otro lado, ¿qué podemos hacer con respecto a la información? No generemos ni distribuyamos en las redes sociales contenido que no confirmamos si es cierto o falso, ya sea que lo hagamos por genuina preocupación o irónicamente.

Estamos juntos en esto. No, no vamos a morir todos, pero algunos lamentablemente sí. Hacer todo lo posible para combatir la desinfodemia va a salvar vidas. Nuestro sistema inmune aprende de las infecciones. Ojalá nuestro sistema social también lo haga. Que Covid-19 sea, además, una manera de aprender.


* Bióloga molecular. Docente y comunicadora. Extracto del artículo publicado en “El gato en la caja (Ciencia en lugares)” y recomendado por la Sociedad Argentina de Infectología.


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