La crisis en Bariloche dispara la pobreza pero también la solidaridad

Los trabajadores más precarizados son los primeros en entrar en emergencia. Pero en la ciudad andina también se fortalecieron las redes de contención comunitaria: desde comida hasta barbijos.

“Comemos al mediodía o a la tarde. Tratamos de hacer una sola comida al día. Entre medio, tomamos mate con pan que hago con la harina que nos dan”. La situación descripta por Miguelina Vargas es la de mucha gente que, desde que comenzó el aislamiento obligatorio, se vio impedida de trabajar. Los ahorros que tenían algunos pocos privilegiados se consumen poco a poco.

Vargas trabaja como empleada doméstica; su esposo es albañil y vive de changas. Desde el inicio del aislamiento obligatorio, ninguno de los dos pudo seguir trabajando. No saben hasta cuándo. Y eso genera aun más incertidumbre.

“Estamos sobreviviendo con los módulos alimentarios que entrega la Municipalidad. Ahorros ya no quedan. Le pregunté a mi patrona si podía volver a trabajar pero me dijo que no. Me anoté para cobrar los 10.000 pesos pero no tuve respuestas”, contó la mujer, con tono desahuciado.

La demanda de asistencia social se multiplicó en los últimos días y el Municipio entrega 3.000 módulos alimentarios por semana a personas de diversos barrios.

Miguelina y su marido, están sin trabajo y sin alimentos. Foto: Alfredo leiva

Daniel Quelin vive en el barrio El Progreso y es herrero. “Al estar paralizadas las obras privadas, estoy parado. No puedo generar ingresos. No sé qué puede pasar más adelante porque es todo una cadena”, advirtió el hombre de 62 años.

Ni su esposa ni su hijo tienen trabajo. “Esto viene para largo y lo ahorrado se termina por más que uno lo cuide. Hoy no estamos pagando lo servicios para estirar esa plata. Pero después vamos a tener esas deudas de servicios”, manifestó angustiado.

“Esta difícil la mano. Uno está acostumbrado a levantarse para ir a trabajar y tener su platita. No pensamos que iba a venir tan feo. Además, uno piensa en sus hijos, en sus nietos. En mi hija que trabaja en el hospital”, acotó Vargas.

En medio de la angustia y la incertidumbre, los vecinos se nuclean en diversos barrios para brindar ayuda a los que más necesitan.

Natalia reparte entre sus vecinos los barbijos que ella misma fabrica. Foto: Alfredo Leiva

Los merenderos, que antes atendían a los más chicos, comenzaron a recibir a adultos mayores que no tienen ni una jubilación ni una pensión.


Como las hormigas

Un año y medio atrás, Julieta Anaya puso en marcha el merendero “Hormiguitas” en el corazón del barrio Nahuel Hue. En ese momento, alrededor de 35 chicos retiraban la merienda pero en las últimas semanas, ese número aumentó a 72. La entrega solidaria ahora se realiza por una ventana de la casa de Julieta.

“Arrancamos a cocinar a las 10 y no paramos hasta las 19. Hacemos tortas fritas, calzones rotos o pizza. El día de las pizzas es el de mayor concurrencia”, describió risueña la mujer. “El Municipio –agregó– aporta 16 kilos de harina, tres bolsas de azúcar, tres litros de aceite. Lo hacemos durar una semana, a lo sumo dos. Por lo general, ponemos de nuestro bolsillo”.

En la toma 29 de Septiembre, la mayoría de los pobladores se quedó sin trabajo. Foto: Alfredo Leiva

Con el comienzo de la cuarentena, el esposo de Julieta se quedó sin trabajo como albañil. Pero están decididos a sostener el merendero como sea. “Dios proveerá”, repite la mujer una y otra vez.

Reconoció que en un principio, solo los chicos se acercaban a buscar la merienda. De a poco, se fueron sumando adultos mayores sin pensiones ni jubilaciones y muchas mujeres –empleadas domésticas y peluqueras, por lo general– que no pueden trabajar. “Es angustiante ver a tanta gente que necesita. Cuando vienen a buscar los módulos de la Municipalidad, te dicen que les da vergüenza llegar a este extremo, que nunca habían pedido nada”, relató Julieta.

El barrio Pilar concentra a muchos trabajadores gastronómicos, de la construcción y adultos mayores.

Cuando escuchó al intendente Gustavo Gennuso decir que el uso del barbijo sería obligatorio, la dueña de la despensa de ese barrio tomó la iniciativa. Natalia San Martín empezó a coser mascarillas con friselina. Se le sumaron su esposo, sus dos hijos de 17 y 15 años y hasta una vecina que cose en su casa.

“Fuimos haciendo con lo poco que teníamos en casa. Vamos a tratar de darles a todos en el barrio. Hay muchos abuelos que necesitan salir para comprar o hacer trámites. Y muchas mamás solteras”, destacó la mujer.

En el barrio 29 de Septiembre, la responsable de la junta vecinal, Patricia Millalonco, recalcó que “la situación económica aprieta como en todo Bariloche ya que la mayoría se quedó sin trabajo”.

“Se recibió mucha ayuda alimentaria del Municipio y se están cobrando los bonos. Pero es una vergüenza que las despensas y los supermercados hayan aumentado descaradamente el monto de las cosas”, cuestionó.

“Es imposible –planteó la dirigente vecinal– que una familia tipo tenga que comprar un kilo de pollo a 170 pesos. La ayuda llega pero a la hora de comprar, te quedas tambaleando”.


El transporte escolar, otro sector que quedó parado


La Asociación de Transportistas Escolares de Bariloche se sumó a un pedido de ayuda económica al sector a nivel nacional.

“Trabajamos solo algunos días de diciembre y solo algunos días de las dos semanas en marzo. Con la plata que se junta del año, se arreglan los vehículos, se los pone en condiciones”, resumió Antonio Ramírez, transportista.

Pidieron también excepciones en el pago de las patente hasta que finalice la emergencia. “Hay muchas familias que dependen solamente del ingreso del transporte y hay muchos compañeros que pagan alquiler o tienen criaturas. Dependen solo de ese ingreso”, indicó Ramírez.


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