Maradona llega al Barcelona: historia de una firma

Hace 39 años, Diego abandonaba por unas horas la concentración argentina en Alicante para sellar su contrato con el blaugrana. Una historia de expectativas y desencuentros.

El 4 de junio de 1982, Diego Maradona abandonó por unas horas la concentración del seleccionado argentino en Alicante para viajar no muy lejos de allí, a Barcelona, para firmar un contrato por seis temporadas. En un puñado de horas, Diego viajó, firmó, pisó al Camp Nou enfundado por primera vez con la camiseta blaugrana, almorzó y se volvió a Alicante para reencontrarse con sus compañeros de Seleccionado.


Maradona pudo haber llegado mucho antes al fútbol europeo. Incluso al Barcelona. En 1977, dirigentes del Sheffield United quedaron impactados por la habilidad de ese pibe que aún no había cumplido los 17. Aún con chances de jugar el Mundial 78, la dirigencia de Argentinos hizo lo imposible por evitar la transferencia. Básicamente: pidieron una barbaridad de dinero para beneplácito del gobierno militar, que no quería que se fuera nadie, al menos hasta el Mundial. A cambio, el Sheffield se llevó a un tal Alejandro Sabella.


Según recuerda hoy Josep María Minguella, quien por entonces era negociador del Barcelona y que por supuesto, como sucede con todas estas historias, había ido a ver a otro jugador, un tal Jorge Pérez, que jugaba de puntero derecho en el Bicho, también quedó asombrado por ese adolescente ruludo y no dudó ofrecérselo al club catalán, pero los 100 mil dólares que pedían por un pibe de 16 años, al igual que al Sheffield, también les pareció demasiado.


Dos años después, el Barcelona volvió a la carga por Maradona y para 1980, el traspaso ya estaba resuelto, pero, una vez más, volvieron a aparecer las trabas. Primero, extrañas dificultades surgidas desde la AFA con el transfer; y luego, ya directamente de parte del gobierno militar, aquellas “trabas” tuvieron su explicación. El almirante Lacoste fue directo al punto. Le dijo a Minguella que Maradona no se iría del país hasta después del Mundial de España. Diego, además de un extraordinario jugador, era también una cuestión de Estado.

Maradona no cambiaría de país, pero sí de barrio: en el verano del 81, Diego dejó La Paternal para mudarse a La Boca, donde apenas jugó un año y unos meses, tiempo suficiente para ser campeón del fútbol argentino por primera y única vez y sellar un amor eterno con el pueblo Xeneize.
En mayo de 1982, con Diego confirmado en el plantel que jugaría el Mundial de España, Barcelona, Argentinos y Boca terminaron de cerrar un acuerdo descomunal para la época. El club catalán pagaría 5,8 millones de dólares al club de La Paternal y otros 1,8 millones a Boca.


Dirigido por César Luis Menotti, quien, como él, también había sido contratado por el Barcelona una vez terminado el Mundial de España, Maradona ganó una Copa del Rey, una Copa de Liga y una Supercopa de España.
Pero la vida en la ciudad de Barcelona se tornó cada vez más difícil. A los inconvenientes dentro del campo de juego, donde era salvajemente golpeado partido tras partido hasta llegar a la infame acción de Andoni Goikoetxea, del Athletic Bilbao, que le provocó la rotura del tobillo izquierdo, se sumaron los asuntos extrafutbolísticos generados por las malas compañías. Poco antes de firmar su salida del Barça, Diego llegó a decir que Catalunya era un gran lugar para vivir… menos para un futbolista.

Maradona llega al estadio San Paolo, de Nápoles.


La historia de Pelusa en el Barça no duró seis temporadas como había firmado aquel 4 de junio del 82, sino apenas dos. A fines de junio de 1984, el Diez pisaba el San Paolo rodeado de un entusiasmo y una expectativa muy propias del pueblo napolitano, que veían en Diego la posibilidad del héroe que finalmente fue.
Marcada por la mala suerte, pero también por las malas decisiones, la vida de Diego en Barcelona fue breve e incompleta. También triste. Una fractura de tobillo y una hepatitis -que no pocos creen que en realidad se trató de una enfermedad venérea-, y el comienzo de su flirteo con la cocaína lo empujaron a una salida muy antes de tiempo. En Nápoles, Maradona brilló como nunca y fue feliz. Sobre todo, dentro de la cancha porque fuera de ella las cosas empeoraron lenta e inexorablemente.


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