Volver para zafar nunca fue un proyecto político


En días en que el Banco Central se asfixia por la ausencia de divisas, cobra relevancia la cifra que obtuvo Lázaro Báez de 2003 a 2015 con aceitada maquinaria: u$s 2.200 millones.


Ahora que el alegato de un fiscal federal expone a la luz del día la trama que explica con detalles el veloz enriquecimiento del empresario Lázaro Báez, se entiende la tirria sin remedio que la vicepresidenta de la Nación destila contra la Corte.

En la causa que se ventila por los trasiegos en la obra pública con fondos de Vialidad, la expresidenta intentó que la Corte impidiera el juicio y no lo consiguió. Ahora sí la ciudadanía puede evaluar con qué pruebas se la acusa.

La trama que sale a la superficie es la de una organización ajustada y precisa para concentrar obras viales en Santa Cruz; crear un empresario oferente para asignarle favores; simular una competencia inexistente en las licitaciones; adjudicar obras para que no las construyan; ayudar a eludir los controles por esos incumplimientos; anticipar fondos del presupuesto, beneficiar con ajustes de precios y facilitar los pagos antes que al resto de los proveedores de obra pública.

En días en que el Banco Central se asfixia por la ausencia de divisas, cobra relevancia la cifra que logró Lázaro Báez entre 2003 y 2015 con esa aceitada maquinaria: 2.200 millones de dólares. Báez conformó su empresa con un capital de 3 mil pesos, unos días antes de la asunción de Néstor Kirchner. Doce años después, había ganado la mitad del próximo desembolso que el Gobierno actual espera de rodillas en el FMI.

El juicio a Cristina explica mejor que la declinación final de Alberto Fernández y las volteretas ansiosas de Sergio Massa el origen -y acaso el destino- de la crisis que pagan con sus bolsillos y penurias los millones de argentinos. La jefa del oficialismo jamás buscó regresar al poder por el afán de disponer sobre alguna política pública. Regresó para labrar la alfombra de su impunidad. Volver para zafar. Si se comprende que allí comienza y acaba toda la aspiración de su proyecto político, se entenderá por qué el Gobierno navega sin rumbo, incluso después de haber refrescado sus expectativas jugando la carta de Massa para reconducir una economía de naufragio.

Massa apenas puede ocultar que no cree haber asumido Economía sino una candidatura presidencial. Se anunció una breve carta intención con dos correcciones de rumbo que aún no se sabe cómo se ejecutarán: un ajuste de tarifas más ambicioso que el que había planeado Guzmán y un canje voluntario de la deuda en pesos sobre el que Massa alardeó con un porcentaje inicial de aceptación del 60%. No aclaró que a ese piso puede llegarse con la demanda cautiva del mismo sector público que toma más deuda sin ajustar su desmadre.


Ahora que Cristina está en el banquillo, Alberto en Narnia, y Massa obligado a conducir con equipo y plan; la oposición comienza a sentir que sus extremos se encogen.


Para el ajuste tarifario Massa todavía debe conseguir que Cristina le preste la lapicera en el área de Energía. Para el nuevo reperfilamiento de la deuda en pesos no basta con enunciar el propósito de renunciar a los anticipos del Banco Central. Deben darse señales concretas de coagulación de dos hemorragias: la de la emisión monetaria indiscriminada y la de recomposición -por ahora inalcanzable- de las reservas en dólares. Balance de la primera semana: con el humo no alcanzó.

Seguro esto habrá preocupado en su regreso triunfal a la Rosada al exministro rutilante de Menem, José Luis Manzano, que se acercó con la certeza de un nuevo ciclo virtuoso. Los subsidios gerenciados por el kirchnerismo hicieron que Edenor fuera adquirida por Manzano y sus socios Daniel Vila y Mauricio Filiberti por una cifra modesta en la pandemia. El aumento de tarifas de Massa será su tiempo de revancha.

Con todo, el experimento Massa ya obligó a la oposición a revisar su estrategia. Mientras el Gobierno incluía desde los cayetanos de Grabois, hasta los manzanos del Frente Renovador; sólo convenía para sus adversarios observar el desorden en el palacio y su derivación en la calle.

Ahora que Cristina está en el banquillo, Alberto Fernández en Narnia, y Massa obligado a conducir con equipo y plan; la oposición también comienza a sentir que sus extremos se encogen. La crisis es como un embudo por donde sólo pasan ideas sensatas.


Adherido a los criterios de
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Adherido a los criterios de <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Comentarios



Este contenido es exclusivo para suscriptores

Ver Planes ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora