Pensar, sentir
Isidoro Reyes se despertó con resaca y el ánimo golpeado. La noche anterior no había sido una bacanal, pero se sentía peor que nunca. Mientras se preguntaba qué le pasaba, sonó el celular. Era Quique Bardo, uno de sus mejores amigos. –¿Cómo va? –Estoy roto. Como si me hubiera inyectado un bidón de nafta –balbuceó Reyes. –Eh, ¡loco! ¿Qué pasa? ¿Descarrilaste anoche? –se preocupó Bardo. –Un clásico: noche alegre, mañana triste. –Uh, ya veo… –Mirá –Reyes empezó a afirmar su voz–. Hay mañanas, como hoy, en las que siento un malestar insoportable. Iba a volver temprano a casa para terminar unos laburos pero aterricé a las cuatro de la mañana. –Te falló la tecla de corte… Bueno, te confieso algo: me da vergüenza cuando me despierto así. Siento culpa. –Me da bronca. Me enrosco. Empiezo a teorizar. Cuando llamaste pensaba: “Hay una diferencia entre el saber y el sentir”. Nadie se emborracha por entender intelectualmente la palabra vino. Sabemos cosas que parece que no sabemos. –Me cuesta seguirte –murmuró Bardo. –Cuando nos despertamos no sabemos si al final del día vamos a estar vivos, pero ¿lo tenemos presente cada mañana? –Tenés una rueda en la autoayuda, ¿lo sabés? –le advirtió Bardo. –Me da igual. También reflexionaba sobre cuando creemos o pensamos que determinadas cosas están bien o mal. Pero al hacerlas, ¿cómo nos sentimos? Pasa con la masturbación. –¡¿Qué?! ¡No está mal masturbarse! –Bueno, para Norman Mailer es una actividad miserable, en el caso del hombre. No estoy tan de acuerdo. Igual, no estoy juzgando. Lo que me pregunto es cómo nos sentimos cuando hacemos ciertas cosas, más allá de lo que pensamos. Cuando no damos limosna entendemos que no le podemos dar a todo el mundo, pero ¿qué sentimos al ver al tipo sin piernas, en silla de ruedas? –No sé, decime vos –replicó Bardo. –¿Qué? ¿A vos no te pasa nada? Yo me siento culpable, incómodo, triste o ridículo. –Bueno, fijate, yo sé que la falopa me arruina el cerebro, me zamarrea el corazón y me patea el alma. Sabiendo más o menos todo esto, a veces vuelvo a tomar. –¿Por qué? –lo interrogó Reyes. –La razón profunda no la sé. Me gusta el pico de euforia. Pero también me destroza y me genera un vacío atronador el después, el volver a la realidad. Siento tristeza, nervios, ansiedad, ganas de llorar. Me cuesta dormir y cuando me despierto tengo la sensación de que soy una sombra de un ser humano. –Al final, estamos hablando de algo básico: la coherencia entre pensar, sentir y hacer, ¿no? –planteó Reyes. –Qué sé yo. –Bueno, casi todo tiene algún sentido, ¿no? –A ver, pichoncito de Freud, ¿cuál? –Eso lo tenés que pensar vos. Lo que a mí me pasa es lo que te decía antes. Es una lucha interna entre lo que me dicta la cabeza versus lo que hago, que viene desde adentro. Y todo esto versus lo que siento. Cuando pensar, sentir y hacer se desalinean, me desenfoco. Y amanezco como hoy.
Juan Ignacio Pereyra
Isidoro Reyes se despertó con resaca y el ánimo golpeado. La noche anterior no había sido una bacanal, pero se sentía peor que nunca. Mientras se preguntaba qué le pasaba, sonó el celular. Era Quique Bardo, uno de sus mejores amigos. –¿Cómo va? –Estoy roto. Como si me hubiera inyectado un bidón de nafta –balbuceó Reyes. –Eh, ¡loco! ¿Qué pasa? ¿Descarrilaste anoche? –se preocupó Bardo. –Un clásico: noche alegre, mañana triste. –Uh, ya veo... –Mirá –Reyes empezó a afirmar su voz–. Hay mañanas, como hoy, en las que siento un malestar insoportable. Iba a volver temprano a casa para terminar unos laburos pero aterricé a las cuatro de la mañana. –Te falló la tecla de corte... Bueno, te confieso algo: me da vergüenza cuando me despierto así. Siento culpa. –Me da bronca. Me enrosco. Empiezo a teorizar. Cuando llamaste pensaba: “Hay una diferencia entre el saber y el sentir”. Nadie se emborracha por entender intelectualmente la palabra vino. Sabemos cosas que parece que no sabemos. –Me cuesta seguirte –murmuró Bardo. –Cuando nos despertamos no sabemos si al final del día vamos a estar vivos, pero ¿lo tenemos presente cada mañana? –Tenés una rueda en la autoayuda, ¿lo sabés? –le advirtió Bardo. –Me da igual. También reflexionaba sobre cuando creemos o pensamos que determinadas cosas están bien o mal. Pero al hacerlas, ¿cómo nos sentimos? Pasa con la masturbación. –¡¿Qué?! ¡No está mal masturbarse! –Bueno, para Norman Mailer es una actividad miserable, en el caso del hombre. No estoy tan de acuerdo. Igual, no estoy juzgando. Lo que me pregunto es cómo nos sentimos cuando hacemos ciertas cosas, más allá de lo que pensamos. Cuando no damos limosna entendemos que no le podemos dar a todo el mundo, pero ¿qué sentimos al ver al tipo sin piernas, en silla de ruedas? –No sé, decime vos –replicó Bardo. –¿Qué? ¿A vos no te pasa nada? Yo me siento culpable, incómodo, triste o ridículo. –Bueno, fijate, yo sé que la falopa me arruina el cerebro, me zamarrea el corazón y me patea el alma. Sabiendo más o menos todo esto, a veces vuelvo a tomar. –¿Por qué? –lo interrogó Reyes. –La razón profunda no la sé. Me gusta el pico de euforia. Pero también me destroza y me genera un vacío atronador el después, el volver a la realidad. Siento tristeza, nervios, ansiedad, ganas de llorar. Me cuesta dormir y cuando me despierto tengo la sensación de que soy una sombra de un ser humano. –Al final, estamos hablando de algo básico: la coherencia entre pensar, sentir y hacer, ¿no? –planteó Reyes. –Qué sé yo. –Bueno, casi todo tiene algún sentido, ¿no? –A ver, pichoncito de Freud, ¿cuál? –Eso lo tenés que pensar vos. Lo que a mí me pasa es lo que te decía antes. Es una lucha interna entre lo que me dicta la cabeza versus lo que hago, que viene desde adentro. Y todo esto versus lo que siento. Cuando pensar, sentir y hacer se desalinean, me desenfoco. Y amanezco como hoy.
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