Receta con historia: flan de zanahorias de la tía Rosa

Recuerdos de otros tiempos, con máquinas de coser en las que se hacía la ropa, con un bracero encendido a la noche, para contar cuentos un poco inquietantes, y con esta delicia que comparte Ana María.

Es fácil conseguir en ésta época zanahorias muy tiernas y jugosas. Me gustan mucho de todas formas: rayadas en ensalada, crudas, cocidas o en jugo. Mientras las selecciono y lleno una bolsa, mis manos desaparecen de mi vista.
Una galería con grandes sillones adornados con cojines tejidos al crochet, redondos y plegados en forma de abanico. La tele en blanco y negro encendida, la Abuela Anita tejiendo y mirando la novela. Conversaciones y ruido a batidor delatan la presencia en la cocina de Rosa y Josefa. Entre charlas y risas miran de reojo un cuaderno que entre sus hojas manuscritas atesoran recetas. Deleite de la familia, recopiladas durante mucho tiempo. Quizás Doña Petrona o tal vez Utilísima prestaron ese tesoro bien guardado.
La receta era la excusa para encontrarse y compartir momentos en los que se tejían sueños en familia; recuerdos y preocupaciones. Nos hacíamos compañía. El tiempo se llenaba de amor y esperanza.


Comienzo a pelar cuidadosamente mis zanahorias tiernas y jugosas. Comienzo a rallar y las imágenes comienzan a surgir: una mesa pequeña en el centro, Rosita que se pasea de la habitación a los sillones, Carlitos camina por el patio. Junto a la mesa mis ojos expectantes, esperando ver cómo se desmolda aquél delicioso postre. Mis manos apenas tocan la punta de la mesa. Parecía una escena de suspenso, interminable. Hasta que al fin, un dorado flan corona una fuente de vidrio celeste que lo espera. Un aroma suave llena el ambiente mezclado apenas por el caramelo abundante que lo rodea.
Preparo el caramelo para mi molde y en un sartén dejo todo listo para mi caramelo líquido, una cuota extra de dulzura.


La tía Rosa era una mujer que amaba profundamente a sus hijos Rosita y Chichito, una madre que buscaba cómo mimarlos con sus comidas, costuras y regalos. La nueva “Singer” mostraba entre hilos y alfileres, alguna prenda que cosía para su hija. Era muy habilidosa con la costura. Recuerdo que Rosita le mostraba un modelo y ella ponía manos a la obra. En pocas horas, mi prima se paseaba con su nuevo vestido.
Coloco en la batidora las zanahorias ralladas, los huevos, la esencia de vainilla, el azúcar, la leche condensada y la leche líquida. Bato apenas para unir. Por último, adiciono dos cucharadas de fécula de maíz disueltas en leche. Bato un poco más sin espumar demasiado la preparación.

Vuelco en la flanera acaramelada y llevo a baño de María, tapado con papel de aluminio, durante un poco más de una hora a temperatura media en horno.
Mientras saboreo una taza de té y canela en rama, siento los ruidos, risas y conversaciones.


Un jeep estanciera enorme, el tío Chicho al volante y un camino de arena. La finca de Philips era casi un campo virgen. Quedaba a pocos kilómetros de Rivadavia. Nos gustaba ir con frecuencia, recorrer sus surcos cultivados, las arenas tibias, las vides que con fuerza se abrían a la vida en aquél casi desierto.
Muchas historias de aparecidos y víboras de la cruz acompañaban a veces el viaje. Como aquella noche en la que nos quedamos a dormir en casa de Rosita. Pero no antes de compartir junto a un enorme bracero cuentos “reales”, historias de espíritus, luces y brujas. Les confieso que esa noche no dormí nada.
Retiro el flan, pruebo su cocción con un palillo de brochet que introduzco suavemente. ¡Perfecto! Hora de enfriarlo.
Otra vez el suspenso. Paso un cuchillo fino por los bordes, lo muevo, sarandeo repetidas veces, pero suave como una brisa de otoño.
La hora del terror: doy vuelta la flanera sobre un recipiente de vidrio. Mis ojos se nublan y entre la alquimia de la cocina aparece una sonrisa y unos ojos pícaros que asoman tras la fuente, como dando su aprobación: “te salió Ana María”, una voz suave llena los recuerdos y mi corazón.
Es una delicia, pero mis comensales son muy golosos. Le doy un toque al “chocolate” que va muy bien con la zanahoria. Adorno con pequeñas figuras de chocolate y preparo un jarabe de caramelo.
Anímense, la cocina es la alquimia, sólo hay que buscar la combinación de sabores y aromas.


Coloco la fuente en la mesa a punto de cortar el flan. Rosita camina por la galería, Anita sonríe y nos mira, en la cocina está la Tía Rosa y una niña casi colgada de la punta de la mesa que mira curiosa un dorado flan de zanahorias. Gracias tía, Gracias prima por prestarme un recuerdo compartido.

RECETA

Ingredientes
Zanahorias ralladas muy fina 1 taza
huevos 8 unidades
azúcar ½ taza
leche condensada 1 lata
leche líquida 1 ½ taza
fécula de maíz 2 cucharadas
esencia de vainilla
para el caramelo de la flanera
azúcar ½ taza
para el caramelo al chocolate
azúcar ½ taza
chocolate para repostería 2 cucharadas
manteca 50 gramos
crema de leche 50 cc
adicionales
chocolate cobertura para hacerfiguras de chocolate

Caramelo líquido al chocolate
receta del caramelo liquido al chocolate
Colocar en un sartén el azúcar y la manteca. Revolver suavemente sobre fuego moderado hasta obtener el clásico dorado del caramelo. Volcar pequeños chorritos de agua. Revolver sobre el fuego unos minutos. Volver a colocar agua (en pequeñas cantidades siempre), seguir revolviendo sobre el fuego. Sacar de la hornalla y considerar la textura. Debe ser denso como un caramelo a punto líquido. Dejar enfriar. Adicionar crema de leche sin batir y el chocolate en polvo. Unir todo muy bien. Dejar en frío hasta el momento de usar

La recetaes de Ana María Marinozzi, que tiene su página de facebook: https://www.facebook.com/Myrecetasana


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios