Revolución del Parque: boinas, trampas y 2 armas humeantes

Los aprestos revolucionarios que se cocían a fuego lento contra Juárez Celman, y que recogimos en una columna anterior en este diario, terminaron de estallar en la madrugada del 26 de julio de 1890. Dicha explosión, la Revolución del Parque, se dio en un contexto de rigidez en la coalición gobernante, que, pese al uso del fraude para mantenerse, no parecía tener grandes oposiciones. Mientras tanto, se producía en el país una profunda crisis económica, en buena parte por decisiones económicas del juarismo que habían liberado todo tipo de controles a la economía (la ley de Bancos Garantidos, principalmente) con consecuencias que llegarían a afectar hasta a Gran Bretaña. Entonces, la inflación, el desempleo, el default, pero principalmente la falta de espacios para una elite en expansión, se encontraron cara a cara en lo que es hoy plaza Lavalle.

El conflicto por la capitalización de Buenos Aires de los lejanos 80 traía ecos que se retomaron en los cantones y barricadas que iban de Retiro al Parque de Artillería, de Casa Rosada al edificio central de Policía.

Incluso la Armada, que acompañó a los revolucionarios repitió con su bombardeo los hechos ocurridos una década atrás. Quienes estaban al frente de las fuerzas en las calles de la ciudad eran, en su mayoría, los mismos nombres que entonces.

Lo nuevo, la sangre joven, provino de la conformación de la Unión Cívica.

Pero, pese a la presencia de Yrigoyen, Alvear, Justo y de la Torre, entre otros, la verdad es que éstos tuvieron un papel secundario al lado de las milicias lideradas por Alem. En 1890 se enfrentaron bandos que ya habían batallado en las calles porteñas.

La distancia y el paso del tiempo nos engañan si vemos a la Revolución del Parque como el mero choque entre unos pocos descontentos de boina frente a un ejército organizado. Ciertamente, el resultado, el triunfo de las fuerzas nacionales, acompañó este relato. El liviano repaso que se hace en la divulgación solidifica aquella idea de alguna manera. Sin embargo, la de 1890 no fue una batalla menor que las que se sucedieron durante 1880. Los revolucionarios, sumando milicias y militares, contaban con unos 5.000 hombres.

Entre los objetivos se encontraba capturar al presidente, al vice, al presidente del Senado (esto es, Juárez Celman, Pellegrini y Roca) y la Casa Rosada. Ante esto, la plana del Ejecutivo se movilizó a Retiro donde se agrupaban las fuerzas oficiales conducidas por el general Levalle y, por su seguridad, el presidente fue retirado de la ciudad.

Los revolucionarios llegaron a controlar el área alrededor del parque de artillería, incluso descabezando a la fuerzas nacionales al herir a Levalle, pero no lograrían ninguno de sus objetivos (amen que pensaron que así sería). Aquí es donde subyacen las sospechas de la reunión entre Roca y Campos, cuando este último fuera prisionero previo al asalto.

Alem dejaría por escrito su arrepentimiento al haber escuchado la recomendación del jefe militar de la revolución y no haber avanzado con sus milicianos a Plaza de Mayo.

Una posición defensiva en el parque, la baja cantidad de armamento y la imposibilidad de cumplir los objetivos de inmediato llevó el enfrentamiento a unas tablas que sólo beneficiaban al gobierno, que hizo uso de esta ventaja y logró un acuerdo de rendición el 29 de julio. Esta no fue inmediatamente acatada por el conjunto de los rebeldes, Alem recién se sumaría al cese al fuego un día más tarde.

“La Revolución está vencida, pero el gobierno está muerto”, sentenció en el senado Manuel D. Pizarro, de Córdoba, otrora gobernada por Juárez Celman.

Al regresar a la capital, el presidente se encontró sin respaldo por parte del Partido Autonomista Nacional, aquel que él había erosionado para erigirse en el unicato, y presentó su renuncia. Aceptada inmediatamente, se convirtió en el primer presidente en renunciar desde Derqui en 1861.

Con el ascenso de Pellegrini, y el determinante respaldo de Roca, se inicia una nueva etapa.

Una con una oposición presente y dispuesta a las armas para alcanzar la presidencia que le será negada una y otra vez entre fraudes y negociaciones de medianoches.

En 1893 se presentaría una nueva revolución, una que declarará a Rosario capital de la nación y a Alem presidente. Nuevamente, desinteligencias la harían fracasar. Alem, frustrado, se suicidaría en 1896 en un coche camino al club del Progreso.

La de 1890 no fue una batalla menor que las que se sucedieron durante 1880. Los revolucionarios, sumando milicias y militares, contaban con unos 5.000 hombres.

Datos

La de 1890 no fue una batalla menor que las que se sucedieron durante 1880. Los revolucionarios, sumando milicias y militares, contaban con unos 5.000 hombres.

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