Síntomas de abandono: no nos hagamos desentendidos

Este año es traumático para todos y es menester contar con herramientas saludables para elaborar las pérdidas de todo tipo. Si no elaboramos todos y cada uno esta instancia tan difícil las haremos síntoma.

Los seres humanos somos seres esencialmente sociales. A algunos les gustará más que otros estar rodeados de personas, pero somos seres sociales. Nos engendramos en contacto con nuestra madre, sentimos durante 9 meses su energía, sus temores, sus deseos, angustias, su fuerza.


Llegamos al mundo y para poder vivir necesitamos el calor humano, las caricias nos impregnan de vida, nos estimulan a movernos, nos alimentamos del cuerpo de mamá y sonreímos primero por reflejo y después por respuesta a estímulos.

Estas interacciones se van complejizando en forma paulatina. Es sin duda maravilloso y enigmático observar cómo tomamos herramientas sociales de nuestros padres y abuelos, incluso de antepasados que no conocimos. Claro está, tenemos su carga genética.

En mis charlas e incluso en broma con mis hijos y amigos suelo decir “No naciste de un huevo de Pascua” o “No nací de un repollo”. Y claramente es así, y paso a explicar la obviedad.

Nacer de un vientre implica un contexto: una mamá y un papá y sus historias en ese momento. Cómo fuimos concebidos, qué le sucedía a cada uno en lo cotidiano, qué expectativas tenían, con qué deseos y frustraciones concretas, cuáles eran los proyectos o ausencias de tales. Incluso un contexto social determinado en la concepción, en el nacimiento y crecimiento. (Puedo abrir otro capítulo desde aquí acerca de las concepciones, pero, lo dejaré para otro momento.)


Donde quiero centrarme y que nos adentremos en el pensamiento es en la implicancia natural que tenemos con el otro, este otro que nos da sentido de vida. Una mamá con su contexto, con presencia o ausencia y sus reemplazos en caso que ella no esté presente.

Estas líneas de “dependencia” las llevamos siempre con nosotros, es parte de nuestro sistema humano. Al hablar de “dependencia” me refiero a la necesidad absoluta de necesitar de otro ser humano para ser concebidos y es parte nuestra. Sin excepción.

Desde esta danza que se empieza a transitar desde la concepción cada una es diferente. No existe una igual a la otra. Ni siquiera los gemelos ya que al ser mirados se les ofrece consciente o en forma inconsciente diferentes proyecciones.

Esta dependencia nos hace vivir, nos hace crecer y en este vínculo amoroso con otro, (que será mamá en la forma esperada e ideal) le sonreímos cuando nos sonríe, le contamos que nos duele la panza con un llanto y con otro que tenemos hambre. Esperamos aprobación ante los logros con risas, aplausos, abrazos, etc. Todo eso nos estimula a seguir haciendo. Entonces nos sentimos reconfortados al despertar lindas emociones en las personas que nos ayudan a estar vivos y seguimos generando esas reacciones. La danza de la vida, bella, mágica. Nos sentimos parte de una familia, tenemos nuestros juguetes en algún sitio particular y único. Nuestro. De esta manera y minuto a minuto, reacción a reacción, vamos armando nuestros lazos con la sociedad y nos vamos incluyendo. Somos, pertenecemos, nos generan fuerza de vida, la ofrecemos y generamos fuerza de vida.


Este “diálogo invisible” de ser mirados- aprobados y no ser mirados-desaprobados se repite como un esquema en todos nuestros ámbitos. Lo deseemos o no en forma consciente, en mayor o menor medida tendremos nuestras herramientas para buscar la aprobación de alguien o estaremos en todo caso mostrándoles al mundo el rechazo que sentimos de pequeños, la herida abierta. Pero sin duda es la danza que bailamos.

¿Si de repente se cierra? ¿Si de un momento a otro no nos sonríen más y nos sacan los juguetes y la silla? ¿Si no nos miran más? Quédense por favor pensando estas palabras anteriores y traten de sentirlo en el cuerpo.

Abandono. Me dejaron solo. No soy más querido. No valgo la pena. No me miran más. Y si estos son los primeros razonamientos pueden venir unas posibles respuestas. Si me dejaron, dejo. Si me abandonaron, abandono. Si no me miran, no miro.

Todos podemos dar cuenta de sentimientos de abandono más o menos profundo. Mamá que no pasó a buscarnos al colegio en el hs. Perderse en la playa, e incluso el nacimiento de un hermano. También podemos adentrarnos en este otro capítulo, pero seguiré con la danza coartada de la sensación de abandono. Incluso hasta de grandes se debe superar miles de sensaciones de abandono. Una pareja que no va más, al ser despedidos de un empleo y miles de otras instancias que terminamos diciendo “me quedé afuera”.


Pandemia para los chicos y adolescentes en este país tiene tinte abandónico. Sin aulas, sin colegio, sin las miradas que les daban sentido a estudiar y participar por un año completo.

Es un síntoma que tenemos que tener en cuenta porque hay muchos chicos que ya verbalizan su deseo de dejar de estudiar. Se cayeron las ganas porque no se sienten incluidos. Muchos adultos quieren dejar el país por la misma razón.

Tenemos dos opciones. Lloramos la pérdida en un rincón o respiramos la fuerza de un nuevo día y acompañamos con nuestra red social (y no hablo solo las online) a que todos seamos mirados e incluidos.

La inclusión es fuerza de vida. Los traumas se elaboran y se pueden sanar, pero no es dejándolos bajo la alfombra. Este año es traumático para todos y es menester contar con herramientas saludables para elaborar las pérdidas de todo tipo. Las herramientas las trae la palabra al contar, las expresiones al llorar, también el arte, el deporte. Si no elaboramos todos y cada uno esta instancia tan difícil las haremos síntoma. Estos pueden ser personales y también sociales.

No nos hagamos los desentendidos. No nos abandonemos. No abandonemos.



Por Laura Collavini, Psicopedagoga, M.P.R.N: 290


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