La aventura vertiginosa de escalar en Bariloche en la década del 70

Con 62 años, José Luis Goin cuenta que, años atrás, dieron comienzo a la actividad deportiva sin internet, comunicaciones ni información.

«En ese entonces, no contábamos con internet, ni pronósticos del tiempo, ni comunicaciones. La única forma de comprobar las condiciones era saliendo al terreno«. Con 62 años, José Luis Goin se convirtió en un referente de la escalada en Bariloche en la década del 70. Un deporte al que definió como «marginal» en ese momento y que, hoy, décadas después, se volvió popular.

José Luis nació en Buenos Aires, pero en 1973, cuando tenía apenas 10, su familia se radicó en Bariloche. «En ese momento, Mario González, con solo 18 años, armó un grupo de escalada en el Club Andino. Me invitó a sumarme. Como tenía 14, le pedí autorización a mis padres«, cuenta este hombre que concretó su primera escalada en el pico principal del cerro López.

Le siguieron infinidad de salidas. También al refugio Frey y al cerro Ventana.

«Para sacarle misterio a la actividad que, hasta ese momento, resultaba marginal porque nadie hacía andinismo, recuerdo que llevamos a los padres a un picnic al cerro López. Miraban cómo escalábamos de manera segura, tomando todas las precauciones. La idea era que ellos pudieran perderle el miedo«, relata este ingeniero civil que, hoy tiene tres hijos y tres nietos.

José Luis Goin con Esteban Buch en el sector conocido como Gendarme del Pollone. Foto: gentileza

Define su primera escalada como «una experiencia vertiginosa«. «De alguna manera -agrega-, uno aprende a dominar el vértigo. Esto de llegar a lugares inaccesibles por la altura y con paisajes increíbles, siempre es estimulante».

En aquellos años, una travesía al Frey podía ser una experiencia solitaria. Nadie transitaba esos senderos. Los jóvenes escalaban y al regreso, brindaban pormenores de la experiencia que solo quedaba en un reducido grupo, sin ningún tipo de difusión.

«Hemos escalado con lluvia, nieve, viento, pero cuando llegas, la experiencia siempre es valiosa. Es una prueba para uno mismo, pero, a la vez, tomábamos todas las precauciones, porque no dejaba de ser un deporte de riesgo. Por eso, volver siempre era motivo de alegría», admite.

Años después, siguió una expedición a una de las agujas del cerro Fitz Roy en Santa Cruz. Goin recuerda que, «en ese momento, El Chaltén no existía como pueblo. La única construcción que había era la casa de guardaparque«.

José Luis Goin, en una de sus tantas aventuras. Foto: gentileza

Cuenta que luego de que Gonzalez y Daniel Horecky hicieran cumbre, decidió subir con Esteban Buch al sector conocido como Gendarme del Pollone. «No había nada de información. Queríamos ir a un pico que veíamos lindo y posible, pero no sabíamos por dónde subir. Decidimos por dónde atacar la montaña y allá fuimos. Pero en un momento empezamos a hacer cuentas sobre la hora a la que llegaríamos y se nos hacía de noche, escalando», relata. En ese momento, tomaron la decisión de volver. «Nos dimos un abrazo y fue un momento de aprendizaje. Hay que saber renunciar y no estar arrepentido. Habíamos llegado a un lugar donde nunca nadie había estado. Llegar a donde llegamos ya era toda una aventura», recuerda.

En otra ocasión, agrega, accedió a la torre principal del cerro Catedral desde donde pudo ver algunos rayos en el cielo hacia la zona de Cuyín Manzano, el norte del lago Nahuel Huapi. «En esa época, los rayos eran más raros que ahora. Nos agarró temor porque todo el equipamiento era metálico. De modo que decidimos bajar rápidamente», dice asegurando que fue ”el mayor susto que vivió”.

Mario González impulsó la escalada en Bariloche en el Club Andino. Foto: gentileza

Un momento de transición en la escalada

Goin asegura que ese grupo pionero en escalada en Bariloche experimentó una transición de la actividad. «Pasamos de atarnos con sogas a usar arneses. De bajar haciendo rapel pasamos a descender con un instrumento conocido como ocho que nos permitía hacerlo mejor y de manera más segura. Sumamos los clavos de escalada y y las nueces metálicas que eran toda una novedad», rememora.

Cada tanto, llegaba alguna revista especializada al Club Andino Bariloche. En ese entonces, Vojko Arko era el bibliotecario y pasaba las novedades que circulaban en otros países. Quizás también llegaba algún viajero a la región que compartía las últimas novedades. O bien algunas expediciones con intenciones de escalar más al sur pasaban por la ciudad y al regreso, dejaban algo de material, como sogas, mosquetones, clavos, mochilas o carpas.

«Era todo a cuenta gotas. Incluso el nivel de información: quienes escalábamos, pensábamos que el máximo nivel de dificultad era el sexto grado. Sin embargo, cuando supimos que afuera se discutía sobre un séptimo nivel quedamos todos con la boca abierta. Hoy estamos por el noveno», ejemplifica.

José Luis Goin en el Gendarme del Pollone. Foto: gentileza

En ese momento, también se había generado una polémica en torno al uso de un talco o polvo de magnesio en las manos para escalar -para que permanecieran secas, sin resbalar-. «Para nosotros, usar eso era como manchar la montaña, ensuciarla. Por eso, lo discutíamos, al igual que el uso de palestras artificiales que hoy son deportes olímpicos».

José Luis puso como ejemplo el momento en que le regalaron una mochila que no tenía armazón metálico, como las que solían usarse. «¿Era algo bueno o malo? De golpe, abríamos un libro y veíamos a un escalador famoso con esa misma mochila. Hoy ninguna mochila tiene armazón«, recalca.

Hoy la montaña es más accesible, se multiplicaron los caminantes y los corredores. Celebro que son muchos los grupos que promueven el trekking responsable»,

José Luis Goin.

El barilochense por adopción insiste en lo novedosa que resultó esa transición en la actividad de escalada.

«Nos cansamos de abrir caminos nuevos«, se enorgullece y pone como ejemplo el momento en que, junto a su compañero de aventuras, Esteban Buch, abrieron una nueva ruta en el Campanile Esloveno, la segunda torre más alta del Frey. «Quedaron nuestros nombres perpetuados en ese lugar tan querido por los escaladores porque la costumbre era que el que subía por primera vez, le ponía su propio nombre», advierte.

Hoy, resalta Goin, la escalada se convirtió en un deporte popular. «Se consiguen elementos, hay pronósticos precisos de tiempo. En esa época solo teníamos el informe del aeropuerto que quizás, indicaba sol; mientras en el pueblo, llovía o nevaba«, afirma.


Certificado según norma CWA 17493
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Certificado según norma CWA 17493 <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Comentarios