«Mucha rodilla y mucha mano»: el consejo que el papa Francisco le dio al padre Alexis de Allen

Alexis Oser, el cura de 28 años se consagró en Roca en 2023 y hoy es auxiliar del párroco en la parroquia Santa Catalina de Allen. En el día de la muerte del papa Francisco recuerda el día que lo llamó por teléfono y repasa las enseñanzas que dejó.

Allen amaneció con una noticia que nadie esperaba: el Papa Francisco había muerto. Y aunque la Pascua suele ser un saludo de esperanza, este año se pronunció con un nudo en la garganta. «Hoy decimos felices Pascuas, pero con dolor», dice Alexis Oser, el cura de 28 años que se consagró en Roca en 2023 y hoy es auxiliar del párroco en la parroquia Santa Catalina, que justo anoche quedó vacante. «Esperamos que el obispo nombre pronto a un nuevo párroco, pero ahora todo se mezcla con la tristeza».

Alexis en diálogo con la radio FM Gabriela G cuenta que conoció a Francisco, habló con él y no lo dice con solemnidad, sino con una calidez que parece seguir vibrando desde aquella voz que un día lo llamó por teléfono. «Estábamos pintando una capilla en zona norte de Roca. Sonó un número privado. No lo atendí. Pensé que era spam«. Sonríe con ese recuerdo, que hoy se vuelve aún más potente. «Después me escriben: ‘Ale, el Papa quiere hablarte’. Yo pensé que el mensaje era para el obispo, que también se llamaba Alejandro. Entonces lo llamo y le digo que se equivocó y él me responde ‘te llama a vos, pescado'».

La llamada fue breve pero imborrable. Recuerda que habían hecho una pausa para comer unas empanadas, él estaba nervioso y el teléfono volvió a sonar. “Me dijo: ‘gracias por rezar por mí, Alexis. Seguí rezando. Y dale siempre para adelante’”. Alexis se animó a pedirle un consejo, uno de esos que sólo puede dar quien ha caminado largo y sin perder el paso. “Me dijo: ‘mucha rodilla y mucha mano’. Mucha rodilla para rezar y mucha mano para acariciar. No a unos pocos. A todos, sobre todo a los más pobres’”.

Francisco, el primer papa latinoamericano, murió este lunes.

Eso fue Francisco para él. Y para muchos. La ternura de un Dios que no señala ni castiga, sino que abraza. Un hombre que entendía su fragilidad y desde ahí construía fuerza. «Uno de los sacerdotes que lo acompañaba era amigo mío de Buenos Aires. Me contaba que Francisco se estaba rehabilitando con esmero, pero estaba muy frágil su salud, aunque se lo veía muy tranquilo», cuenta Alexis.

Ayer, lo vieron en el papamóvil, en la Plaza de San Pedro, saludando como quien se despide con una última bendición. En sus últimos mensajes volvió a insistir: “No más guerra”. Siempre pedía ‘recen por mí’, pero en sus últimos mensajes, sobre todo pedía que recemos por la paz. Por una humanidad más unida».

Si lo invitan a que hablé sobre lo que dejó en el mundo este papa argentino, Alexis no lo duda. «Su gran legado fue eso: volver al Evangelio», dice con emoción. «Nos habíamos separado mucho como Iglesia. Él nos invitó a volver a Jesús, al primer amor. A lo fundante. Nos dijo: no quiero una Iglesia autorreferencial, quiero una Iglesia que abrace, que acaricie, que se arremangue».

Hoy a las 18 habrá misa en Santa Catalina, y a las 19 otra por el eterno descanso de Francisco. “Por ese hombre que se arremangó y se la jugó”, resume Alexis, mientras recuerda las palabras que el papa escribió y él elige para este momento, «La alegría del Evangelio». Alexis lee con calma las palabras de Francisco:

«Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor. Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!»


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