Togo, espejo del modelo K

Néstor Kirchner, desde el frío de Río Gallegos, imaginó en su momento un verdadero “copamiento dinástico” del poder en la Argentina. Primero sería, él mismo, presidente, por dos mandatos. Luego vendría su esposa, Cristina Elisabet Fernández, a reemplazarlo en el sillón de Rivadavia y, en reserva, estaría siempre el “delfín” de la familia: Máximo Kirchner, un joven sin formación, pero con “el as de espadas” en sus espaldas, esto es portador del apellido “Kirchner”. Todo en familia. Ese era el “modelo” de Néstor y los suyos, autocrático obviamente. Con un duro “cerrado el tránsito” aplicable a todos los demás. Por un largo rato.

¿De dónde se inspiró? Tras su repentino fallecimiento, es realmente imposible decirlo con certeza. Pero hay un caso, en el continente negro, con algunos tremendos parecidos. Es el de la familia Gnassingbé, en Togo, que ha gobernado férreamente esa nación desde el 2005, con el apoyo de los militares, naturalmente. Los generales de esos lares.

Hoy Togo está conducida por Faure Gnassingbé, quien heredó el poder presidencial de su padre: Eyadéma Gnassingbé. Entre los dos, han estado sentados en el sillón máximo de Togo por espacio de medio siglo. Faure, cabe apuntar, ahora enfrenta las “protestas” callejeras de quienes quieren salir de ese horrendo estado de cosas, el de la absurda sumisión de un pueblo a una familia. El mismo al que los argentinos dijeran en las urnas “no”.

Para evitar ese mal está el conocido recurso constitucional de los “límites” a los mandatos. Que debe extenderse no sólo a las personas, sino a sus familiares directos, si de erradicar las “dinastías” se trata.

El papá de Faure removió en los hechos ese límite de la Constitución local. Como también lo está ahora tratando de hacer otro “enamorado” del poder: Evo Morales, en la vecina Bolivia que, políticamente, parecería pertenecer hoy al África subsahariana. Porque Evo, para tratar de “eternizarse” en la presidencia de Bolivia, maniobra “a la africana”, según queda visto.

Gambia era el único país africano que carecía de límites a los mandatos presidenciales. Pero las cosas cambiaron a la caída del presidente Yahya Jammeh. Otro ejemplo es el de Burkina Faso, donde se acaba de deponer al presidente Blaise Compaoré, después de 27 interminables y “enriquecedores” años en la presidencia de ese país.

Faure, en Togo, va por su tercer mandato y apunta a poder quedarse por lo menos hasta el 2030. Para lo cual celebra elecciones, siempre groseramente manipuladas. En las últimas, las del 2005, quedaron unas 500 personas muertas en distintos incidentes de protesta. Y ahora puede inspirarse en lo que, a la manera de hábil “artilugio”, acaba de hacer uno de sus vecinos regionales, José Eduardo dos Santos, en Angola. Que es dejar la presidencia de su nación, pero permanecer en la del partido gobernante y, desde allí, mover los hilos a la manera de un no demasiado sutil “control remoto”.

No por casualidad Cristina Fernández de Kirchner lo visitó en visita de aprendizaje, ensayando desde la tribuna algunos inolvidables “pasitos de baile”, en la que fuera una demostración de vulgaridad muy pocas veces vista.

*Exembajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas


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