Transición malhumorada

Por ser la Argentina un país democrático en que la alternancia en el poder debería considerarse “normal”, lo lógico sería que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y los funcionarios de su gobierno estuvieran plenamente dispuestos a colaborar con quienes están por reemplazarlos, aunque sólo fuera con el propósito de amortiguar el impacto de las quejas amargas por “la herencia” que con toda seguridad tendrán que soportar. Sin embargo, mientras que el gobernador bonaerense Daniel Scioli entiende muy bien que no le convendría en absoluto dar la impresión de querer empezar ya a sabotear la gestión de su sucesora, María Eugenia Vidal, razón por la cual ha ordenado a sus subordinados ponerse “a disposición” de la gobernadora electa, no sólo Cristina misma sino también muchos otros kirchneristas, entre ellos ciertos “barones” del conurbano bonaerense, han reaccionado de manera llamativamente distinta. Lejos de tomar la transición por una eventualidad rutinaria, si bien dolorosa desde el punto de vista de los obligados a entregar el poder político a sus rivales, la están tratando como un revés coyuntural que esperan revertir muy pronto. Tal actitud puede atribuirse al desprecio que algunos sienten por la “democracia burguesa” y la Constitución, a su juicio demasiado “liberal”, que fija las reglas. Como la presidenta saliente y diversos voceros oficiales han señalado con frecuencia, para ellos la defensa del “modelo” importa mucho más que la institucionalidad. Dan a entender que su propia legitimidad se basa en el compromiso con una especie de proceso revolucionario y que por lo tanto tienen derecho a violar los límites establecidos por el orden constitucional. Así, pues, Cristina no ha vacilado en aprovechar el tiempo que aún le queda para repartir una gran cantidad de cargos estatales y tomar otras medidas destinadas a debilitar al gobierno del presidente Mauricio Macri. Por ejemplo, quiere que militantes kirchneristas tan notorios como el presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli; la procuradora general Alejandra Gils Carbó y el titular de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual, Martín Sabbatella, se mantengan en sus puestos a pesar de la voluntad declarada de los macristas de sustituirlos por personas que en su opinión son más idóneas. En esta lucha por parcelas de poder, los kirchneristas cuentan con una ventaja significante; mientras que ellos mismos resultaron capaces de ir a virtualmente cualquier extremo para deshacerse de funcionarios molestos, como sucedió cuando se las arreglaron para echar al presidente del Banco Central, Martín Redrado, la gente de Macri quiere respetar las reglas formales. Por lo demás, no le sería fácil conseguir el apoyo parlamentario que necesitaría para que prosperaran juicios políticos contra militantes cuyo desempeño en los cargos que ocupan ha dejado mucho que desear. En algunas partes del país las dificultades ocasionadas por la resistencia de ciertos personajes a entender que en este mundo nada es eterno han sido grotescas. En muchas municipalidades bonaerenses, intendentes que fueron derrotados en las elecciones recientes, acompañados por sus dependientes, no sólo han vaciado las arcas sino que también están apropiándose de muebles, aparatos electrónicos y así largamente por el estilo para que no caigan en manos “enemigas”. Puede que quienes actúan de tal modo constituyan una pequeña minoría de malhechores pero, por desgracia, en el oficialismo en retirada hay una franja bastante amplia de personas que, afirmándose protagonistas de una revolución nacional y popular amenazada por “la antipatria”, están decididas a hacer lo posible para asegurar que la gestión de Macri resulte un fracaso humillante. Para justificar sus atropellos, algunos hablan de “resistencia”, como si la Argentina estuviera a punto de sufrir una ocupación extranjera. Tales manifestaciones no preocuparían si sólo fuera cuestión del rencor de un puñado de extremistas, pero sucede que a veces Cristina misma ha hecho saber que comparte las ideas autoritarias, cuando no totalitarias, de sus seguidores más exaltados. A menos que en el llano quienes piensan así adopten una postura menos combativa, los años venideros no se caracterizarán por “la alegría” prevista por el presidente electo Macri.


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