Un turista en las islas

De no haber sido por la crisis política, la visita de Di Tella a las Malvinas hubiera generado una descomunal polémica.

De no haber coincidido con una crisis política melodramática de solución improbable, la visita a las islas Malvinas del ex canciller Guido Di Tella hubiera dado pie a una multitud de polémicas, dividiendo a los partidarios de aceptar que es absurdo fingir creer que los habitantes carecen de derechos y aquellos que, como el economista radical y actual canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, insisten en que -puesto que según los teóricos del gobierno delarruista no deberían estar allí- hay que actuar como si no existieran. Aunque hubo algunos intercambios en torno de los méritos filosóficos, jurídicos y políticos de ambas posturas, con diversos representantes de la Alianza calificando de «frívolo» a Di Tella y éste mofándose de las actitudes pedantes de su sucesor -el cual, conforme a una versión, protestó ante Londres por el buen trato que recibía su adversario peronista-, los enfrentamientos así supuestos no lograron interesar a muchos porque, como sabemos, el país político está en otra cosa.

Que éste haya sido el caso es muy positivo. Durante décadas, dirigentes de las más variadas procedencias ideológicas concordaron en que el diferendo sobre las Malvinas debería considerarse la principal prioridad nacional y que por lo tanto sería necesario subordinar todo lo demás al conflicto con el Reino Unido. Asimismo, en los momentos difíciles, casi todos los gobiernos, incluyendo al encabezado por Raúl Alfonsín, resultaron incapaces de resistirse a la tentación de agitar el tema, costumbre que en 1982 nos llevó a una guerra de verdad. Por fortuna, a partir de 1989 los máximos dirigentes del país son conscientes de que la Argentina se enfrenta con problemas decididamente más graves y más importantes que los planteados por la disputa acerca de la soberanía sobre el archipiélago malvinense y a pesar de los intentos de ciertos tradicionalistas radicales de devolver el asunto a su lugar anterior, sus esfuerzos no han prosperado.

En opinión de Di Tella, sería posible llegar a un acuerdo sobre las islas sobre la base de concesiones mutuas, siempre y cuando el gobierno respete a los isleños, de suerte que la actitud prepotente y maximalista de Rodríguez Giavarini es contraproducente. También señala que en la actualidad el país no está en condiciones de ofrecerles mucho: «Si nos renuncian los funcionarios y elegimos presidentes que después se borran, o hacemos cosas absurdas, por supuesto que la Argentina no será una opción atractiva para los isleños». Tiene razón. Asimismo, si bien pocos tomarían en serio la idea de que la Argentina debería sentirse obligada a rendir examen ante una pequeña comunidad de granjeros de ascendencia británica, si en el curso del siglo XX el país hubiera conseguido erigirse en una auténtica democracia pluralista con una economía comparable con la italiana sería más que probable que el «problema de las Malvinas» ya estuviera resuelto. Aunque a juicio de radicales como Rodríguez Giavarini ni lo que efectivamente ha ocurrido aquí ni los puntos de vista de los isleños deberían incidir en algo que les parece tan obvio como un teorema geométrico sencillo, en el mundo real tales factores suelen resultar fundamentales.

Durante lo que dijo fue una visita turística a las islas, Di Tella charló amablemente con el gobernador local, Donald Lamont, otros funcionarios y malvinenses considerados «antiargentinos», continuando así a título personal la «política de seducción» que había iniciado desde la cancillería. Puede que su conducta no haya merecido la aprobación de los aliancistas ni de los isleños «duros» que, huelga decirlo, temen mucho más a las sonrisas que a la hostilidad, pero ha sido congruente con una estrategia a largo plazo que descansa en el presupuesto de que siempre será más fácil avanzar si el clima se caracteriza por la confianza mutua. Sin embargo, abundan aquellos que prefieren privilegiar el corto plazo por entender que los conflictos -a diferencia de un proceso de «seducción» naturalmente prolongado- brindan muchas oportunidades para anotarse triunfos simbólicos. Como quiera que los políticos suelen querer poder atribuirse éxitos inmediatos, es lógico que para muchos el cortoplacismo resulte irresistible, lo cual constituye una de las razones principales por las que el país se encuentra en su situación actual.


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