“El Colapinto neuquino del mar”: sacó la corvina de su vida, conoció la gloria y subió al podio

Esta historia no es sobre un simple concurso: es la crónica de una jornada en la que la perseverancia, la ansiedad y la magia de la pesca crearon un momento lleno de pasión.

El Ruso y la corvina en sus manos pesó unos 3,800 kilogramos y salió tercera en el torneo, con un premio de 8 millones de pesos.

Aunque pasa gran parte de su vida de pesca en ríos y lagos de la Patagonia, lo que le apasiona, a César Castellano, “el Ruso”, es la pesca con todas las letras, en cualquier ambiente. Miembro del grupo neuquino de pescadores Limay Medio Desembocadura (LMD), no le tiembla el pulso para cargar el auto, devorar kilómetros de ruta y llegar hasta la costa bonaerense para competir. Hace unos días, en un concurso, conoció la gloria: la línea tensó, el carrete zumbó, y sacó la corvina de su vida.

“En Monte Hermoso, Claromecó, Reta se hacen concursos interesantes, con premios de mucho valor. Hace al menos diez años que vamos, por ejemplo, a las 24 horas de la corvina negra o a otros campeonatos. Entre octubre y marzo aparecen eventos casi todos los fines de semana”, comienza el Ruso, con la emoción todavía a flor de piel.

Antes del último fin de semana largo, vio uno en Reta y llamó a su amigo Pablo Blasco para invitarlo, pero este tenía compromisos con una guiada de pesca. Intentó con el padre de Pablo, pero tampoco podía. Fue entonces cuando le preguntó a Belén Kuscich, su mujer, que también es pescadora, y ella no lo dudó.

En el podio del campeonato y la felicidad de un merecido tercer premio.

El Ruso, aunque vive hace veinte años en Neuquén, nació en Punta Alta. El plan, entonces, era salir el viernes después del trabajo, visitar a la familia y desde temprano ir hacia Reta el sábado. El concurso sería el domingo, y les permitiría pescar “un día libre”.

El pronóstico les auguraba lluvias torrenciales, así que decidieron almorzar tranquilos, pero la inquietud del Ruso era evidente. “¿Te querés ir?”, dijo Belén. Él le dijo que sí, y, sin temor al aguacero ni al viento sur, emprendieron los 600 kilómetros hacia el mar.

En Tres Arroyos vive Gastón Rosi, un amigo que también es pescador y los asesora sobre la pesca en el mar. “Es pescador, de río y mar. Para abril o mayo, cuando empieza el desove de las marrones migratorias, viene al Limay Medio”, relata. Él, les anunció que “caía agua a baldazos”. A pesar de ello, continuaron. Al llegar a Reta recorrieron sus calles, compraron provisiones y hielo, y, ya en la playa, contemplaron el atardecer mientras la lluvia menguaba. La noche era fría, pero lograron dormir un poco en la camioneta.

Con los amigos de Limay Medio Desembocadura (LMD).

A las seis de la mañana, el movimiento comenzó. “Calculá que hay unas 1.900 cañas. Todos vienen a agarrar lugar”, dice El Ruso. Con el primer rayo de luz, se puso el wader, armó la línea y posicionó la caña. Después, Belén preparó un desayuno que tomaron frente al mar. El torneo empezaría a las 10.


Líneas al mar


Cuando llegó el momento, lanzó su línea. “Pongo la caña en el posa caña, espero que quede como quiero y me voy a la reposera. De pronto, veo un movimiento que no era viento. Me apuro, agarro la caña y siento el tirón. ¡Era una corvina! Cabeceaba y tiraba. La empecé a traer con paciencia, y en una de las olas la vi claramente: hermosa”.

Nadie puede ayudar, es parte del reglamento. Ahí empezó la pelea más ardua y cuando la ola subió a la costa la pudo sacar. Al verla en la arena se tiró encima para que no se escape. La desenganchó y salió a buscar a los fiscales que andaban en varias camionetas patrullando. “La presento y mientras lo hacía el conductor de la camioneta le dijo a Belén que, de las que venían mirando, era la más grande”, dice.

Pensó que tenía chance de ganar y de manera inmediata empezó a sufrir. Belén buscaba en el teléfono la clasificación. Eran las 10:15 mas o menos, quedaba todo un día por delante, hasta las 16. Al rato, pasó la camioneta y le dijo “venís punteando” y ahí nomás una marea interna de nervios, ansiedad y alegría se apoderó de él.

Belén su compañera más fiel, le hizo el aguante.

Si quedaba primero, se llevaba una Ranger 4×4. El Ruso lo sabía, pero no quería pensarlo demasiado. “Hace siete u ocho años que vengo, tres o cuatro concursos por temporada, y nunca presenté un pescado. Pero faltaba mucho todavía”, se decía a sí mismo, tratando de mantener la calma. “Ojalá, al menos, meta un premio”, pensaba con la esperanza de quien conoce las vueltas del anzuelo.

Cuando Belén logró revisar la clasificación, ahí estaba: su corvina que pesaba 3,180 kilos estaba primera. A las dos de la tarde, el golpe: dos competidores presentaron corvinas más grandes. El Ruso, que hasta ese momento había vivido un torbellino de nervios, finalmente se relajó. “Por lo menos, algo me llevo”, se consoló. La batería del teléfono de Belén se agotó, y con ello, su ventana al ranking. Ahora, solo quedaba esperar y rezar por subir al podio.


Corona de laureles


La espera los llevó al anfiteatro, el lugar donde se entregarían los premios. El sol le había pasado factura: insolado y algo mareado, El Ruso entró al baño en busca de alivio. Ahí, un hombre que trabajaba en la radio revisaba unas planillas. Sin rodeos, le pidió: “¿Te fijás cómo quedó?”. La respuesta lo dejó atónito: “Saliste tercero”.

La familia celebró en Punta Alta.

La noticia lo descolocó como una ola inesperada. “Todavía lo siento; cada vez que hablo con alguien que sabe que me gusta la pesca, me vuelve esa felicidad extrema”. No era solo el logro, sino todo lo que representaba: competir contra pescadores experimentados, con equipos de primera, y aún así, ganar su lugar entre los mejores.

El premio: ocho millones de pesos. Sin embargo, El Ruso insiste: “No caigo mucho en el premio. Mi felicidad es haber subido al podio, que la gente me aplauda, ​​me felicite. Eso es la gloria”, jura.

La noticia corrió rápido. Los chicos del grupo LMD se enteraron, lo felicitaron y organizaron un asado para celebrar. “Tanto que insististe, tuviste tu premio”, le dijeron. “Le pongo muchas ganas, mucha pasión”, confiesa. Es una dedicación que se va perfeccionando con los años: en cada viaje se aprende algo nuevo, se escucha un consejo, se invierte en una mejor caña.

Una vez con el premio en mano salieron directo a Punta Alta, donde los esperaban. Pasaron el domingo con la familia y, el lunes, emprendieron el regreso a Neuquén.

En esos kilómetros de ruta, la alegría lo llevó a un viaje paralelo, hacia sus recuerdos de infancia. “Mi papá y mi hermano se iban a pescar y yo era chiquito. Me subía al auto y no me podían bajar, así que me llevaban”, cuenta.

El cierre, en el podio, digno de una película volvía a su mente. “Me pusieron corona de laureles, me dieron champaña. ¡Colapinto un poroto al lado mío!”, dice entre risas.


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