Adolescentes: incluidos o excluidos de los grupos

La psicopedagoga Laura Collavini narra cómo viven los jóvenes esta situación bastante frecuente en esa etapa de la vida y cómo hacerle frente, para atravesar esos momentos de la mejor manera.

Por Laura Collavini

Psicopedagoga

Me miraba en el espejo. Frío, grande, limpio.
Quería aparentar estar tranquila y segura, pero era un nudo de nervios. Tensa, con los músculos apretados, la mandíbula cerrada, los dientes juntos. La noche anterior no había dormido. Pensaba y no dejaba de pensar en cómo presentarme, qué caras tendrían mis nuevos compañeros, qué me dirían…
Se me aparecían escenas del otro colegio. Cuando me dejaban sola en el patio, cuando pedía jugar y me decían que no. Los gritos de fea me retumbaban en la cabeza con esas miradas y risas burlonas.
“¡Saliste de la carpa de los indios y viniste al colegio? ¿Por qué no te volvés con los tuyos negra, nariz puntiaguda, llena de granos”. “Si respira fuerte esta nos quedamos sin aire”.
No quería comer, solo hacía mi tarea como podía y me tiraba a mirar la tele y que pasen las horas.
Un día lloré, mucho, mucho. Fue cuando mi papá me preguntó por qué no llevaba amigas a la casa o no iba a los cumpleaños. Al final pude contar lo que pasaba.
Mis papás fueron a hablar a la escuela. No se habían dado cuenta de la situación, dijeron. Probablemente sucedía cuando ellas no estaban presentes.
Se comprometieron a observar de cerca la situación, a hablar con los chicos, a abordar el tema con todo el equipo del colegio.
¡Bingo! Ahora me encontré con un nuevo adjetivo “buchona”. Fue peor. Pasaban a mi lado y los insultos subían de tono, me amenazaron, que por mi culpa habían tenido problemas con sus padres. Fea, nariguda, y ahora buchona.
Cambio de escuela. Respiré hondo. Faltaba poco para irme. Me miraba en el espejo, y recordé lo que una vez me había dicho una amiga…
-¿Cuándo te pusiste esa hebilla?, ¿Cuándo te la pusiste por última vez? Ya es hora de que hagas un cambio. Vos sos linda, así como sos y no hace falta que nadie te diga cómo estás.
Me miré de costado, tomé una hebilla y me recogí el pelo ondulado. Así me gustaba. Me vestí, desayuné con ganas. Lista para una nueva etapa. Respiré hondo y abrí la puerta.


***

Este es una historia de mi autoría, pero no es autobiográfica , aunque podría haberlo sido. Estoy convencida que en algún momento todos pasamos por una zona de sensación de exclusión social. Ahora sí va la mía…
Antes de cumplir 16 años decidí cambiarme de colegio. En el que estaba me llevaba bien con todas mis compañeras y con los profesores. Tenía un rendimiento óptimo, sin complicaciones, pero claramente me había aburrido. Quería algo diferente. Ingresó a tercer año una amiga y me convenció que teníamos que cambiarnos juntas. Después de haber pasado 12 años en esa escuela, cambié de colegio.
Colegio nuevo, miradas diferentes. Gente con recorrido ya hecho desde la infancia. Y ahí estaba yo. La nueva.
La verdad es que no entendía los códigos, los grupos tan cerrados. Me sentía desconcertada;no me sentía cómoda. Mi amiga enseguida armó grupete con chicas líderes, pero de las que hacían lío y burlaban a muchos. No era mi estilo. Competían para ver quiénes tenían ropa de marca, la más cara. No. Claramente me quedaba afuera.
Me rescató de esa soledad que había traído ese cambio una compañera muy piola, abierta y divertida. Las que sabían amoldarse a todos los grupos.


Esos dos años que transcurrí con ellas fue un esfuerzo inmenso por encajar. Hoy claramente lo veo así. Por agradar. No pensaba ni sentía como ellas. Ni siquiera podía ponerme empática porque no les interesaba mi integración. Ni a este grupo ni a los otros tantos que formaban parte del curso.
Pasaba alrededor de ellas como fantasma. Como mucho me saludaban. Por supuesto que a veces pensaba que el problema era yo, que no podía enganchar en un grupo “típico” de adolescentes. Claramente me salvó saber que había otros adolescentes;otros grupos , en los que sí pude encajar, divertirme, compartir. acompañar y crecer.

Siempre las experiencias sirven. Lo único que yo quería era “encajar” y era imposible en aquel curso. Ahora, ya adulta y formada me aplaudo por no haber encajado. Porque mi esencia era más fuerte que la masa.
Ya ejerciendo mi profesión (psicopedagoga) recibo a tantos niños y adolescentes que atraviesan historias parecidas: no ser mirados, ignorados, con la sensación de no poder ser parte, o que reciben insultos, agravios. Se sienten mal al punto muchas veces de deprimirse y sentir que el problema está en uno; sin poder ver nada más.
Es muy duro. Siempre invito a lo mismo: a mirarse, a ver y registrar qué sienten, qué late, qué inspira. A los que le gusta la música clásica pueden experimentar rechazo por quienes aman la cumbia sin registrar que ambos lo viven como música.
Sin duda el tema de la exclusión social tiene varias aristas. Hoy veamos esta:la necesidad de mirarse y conocerse. Eso, aunque a veces no es una tarea fácil es fundamental. Es como ir por el mundo sin DNI.
Poder formar parte de varios grupos es una riqueza absoluta y más en la niñez y adolescencia donde justamente todas las potencialidades necesitan desarrollarse, tomar acción. Esta última actúa como espejo donde nos miramos y vamos descubriendo en cuál me veo mejor.


La exclusión social no debe padecerse;se debe accionar para transformarla en fortaleza.
Como me encanta decir…” A laburar se ha dicho”.


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