Don Segundo siembra alimentos y cosecha amistad

“El contacto con la tierra nos alimenta, nos guía, nos hace revivir de vuelta", dice Don Segundo, este catamarqueño de 73 años que en Vista Alegre y gracias a su dedicación consiguió transformar un terreno de 50 metros por 80 en su propio Edén

Redacción

Por Redacción

Viajando por la provincia de Neuquén hacia la localidad de Vista Alegre se divisa en lo alto la meseta, con su paisaje casi desértico de jarilla, zampa y alpataco. En medio de esa aridez inconmensurable aparece de pronto un vergel.


Allí vive Don Segundo Gómez, un catamarqueño de 73 años que a fuerza de incesante riego consiguió transformar un terreno de 50 metros por 80 en su propio Edén, teniendo como único recurso una canilla para uso doméstico. En esa zona donde el agua escasea y los vientos son por momentos implacables, él riega día y noche su producción con una simple manguera de jardín.

En su parcela, además de verduras y hortalizas de todo tipo plantó almendros, nogales, durazneros, vides, algarrobos, tunas que se trajo de su terruño y rosales de todos los colores.

Además, Don Segundo cría animales de granja y está aprendiendo a cultivar hongos comestibles. “El año pasado coseché zapallos de 30 kilos y salí en una revista”, dice con orgullo; al tiempo que relata que “hago harina de algarroba artesanal en un mortero, conservas de ají picante que me las sacan de las manos y vendo las tunas por docena. Hace poco me invitaron a llevar mi producción a una feria, y eso me pone muy contento, pensaron en mí”.

Lo que para este hombre empezó como una actividad para entretenerse “porque uno está jubilado, está de gusto” se transformó “en una terapia y una ayuda económica”.

Hace trece años que aprende, ayuda y trabaja con el INTA. Antes de la pandemia, muchas capacitaciones se realizaban en su parcela.


“Produzco para toda la familia, vendo mis cositas y ayudo a la comunidad. Yo hago todo agroecológico con los purines que me enseñaron a preparar y los clientes confían en mí”, comenta Gómez, que en Neuquén tiene dos hijas mujeres, un hijo varón y muchos nietos.

Antes del Covid él mismo salía a vender su excedente puerta a puerta en bicicleta. Uno de sus recorridos fijos era el “Salón Amarillo”, un centro de jubilados que está a más de dos kilómetros de su casa. “Cargaba la bici con un cajoncito y un bolso con frutas y verduras y vendía todo”. Después me quedaba haciendo gimnasia, bailábamos, jugábamos al truco. Uno está un rato con otra gente, se divierte y eso es muy bueno”, asegura.

Una partecita de su historia es así: ya jubilado del oficio de electricista, que lo llevó a migrar de pueblo en pueblo durante muchos años, consiguió una parcela en un terreno fiscal del que ahora es propietario, se armó un ranchito de cantonera, se mudó y comenzó su aventura de cultivar alimentos. Un arte que conocía desde su infancia en el Norte argentino, porque desde los diez años había trabajado en la zafra de Salta y Jujuy y había aprendido a sembrar maíz y zapallo junto a su padre. El terreno lo emparejó a mano, sin máquinas; y empezó con una huerta chiquita por la falta de agua, mientras se iba construyendo una casa de material. Más o menos por esa época se acercaron a visitarlo los técnicos del INTA.

“Un día, hace trece años atrás me han venido a ver desde el INTA y arranqué a aprender y trabajar con esa gente linda”, cuenta. Desde ese entonces no solo es productor sino también promotor voluntario del ProHuerta, el Programa nacional de ese organismo y del Ministerio de Desarrollo Social que promueve la agroecología para el autoabastecimiento, la educación alimentaria y la comercialización en ferias y mercados alternativos con una mirada inclusiva de las familias productoras.


Don Segundo recuerda que en tiempos pre-pandemia “la gente venía a mi parcela para las capacitaciones del INTA. Los ingenieros se juntaban acá a dar charlas, a hacer invernaderos. Traían gallinas ponedoras y yo las repartía, lo mismo que con las semillas”. El programa provee en forma gratuita semillas de estación a las personas que desean hacer huerta, así como gallinas ponedoras a pequeños productores del ámbito rural. “A mí me gusta mucho colaborar porque ellos me dan una mano, me tienen en cuenta y eso me hace bien”, asegura.

En su vida cotidiana, a pesar de los problemas con el agua, la bomba que se rompe, la intensidad del viento que le hace volar la cubierta plástica de su invernáculo y los fuertes golpes que se pega de vez en cuando “por la edad”, Don Segundo manifiesta que “para mí todo esto es muy lindo. Recién termino de almorzar y ahora voy a ver mis plantas. Voy de lado a lado para revisar, para darles cariño. Yo les hablo todos los días. Cuando voy a trasplantar le doy gracias a Dios que estoy bien, que me ayuda, le pido que me crezcan las cosas, que no les pase nada. Y cuando cosecho le hago unas oraciones para tener salud y seguir trabajando”, relata.

Con la sabiduría que le ha otorgado esa simbiosis con la naturaleza y su inagotable interés autodidacta por aprender, aconseja a quien tenga ganas de hacer huerta que “pruebe y trabaje, que le va a ayudar en su economía y le va a satisfacer”.

“El contacto con la tierra nos alimenta, nos guía, nos hace revivir de vuelta. A usted le dan ganas de hacer algo y la tierra le responde” sostiene. Su recomendación es que “así como uno siembra la verdura siempre hay que sembrar la amistad”. “Sembrando amistad se cosecha amistad”, concluye Don Segundo desde su vergel en la meseta.



Por María J. Calí (INTA Alto Valle)


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