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El calentamiento global y los incendios

Martín Belvis

Hace más de 25 años que los bosques de la cordillera del norte de la Patagonia se incendian. Algunos focos son intencionales o resultado de la negligencia, pero en muchos casos, el del lago Martin es un buen ejemplo, se trata de una combinación fatal entre la bajísima humedad, el calor y algún fenómeno meteorológico asociado, como viento o rayos. Pero el factor común es el cambio climático.


No ocurre sólo en la Patagonia argentina. Chile, cuya corporación forestal lleva una certera estadística, acumula 2.300 incendios desde el 1 de julio hasta ayer. Y las imágenes de la costa oeste de Estados Unidos o de Australia en llamas enseñan que hasta en los países más desarrollados el combate es desigual.


Los turistas que coparon los destinos de la cordillera a finales de este año disfrutan de días más que cálidos, casi sin humedad, con vientos muy suaves y poca lluvia en el horizonte. Los lagos y los ríos ya no están tan fríos y son ideales para soportar las tardes con temperaturas por encima de los 30 grados.


Para consolidar una estadística que sirva para planificar sobran datos. No basta con un avión más o un avión menos (siempre parece una respuesta más espasmódica que pensada) sino de establecer una política de Estado nacional en coordinación con las provincias.


Hay aliados de oro con los que hasta el siglo pasado no contaba nuestro país, como los dos satélites Saocom que construyó Invap en Bariloche y que opera la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae).


Estos dos satélites conforman con otros italianos una constelación que permite medir la humedad del suelo hasta por debajo de la superficie y tomar fotografías mediante microondas.


Una de las principales tareas de estos satélites es, precisamente, la prevención de incendios forestales: sus datos permiten saber si en algún rincón del mundo hay suficiente combustible (suelos sin humedad, árboles con estrés hídrico, cursos de agua secos) como para crear las condiciones de un foco de fuego. En la estación terrena Benavídez, desde donde se controlan los Saocom, debe haber cientos de datos que hoy pueden dar pistas muy certeras del lugar más propicio para un incendio forestal en las próximas horas.


Es imposible darles a los bosques condiciones de humedad que la Naturaleza le quita, pero saber lo que va a ocurrir permite prepararse.


Pero hay en nuestro país pocas excepciones de las políticas a cortísimo plazo. De todos modos, ya nadie se sorprende cuando se declara un incendio en un bosque.


La compra de medios aéreos de combate de incendios parece una inversión no muy inteligente porque la mayor parte del año se transformaría en material ocioso.


Mediante una alianza con países del hemisferio norte se podría generar un sistema que permita compartir recursos en contratemporada.


De esa alianza además deberían tomar parte las provincias, más allá de que se trate de parques nacionales. Pero en tiempos de tanto enfrentamiento, con la oposición festejando que el Estado no tiene Presupuesto para 2022 (lo que incluye al plan de manejo del fuego), las acciones del gobierno por fuera de Buenos Aires terminan siendo la moneda de cambio del voto en el Congreso.


Y los recursos humanos son clave. Un brigadista con experiencia y conocimiento puede hacer la diferencia entre un foco y una catástrofe.


Juan Cabandié no parece estar a la altura de la responsabilidad como ministro de Ambiente de la Nación, pero no es una excepción, tampoco lo estaban sus antecesores. Sergio Bergman recomendó rezar como mecanismo de prevención de incendios.


Sergio Federovisky es el segundo de Cabandié. Biólogo, ambientalista, periodista (fue editor del diario Clarín durante años), promete que se le dará financiamiento al Plan Nacional de Manejo del Fuego para que la indispensable planificación sea un hecho. ¿Cuántos árboles más se quemarán hasta que esa promesa se haga realidad?


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