Incertidumbre, nuevas fobias y cambio de valores: las marcas que nos dejará la pandemia

¿Cómo nos afectará el aislamiento social? Río Negro consultó a referentes de las ciencias, las ideas y la religión sobre un desafío inédito para la humanidad.

No hay antecedentes en la Historia de un evento o enfermedad que haya generado el aislamiento simultáneo de la mayor parte de la especie humana. De una ciudad en el este de China -que pocos conocían hace dos meses-, pasando por Europa, hasta cualquier pueblo en Argentina, las imágenes se repiten: las calles más vacías -y más limpias- que nunca; el cuidado casi obsesivo de la higiene, del lavado repetido de las manos, al baño de alcohol a las bolsas de las compras o sobre las patas de nuestras mascotas; las peleas familiares al quinto día de encierro, el acercamiento inesperado a esos familiares; el micro Estado policial del edificio, el miedo al otro como amenaza, las denuncias, la desconfianza, la solidaridad. Y la incertidumbre de no saber cuánto va a durar. ¿Cómo nos cambia la epidemia? ¿Qué sociedades nacerán de la cuarentena global?

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«El mundo no va a ser igual a como era hasta ahora. Cuando uno ve lo que pasa no solo en Argentina, sino en el mundo, se revaloriza mucho la presencia del Estado, cuando hay una crisis es el Estado el que responde, no el mercado. Se da una revalorización del rol de la salud pública. Es un momento para reflexionar sobre la importancia de la solidaridad social, de esto no sale un individuo aislado. Si no somos capaces de comportarnos como una sociedad organizada vamos a tener consecuencias mucho peores», Pedro Cahn, infectólogo, director de la Fundación Huésped.


«La epidemia nos cambió la escala de valores. Hace quince días los que estaban en el tope de la lista eran las personas del espectáculo, o los futbolistas, y ahora son sin duda toda persona que pueda hacerte bien. No sólo agentes de salud o médicos, sino también los curas: tener una palabra frente al dolor, frente a la soledad. No vamos a salir igual, acá va a haber pérdidas, dolores, que van a dejar sus huellas en la gente. Tengo amigos que están en Italia y se vive una pena profunda. Una cosa es la estadística y otra cuando te pasa a vos o a alguien que conocés. A las personas les quedan marcas. Yo no creo que ponga a prueba la fe, creo que al revés, que a mucha gente que tenía la fe olvidada o dormida estas cosas la ayudan a volver a Dios. A la que estaba cerca de Dios la vuelve maravillosa, y al que estaba lejos lo acerca. Si renegás de Dios ahora, qué te queda”, Guillermo Marcó, titular de la parroquia universitaria San Lucas y ex vocero de Jorge Bergoglio.


«Por un lado, el encierro nos cambia la percepción del tiempo, uno está acostumbrado a guiarse por la luz y dentro de la casa y empieza a mezclarse bastante la luz artificial. Empiezan a cambiar las rutinas (levantarse, comer) y eso desincroniza el reloj biológico. La desincronización está asociado a patologías del cerebro y a cardíacas. Por otro lado, está la incertidumbre y el estrés que provoca estar una situación que en definitiva es de peligro. Hay una hormona que se llama cortisol, que se secreta en una situación de amenaza, el cuerpo se prepara para huir o pelear, biológicamente esa es la respuesta. En este caso se suma el hecho de que uno no puede huir, está atrapado. Se desencadenan esos mecanismos que si se prolongan también pueden desatar patologías psiquiátricas como la depresión, el estrés postraumático, y se empiezan a afectar algunas funciones cognitivas: no poder pensar a largo plazo, te focalizás en el corto plazo. Y eso es más difícil, porque la manera de calmarte sería pensar a largo plazo, saber que esto se va a terminar, pero en una situación de estrés eso se vuelve difícil, y el cortoplazo no es optimista, eso potencia esos mismos mecanismos. Hay personas más vulnerables a este tipo de cosas, por contextos o por trastornos psiquiátricos previos, y se pueden desarrollar patologías de tipo depresivas porque los mecanismos de estrés se prolongan en el tiempo. Es importante poder salir de estos mecanismos lo más pronto posible”, Pedro Bek, biólogo y neurocientífico.


«En un Estado constitucional como el argentino, a priori todos los derechos tienen la misma jerarquía: todos los derechos colectivos y todos los derechos subjetivos. Cuando hay colisiones uno debe ponderar cuál tiene más peso específico en un caso particular. El derecho a la salud, como derecho colectivo y demás derechos conexos (el derecho a la vida individual, a la integridad física individual y la salud individual), tiene más peso específico que la libertad de transitar o poder circular en este momento. ¿Cuál es el límite? Que no la podés hacer desaparecer, no hay derecho que ni aún en la máxima emergencia pueda ganarle totalmente a otro derecho, que pueda suprimir otro derecho. Las emergencias siempre son por un plazo, y las medidas que se toman tienen que ser las más idóneas de las disponibles. Hoy no hay medida más idónea que el aislamiento para proteger la salud pública. Cuando la pandemia termine, indudablemente va a haber un nuevo orden mundial, van a haber nuevas formas de cuidado de la salud a nivel mundial. Viene un mundo totalmente distinto, donde la tecnología va a tener un rol muy importante para evitar que esto vuelva a pasar”, Andrés Gil Domínguez, conctitucionalista, posdoctor en Derecho.


«Las vidas de todos están absolutamente trastocadas. Esto es obviamente algo transitorio, pero va a dejar marcas, colectivas e individuales. Sabemos que va a pasar, pero no sabemos cuándo, cuánto va a tardar. La incertidumbre es enorme. Cuando hay algo traumático hay sistemas que se ponen en alerta y hay otros que quedan fuera de juego. Es natural que se ponga en juego todo el sistema que tiene que ver con la supervivencia, con la necesidad de responder a una situación límite, la exacerbación de los miedos, las conductas que tienden a buscar seguridad, se despierta una conducta policíaca en la relación con el otro. El sistema de alarma está puesto en juego biológicamente. Quedan fuera de juego áreas que tienen que ver con otros aspectos de nuestra vida cotidiana”, Diana Akawie, consultora psicológica.


«Una respuesta sobre qué va a quedar después de esto sería una especulación tremendamente azarosa. Porque nunca hubo una necesidad de cambio masivo de hábitos como ésta habiendo ahora. En la medida que no tenemos vacunas, la única manera que tenemos de luchar contra esto es con una exponencialidad de cambio de hábitos, un contagio de cambio de hábitos. Y que ese contagio sea todavía más fuerte y más rápido y con una curva más empinada que del propio virus, y esto nunca se vio. El gran tema hoy es que se puede hacer un cambio de hábitos masivo, como estamos viendo, pero ese cambio tiene una cierta fatiga y, con el paso del tiempo, tiene poca adherencia. Pasa lo mismo con los hábitos personales: se puede hacer un cambio de un día para el otro pero el tema es que dure después ese cambio. Entonces, esa es la gran pregunta”, Sebastián Campanario, economista experto en economía del comportamiento.


«Esto nos va a cambiar como sociedad para establecer cuáles son las prioridades de nuestros valores, a nivel individual como social. Pondero en esta época la relación existente entre los vecinos. Espero que de todo esto nos demos cuenta cuán solidarios somos y cuán solidarios debemos ser. La sociedad argentina es una sociedad solidaria, en términos generales. Es importante darnos cuenta cuántas cosas necesitamos, y cuánta superficialidad ocupa nuestro propio tiempo. Esto se juega cuando nos damos cuenta cuán importante es la vida y la salud. Siempre estas cosas, estos momentos, estas experiencias, ponen a prueba realmente quiénes somos, nuestra fe, hasta dónde estamos dispuestos a ser gente que demuestre sus prioridades y valores. En este encierro transitorio uno va descubriendo cosas que no sabía ni de uno, ni de los otros, que pueden ser buenas y positivas”, Daniel Goldman, rabino y copresidente del Instituto del Diálogo Interreligioso.


«La humanidad, y es una de las pocas veces que podemos hablar de “la humanidad”, está viviendo una experiencia inédita. El confinamiento, la inmovilidad y el distanciamiento -en general, pero de los seres queridos en particular- son experiencias inauditas en nuestra memoria viva. Es una situación muy perturbadora porque uno de los rasgos de la modernidad es la movilidad, de personas, de cosas. Por otra parte, es una situación disruptiva en la percepción de la vulnerabilidad. Nuestra época está caracterizada por hacer pensar al individuo que la salud es responsabilidad de su conducta, si uno duerme bien, hace ejercicio, come bien, no toma alcohol y no se droga, a menos que irrumpa el cáncer, uno no se enferma. Esto viene a recordarnos que la vida y la muerte han sido dos hechos que han ido de la mano. Y en tercer lugar, la experiencia del achicamiento del mundo. La globalización ha sido un hecho abstracto, sabemos que el mundo se globalizó y lo percibimos porque compramos algo, porque viajamos más en avión, porque tenemos internet y podemos chatear con un amigo en Inglaterra. Pero no teníamos la experiencia inmediata del colapso del espacio”, Alejandro Katz, pensador ensayista.


«Descreo de las miradas alentadoras de que de esta pandemia saldremos mejores per se, que vamos a un horizonte de mayor igualdad, empatía y respeto entre todes. Decía Borges, no nos une el amor, sino el espanto: hay que ver qué pasa cuando nos deje de unir el espanto y haya que empezar a redistribuir la riqueza. Reconocemos a un otro, que es el que hace lo mismo que yo porque es de la misma clase social que yo, que se puede quedar en su casa. Ahora, qué incómodos nos sentimos cuando vemos a alguien de una clase menos favorecida juntando basura en la calle: molesta esa normalidad, cuesta pensar que hace eso porque tiene que comer. Ese rechazo al otro, no parece estar cediendo ahora. Y el caso extremo puede estar en el accionar de la policía. La vida dentro de un monoambiente a la larga nos lleva a la psicosis, a las tensiones intrahogares, y la violencia va a caer sobre el cuerpo de las mujeres y los niños. Hay que atender las tensiones intrahogareñas que de por sí son un problema y en este contexto pueden tensarse más aún”, Lucía Gutiérrez, licenciada en sociología y docente en UBA y USAM




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