La vida después del secundario, una elección compleja

En esta oportunidad, la psicopedagoga Laura Collavini reflexiona respecto a la decisión sobre qué será de la vida de los jóvenes luego de terminar el secundario. Angustia, temor, incertidumbre y todas las sensaciones logicas de una elección difícil.

Uno de los momentos más complejos de la adolescencia es decidir qué hacer después del secundario. Es una época de profundos cambios. Se deja la escuela, lugar de contención de toda la vida por excelencia luego de la casa. Pudo haber sido más o menos querida, o con compañeros más o menos apegados; pero así y con todas las características fue el lugar de resguardo, reflejo de la infancia y adolescencia. Lugar donde pudieron haber sucedido las primeras picardías y las peleas. Donde nacieron amistades para toda la vida y los juegos del recreo que se atesoraron. Quedan en el alma las marcas de los conflictos, de las visitas a dirección y de verle la cara al compañero en cuestión, después de la gran pelea.


El lugar donde pasados tres meses de vacaciones se reconoce al nuevo estudiante y se descubre que falta alguien. Es el lugar donde surgen amoríos. Donde los corazones se rompen y también esos sentimientos que a veces perturban. Las elecciones sexuales… Queda atrás lo estructurado y convencional. Lo obligatorio.

Todo ese mundo se deja, así de claro, así de duro. Así de real. Pareciera que en un corto lapso de tiempo hay que decidir la vida entera. ¡Flor de jugada!

Veo las caritas de los chicos a esa edad y en general manifiestan una casi sensación de terror, diciendo: “no sé si algo me gusta”. “No sé si quedarme en la ciudad o irme”. “No sé si quiero seguir estudiando”.

Decidir la vida entera a los 17 u 18 años mientras mamá o papá preparan el desayuno y resuelven la vida diaria… parece demasiado. Conviven con esto otras implicancias, trayendo un peso extra que intentamos descifrar.


Cuando se decide una carrera no sólo se hace desde un gusto personal sin más, sino que se visualizan otras facetas que vemos claramente a la luz de esta decisión. A enumerar:

1. ¿Qué piensan los padres del estudio después de la secundaria?

2. ¿Qué no pudieron hacer los padres y consideran que sus hijos deberían hacer?

3. ¿Qué hicieron los padres que consideran que sus hijos deberían repetir?

4. ¿Qué le gusta a la persona en cuestión?

5. Lo que le gusta, ¿está en la zona?

6. ¿Cuáles son las instituciones que ofrecen esa carrera?

7. ¿Se puede costear?

8. ¿Hay que trasladarse? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Con quién?

9. ¿Cuál es la salida laboral que ofrece?

10. ¿Es redituable?

11. ¿Cuántos años son?

12. ¿Hay que trabajar mientras se estudia?


Doce preguntas básicas y concretas. En estas sólo una hizo referencia al adolescente que debe decidir: la número 4. El resto se refiere a los padres y al contexto. Podemos decir entonces que existen otras preguntas, a mi criterio, mucho más fundamentales.

¿Por qué elijo lo que elijo? ¿Qué me gusta y qué no de esa carrera? ¿Cómo me gustaría verme cuando la finalice? ¿Cómo soy hoy? ¿Qué disfruto hacer? ¿Qué no me gusta? ¿Qué valores hoy me hacen sentir bien y no quisiera dejar? ¿Qué me gustaría conquistar? ¿Qué elección tomo para agradar y/o dejar contento a alguien? ¿Qué herramientas tengo para estudiar? ¿Desafío a alguien con esta elección?

Si bien muchas de estas preguntas se pueden ir desarrollando a medida que la carrera transcurre, pueden ser de gran ayuda planteárselas con anticipación.

Diseñar la vida entera en una elección de carrera posiblemente sea irreal. Cada una tiene sus variantes, y cada persona puede construirse con ellas.

Desde lo personal quiero compartirles mi proceso: elegí psicopedagogía porque había un par de ítems que me dieron pautas. Cuando entraba la profesora de psicología se me iluminaba el alma. Mientras el resto de mis compañeras hacían bullicio y se aburrían, yo me acomodaba en el banco y hacía miles de preguntas que jamás había hecho (creo que la profe de matemáticas no me conocía la voz).


Otra pista fue mi pasión por hacer actividades con los niños. Animaba fiestas infantiles, era niñera y siempre que había una actividad con ellos ahí estaba yo, primera en la lista armando juegos.

Cuando le pregunté a mi profe qué podía estudiar en relación al tema que me convocaba me sugirió Licenciada en Educación. “Podrías hacer libros o manuales por ejemplo”. Esa propuesta me resultó tan poco atractiva que mi cara lo debe haber dicho. “También hay otra carrera que se llama psicopedagogía. Trabaja con los niños en relación al aprendizaje”. Se me despertaron todas las chispas dentro. Me dijo también que convenía que vaya a conocer las universidades. Eso hice. Vi las materias de la carrera. Compartí con mis amigos las suyas y ahí empecé a estar atenta a mi sensor interno.

Superé las malas caras de mi papá que quería que sea empresaria. Me dijo que me iba a morir de hambre. Claro, algunas décadas atrás era un mundo donde no se miraba que los empresarios muriendo de frustración o tristeza porque no pudieron tocar la guitarra como soñaban ni tampoco pensó mi papá desde su mirada realista que como psicopedagoga podía: diseñar juguetes, escribir en el diario, hablar por la radio y la tv, escribir libros, organizar charlas, armar una fundación y encima jugar feliz todo el día.

Las elecciones de las carreras son eso. Una elección con aristas varias. Lo que cada uno puede hacer con ella, tiene la características y posibilidades de una obra de arte. Como la vida misma.


Me hicieron en ese tiempo un test de orientación vocacional. Fíjense por favor el término que utilicé: “me hicieron”. Realmente sentí que lo hicieron por mí. Yo no estaba ahí. Cientos de preguntas por responder en un corto lapso de tiempo. No recuerdo qué decían muy bien. Nos citaban después del almuerzo, con el sol que nos daba en la cara. Recuerdo el sueño que me generaba.

Al final de toda la lista de preguntas nos decían que elijamos de muchas carreras, cinco. Me acuerdo que me atraía tanto antropología como veterinaria. El resultado dio justamente esas… pero mi alma no estaba ahí.

Tenemos una vida que puede llegar a los 100 años. ¿Cuántas veces podemos transformarnos? Si las personas suelen casarse, separarse y volver a tener otra familia. Se mudan varias veces. La vida ofrece muchas posibilidades. Tal vez, el secreto radique en conectarse con uno mismo. Conocerse en este presente y diagramar desde el alma los próximos pasos. Si hay obstáculos, seguramente se encontrará una manera de superarlos, con la pasión como guía.


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