Padres: ni el no porque no, ni el sí porque si

La psicopedagoga Laura Collavini analiza esta vez las maneras en que a veces los padres intentan poner límites y propone revisar los modos de vinculación, en principio con nosotros mismos para que se vea reflejado nuestro crecimiento en el otro.

Laura collavini
lauracollavini@hotmail.com

¿Nuestra vida no está dividida por temas, verdad? Es difícil separar nuestros estados emocionales del cuerpo, nuestro trabajo de la rutina familiar, nuestra reacción corporal de la simple picadura de un mosquito. Somos una persona y nos atraviesan realidades diversas en forma simultánea al mismo tiempo que la reacción que tengamos la hacemos desde nuestra historia.
Aquello que vivieron nuestros ancestros nos atraviesa hoy, aunque haya pasado más de un siglo.


Solemos ir por la vida desconociendo de dónde venimos y eso realmente es un gran problema ya que desconocemos gran parte de nuestro origen.
Las células tienen memoria. Las tenemos heredadas de nuestros ancestros. En consecuencia, son portadores de vivencias ancestrales que hoy, en cualquier instante relatan sin que nos demos cuenta qué sucedió muchos años atrás.

Al darnos el permiso de hacer este camino descubrimos otro mundo. El nuestro. Puede estar plagado de secretos, amores prohibidos, estafas, peleas, dolor, odio, muerte, guerra y está mucho más repleto de algo que solemos invisibilizar: el amor, la fuerza de la vida.
Cuando se ve desde esta óptica es maravilloso. No, no me volví la bella Susanita de Mafalda que sólo veía romance. Comparto este modo de enfocar el desarrollo.

Nos abruman palabras, opiniones, dichos de cientos de personas. “¿Cómo hiciste eso? ¡Deberías haber hecho esto! Si no hacés esto, seguro te va a pasar algo malo”. Llenamos de prejuicios y juicios el accionar de cada instante, el nuestro y el de todos los que nos rodean, obviando el centro de la situación: todos somos distintos y reaccionamos desde diversos lugares por diferentes motivos.

Esto no quiere decir que dejemos sin efecto condenas legales cuando se ejecuta un mal ante alguien; mi intención es transmitir la importancia de centrarnos en cada uno. No en mi vecino, mi pareja, ni siquiera en mi hijo. En mi misma/o. Conocer qué me pasa, qué me enoja y por qué, qué me divierte, cuáles son mis prejuicios, mis palabras aprendidas y que repito sin sentido.

Al realizar este ejercicio tan complejo y sencillo a la vez de lograr conocer de dónde venimos, y desde ahí saber hacia dónde vamos, nos encontramos con la sencillez de la acción, ya que dejan de tener sentido las opiniones de todo tipo. La seguridad de la propia existencia cobra fuerza.

En esta postura, nuestras acciones son más relajadas y objetivas. A partir de ahí, nuestras palabras tienen coherencia, fundamento. Las discusiones y peleas dejan de aparecer. No porque no existan conflictos, sino porque aprendemos a resolverlos de otra manera.
Cuántas veces dijimos o escuchamos decir ¿Por qué no? La respuesta muchas veces es “No porque no”, o “sí, porque lo digo yo”. Como padres muchas veces sentimos que es cansador tener que dar explicaciones constantemente.

La magia sucede también cuando nos posesiona la claridad de las palabras. Empezamos a dar explicaciones que no castigan ni limitan, simplemente ayudan a ordenar. No hay amenazas ni gritos. Solo diálogos que generan organización en la mente del otro, relajan y estimulan.

Tenemos muestras de sobra para afirmar que la famosa ojota, chancleta y/o cinturón tenían fines educativos y terapéuticos basados en el miedo. No era respeto. Pasan las décadas y hay abuelos que aun se les transforma la cara cuando se recuerdan de niños, aterrados ante el cinturón que salía del pantalón gigante de un adulto enorme y con cara de malo.
También contamos con la sabiduría de conocer las consecuencias negativas de no poner límites y dejar que el crecimiento fluya en libertad, con una idea romántica que los niños y adolescentes deben dejar que fluya su personalidad sin traumar ni decir muy fuerte.
Todos los extremos son malos, cierto. Por esa razón cada vez más sería necesario que revisemos nuestros modos de vinculación, en principio con nosotros mismos para que se vea reflejado nuestro crecimiento en el otro.
Nuestros hijos son los vínculos más importantes, por supuesto. También lo es la pareja, los amigos, el trabajo, la escuela de nuestros hijos, etcétera. Si lográramos mirar desde los ojos de la empatía, reconociendo mis propias huellas… ¿No sería un mundo más evolucionado?


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