«Secretos de un matrimonio»: Nuevas maneras de decir adiós

La serie de HBO, remake del clásico de Ingmar Bergman, renueva el intento de la ficción por iluminar la zona de indeterminaciones que rodea el fin del amor, especialmente ahora que el amor romántico está puesto bajo reflectores.

Con un despliegue de escenas sutiles que reflejan las mezquindades y las negociaciones implícitas en los vínculos pero más bien anclada en la representación de la distancia o en los silencios profundos e insoportables que marcan el pulso de una historia de amor que se apaga, “Secretos de un matrimonio”, la remake que HBO hizo de la mítica miniserie sueca que en 1973 dirigió Ingmar Bergman, invita a repensar qué tanto cambiaron los finales ahora que todo lo que rodea al amor romántico parece estar en la mira.


¿Acaso una pelea de gritos y misiles hirientes golpea más que el desconcierto que genera el desencuentro con la persona con la que se comparte la vida? ¿A qué tipo de cálculo se reduce la infidelidad cuando orbita solo alrededor de si tiene (o no) perdón? ¿A dónde va el idioma de palabras y gestos compartidos una vez que todo termina? “Secretos de un matrimonio” renueva el intento de la ficción por iluminar una zona de indeterminaciones. (N. del E.) Si aún no viste la serie, atención: la nota posee algunos spoilers.

La miniserie de HBO, con los protagónicos de Jessica Chastain y Oscar Isaac, reproduce la estructura de “Escenas de la vida conyugal”, la obra clásica del cineasta sueco, quien en 1973 se animó a abordar aquello de lo que entonces nadie hablaba: la miseria que puede crecer en la intimidad de dos. Su intento fue tan exitoso que el mito televisivo asegura que los casos de divorcio y las consultas de terapia de pareja aumentaron y se popularizaron durante la emisión. Después, los seis episodios originales se condensaron en la versión cinematográfica que recorrió el mundo y que en la Argentina se convirtió en motivo de charla primero y objeto cultural, después.

Para reversionar el microcosmos de la pareja de Bergman, Hagai Levy incorporó sensibilidades contemporáneas e incluso “americanizó” la historia. El Johan de Bergman es ahora Jonathan, un intelectual y profesor de filosofía judía interpretado por Isaac, y Marianne se convierte en Mira, una ejecutiva de tecnología interpretada por Jessica Chastain, quien confesó que lloró todos los días durante los cuatro meses que duró la filmación. La operación incluyó la conveniente inversión de las dinámicas de género (Mira es Johan y Jonathan es Marianne): gracias a eso, Levy puede contar cómo mutaron los problemas al interior de una pareja.

“Es la serie del año”, lanzó, categórica y sin medias tintas desde su cuenta de Twitter la escritora Florencia Canale, referente de la novela romántica histórica y una de las autoras más leídas, cuando terminó de ver el cuarto capítulo.

El clásico de Bergman, la miniserie sueca de 1973, ganadora de múltiples premios.


“La miniserie pone en jaque al deseo, devela una cadena de fragilidades y se atreve, además, a mostrar la vulnerabilidad del personaje femenino, que es realmente insoportable y expone ese costado tan roto, inconstante, y enloquecido”, analiza en diálogo con Télam sobre su entusiasmo.

Y apunta, además a una sutileza en la que repara la miniserie, un concepto realmente difícil de abordar desde pantalla: “Está muy presente la idea de que un otro jamás cambiará un agujero afectivo individual, que muchas veces la soledad es intrínseca. Es interesante cómo se muestra la herida femenina: ni el empoderamiento ni el éxito que tiene el personaje de Chastain alcanzan para suavizarla”.

Canale cree que el formato de cinco capítulos está muy logrado pero acepta, entre risas, que le gustaría que tuviera seis temporadas: “Quisiera que no termine. Supongo que a todos nos gusta ver ese tipo de miserias en la tele porque las tenemos todos. Hay una química inquietante entre ellos, todo es tan orgánico que parece improvisado, casual”.

No es la primera vez que Hagai Levy aborda el entramado del amor (y el desamor). En “BeTipul” (y luego su versión norteamericana y global, “In Treatment”) transitó el terreno de las confesiones sin filtro y las revelaciones que se dan en terapia. Después, en “The Affair”, ideó un drama amoroso sobre una infidelidad que, a medida que avanzaba, se triangulaba hasta adoptar un formato entrecruzado y ridículo.

La adaptación de Levi, estrenada este año, ya acumula cientos de elogios.


En “Secretos de un matrimonio”, en cambio, el planteo de Levy se circunscribe al momento de una separación, que decide mostrar con buenas dosis de vitalidad y por momentos sortea lo inevitablemente triste de la circunstancia.

“Es hora de hablar también del valor de un divorcio. En una sociedad narcisista, enfocada hacia el consumo, que empuja a buscar la autorrealización y una libertad superficial, es bueno recordar cuán traumática es una separación. Y aun a pesar de ello, esta es una historia de amor”, contó Levy sobre el sentido de encarar la remake en la que trabajó junto a Daniel Bergman, el hijo del realizador sueco.

“Es una serie poco pretenciosa en la que los diálogos son creíbles, los planteos son honestos y articula las nuevas tendencias de pensamiento con los temas de siempre como la pasión, los hijos o el desarrollo profesional”, repasa Tamara Talesnik, guionista, analista y desarrolladora de contenidos audiovisuales.

Talesnik advierte que a pesar de ser un drama romántico, tiene el ritmo y el entramado de un policial: “Hay dos personajes encerrados en una casa que mantienen la tensión a partir de una pregunta, una incógnita que se resuelve en el capítulo”. Y destaca que ese “guión del encierro” que da cuenta de un intercambio que sucede puertas adentro, a la vez, permite conocer e imaginar mucho sobre los personajes fuera de esa escena: “Ella es resolutiva y pragmática como una ejecutiva. Él es muy mental y con sus recursos de intelectual quiere resolver la crisis gastando el problema en charlas. Y claro, no ocurre porque hay cuestiones del amor que trascienden lo que se pueda decir”.


A finales de los noventa, el escritor inglés de origen pakistaní Hanif Kureishi sorprendió con “Intimidad”, una novela de poco más de cien páginas en las que contaba como Jay, un escritor y guionista que coqueteaba con ser el alter ego de Kureishi, decidía romper su matrimonio. “Sé que el amor es un trabajo sucio; tenés que mancharte las manos. A distancia, no sucede nada interesante. Además, hay que encontrar la distancia adecuada entre las personas. Si están demasiado cerca, te aplastan; si están demasiado lejos, te abandonan. ¿Cómo mantenerlos en la situación adecuada?”, plantea el protagonista de “Intimidad”.

“Secretos de un matrimonio” explora, veinte años después, una línea de aquella obra de Kureishi: “Queremos amor pero no queremos perder nuestra identidad”. Y plantea una paradoja: la misma cercanía que implica un matrimonio hace que toda distancia sea en realidad un asunto; algo podría estar mal y titilar como una señal de alarma todo el tiempo aun cuando las cosas de alguna forma funcionen.

En el episodio cuatro Jonathan y Mira se reencuentran para firmar el divorcio. Exploran cierta vieja conexión pero en el momento simbólico del papeleo finalmente chocan con sus impulsos corporales, casi animales. Consciente de todo lo que puede encerrar esa escena, la dramaturga Cecilia Meijide centra ahí la acción de “El amor es una mierda”, el unipersonal escrito y dirigido por ella que los viernes se puede ver en el teatro El Extranjero, del Abasto. “El divorcio es un momento clave, un acto simbólico, límite. En el matrimonio se promete un amor eterno y, de pronto, el divorcio rectifica con simple una firma que esto ya no existe”, reflexiona Meijide y sostiene que es justamente ahí cuando “quedan en evidencia algunas cuestiones del amor romántico o la letra chica”.

“Elegí escribir con humor porque me pareció clave para contar cómo durante un divorcio una persona se tiene que enfrentar a sus propias dificultades. No hay escapatoria. También surgen cuestiones nuevas sobre la personalidad, un torbellino de distintos estados y velocidades que me pareció muy rico para indagar y condimentar con humor”, cuenta la autora.


Meijide también repara en esas pasiones del final, presentes en la serie y en su obra: “Es una instancia de menos corrección política y hay ganas de cantarle las cuarenta a todos. ¿Cómo filtrarse? La protagonista de la obra se dice a sí misma que hay cosas que mejor ni decir”.

En la zona de las indeterminaciones, en el recorrido de la línea punteada que dibuja el devenir de la pasión en tedio o simplemente haciendo lugar al silencio, la ficción propone lecturas para matizar la comodidad de las explicaciones más simples y acomodaticias sobre el fin del amor.


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