“Cuando saltó la trucha y la vi, me quedé mudo”

El mendocino Manuel Linares pescó con mosca una trucha marrón de 7,3 kilos en el Limay Superior, en este paraíso neuquino cercano a Bariloche.

El viernes 27 de noviembre en el Limay Superior, el mendocino Manuel Linares pescó con mosca una trucha marrón de 7,3 kilos que midió 89×48 cm después de 25 minutos de pelea en ese paraíso neuquino. ”Fue un momento único, inolvidable. Cuando la trucha saltó y la vi, no lo podía creer, me quedé mudo. Todos en el bote nos quedamos callados, sorprendidos”, recuerda.

Era una jornada que había comenzado cargada de tristeza: por la muerte de Diego Maradona el miércoles, por el maldito virus que le arrebató a su amigo el Colo Butini el jueves. “Yo creo que esta trucha me la mando el Colo desde el cielo”, cuenta desde Godoy Cruz y acepta la invitación de contar la historia paso a paso.


Cuando el guía Mauro Ochoa confirmó que lo dejaban cruzar el puente sobre el río desde Bariloche para llegar a la bajada de las balsas y botes del lado neuquino, Manuel y sus dos compañeros de aventuras Carlos Negro Ponce y Santiago Zizzias partieron rumbo a Villa La Angostura, donde se alojaron y se sumó el guía Raúl Iturbe para un programa de tres días de flotadas.

El pique. Fotos de Mauro Ochoa.

¿Con qué panorama se encontraron? “Muy poca gente, mucho miedo, mucha gente en la lona, muy poca guita en la calle, todo recién abriendo: fuimos a comprar chocolates a las ocho de la noche y nos dijeron que éramos los primeros clientes. Ojalá que mejore pronto, hay mucha gente muy preocupada”, dice Manuel, abogado y director de la Escuela Escuela de Pesca con Mosca de Mendoza. La madrugada y tarde del miércoles hicieron unos tiros en la Boca del Correntoso. Pescó una perca. Sus compañeros un par de lindas arco iris.

Al día siguiente hicieron el tramo uno del río Limay, desde el puente a la llamada Salida de los Estudiantes, a unos 8 km. Le tocó flotar con el guía Mauro (alterna las temporadas de pesca entre la Patagonia y Noruega) y su amigo el Negro Ponce. “Metimos algunas truchas, nada especial. Sabemos cómo es el Limay: te premia y te da cachetazos para mostrar el carácter del río, para que te des cuenta de que crees que te las sabés todas y no sabés nada”, dice.

El gran momento. Mauro Ochoa, el guía, Manuel con la trucha y su amigo Santiago Zizzias.

Esa noche trazaron el plan del viernes y a la hora de elegir quién flotaba solo y tendría por eso más chances de tiros, el Negro Ponce dijo que iría en uno de los botes con el guía Raúl. En el otro, Mauro a cargo, Santiago adelante y Manuel atrás. “Me pareció bien plan, el sábado me iba a tocar ir solo a mí con él Gringo Iturbe” recuerda.

El tramo dos, el viernes, sería hasta el lugar que los guías llaman Los Pinos. El río venía muy cargado y Mauro propuso probar en un canal donde es imposible meter el bote cuando hay menos agua. Todos estuvieron de acuerdo: así tomaban las decisiones, en evaluaciones grupales.

Metieron un par de muy lindas truchas arcoíris en la corredera del 30 y almorzaron algo liviano, tarta de acelga y frutas. Un café y a seguir. Las ráfagas de viento pegaban duro, la temperatura no superaba los 9°C, de a ratos aparecía el sol, de a ratos se nublaba y caían algunas gotitas.

Durante el almuerzo Mauro sugirió cambiar la línea de hundimiento. Manuel, además, cambió el leader, es decir lo que une la línea con la mosca.
“¿Y de mosca que te parece?”, le preguntó al guía. “Buscaría un conejo verde”, fue la respuesta. Abrió la caja y eligió la Rabbit de ese color en anzuelo 4 “Con eso me mandé”, relata.

Volvieron al Limay y siguieron hasta el final de una corredera donde se presentaban dos canales entre los sauces. Raúl y el Negro tomaron el de la derecha. Manuel, Santiago y Mauro, el de la izquierda. “Hay que aprovechar, acá solo se puede entrar con este nivel de agua”, explicaba Mauro. “La pasada era chica, la manejó bien, con muñeca, metió el bote Mckenzie, que es hecho en la Argentina, sin problemas”, dice Manuel.

El punto exacto de la pesca.

“Eran las 14.45. El canal era profundo, debía tener más de dos metros de profundidad. Logré meter un tiro interesante para que la mosca profundizara inmediatamente. De cada 10 me saldrán dos así. Y tuve la suerte de que fue uno de esos. Cuando sentí el tirón pareció que tenía un dogo del otro lado. Mauro mantuvo el bote en el lugar con los remos. La trucha pegó un borbollón sin mostrarse. Hizo una corrida importante y habrá sacado toda la línea y parte del backing hasta que se frenó», relata.

«Cuando comencé a traerla pegó tres saltos. Cuando la vimos nos paralizamos, esto era otra cosa. Mauro arrimó el bote a la orilla de Neuquén para pelear mejor ese pedazo de trucha. Mauro se metió al agua hasta la cintura, lo que no es usual, y se quedó quieto como una estatua para que no se asustara. Con mucha tranquilidad y sangre fría una vez que logramos traerla cerca del bote, hundió el copo primero y lo posicionó por debajo de la trucha sin que se diera cuenta y levantó el copo suavemente y la metió en la red. Fue un momento sublime. Algo histórico para mí: llevo años pescando en Limay y saqué muy buenas truchas hasta de cinco kilos y por eso vuelvo. Pero esto otra cosa, se salía de escala”, agrega.

Después de la devolución como les enseñó el maestro Chiche Aracena (sin manipularla para adelante y para atrás, cubriéndole los ojos y descubriéndolos en forma lenta, soltando la aleta caudal muy suave) la vieron volver despacio al mismo lugar donde picó, el mejor indicio de que se había recuperado bien. Mauro estimó que se trataba de un ejemplar macho migratorio que probablemente habría ingresado al río desde el lago Nahuel Huapi un mes y medio atrás. De ahí siguieron rumbo al punto de encuentro con el otro bote. “Muchachos, esto lo manejo yo”, dijo Manuel y se puso la mosca Rabbit en la gorra.

La banda. Manuel, Mauro, Santiago, Raúl y el Negro.

“Y, ¿qué tal?”, preguntó. “Bien, bien, lindo, metimos tres buenos peces”, contestó el Negro, que miraba extrañado el conejo verde y le preguntó qué pasó. “No, estuvo duro, complicado, me di un moscazo”, respondió. Igual algo sacamos”, agregó.

Entonces Mauro mostró la foto de ese misil en el Limay. “Es grande esta…”, dijo el Negro. A primera vista él y Ricardo no advirtieron que detrás de la trucha estaba Manuel. En la segunda mirada, sí. Entonces vinieron los abrazos, las sonrisas y un habano para celebrar en grupo.

“Después de eso no pesqué más”, cuenta Manuel y explica que quedó en un estado zen que todavía le dura. Eso sí, cada tanto mira al cielo y se acuerda del Diego y del querido Colo que le mandó esta trucha inolvidable.


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