Es la sociedad entera la que educa

Isabel Mansione * y Diana Zac **

Somos seres sociales y, como tales, producto de la cultura que nos atraviesa e intangiblemente forma nuestra subjetividad. Desde esta perspectiva es la sociedad entera la que educa ya que educan la calle, el barrio, la gente, y todos compartimos esta responsabilidad de educar transmitiendo las lógicas de cada época que incluyen los modos de identificar y resolver problemas, de cuidar/descuidar la vida, de reflexionar sobre nosotros y los otros.


La sociedad le delega a la escuela gran parte de esa responsabilidad, quedando visibilizada como la que acierta o se equivoca.
Sin embargo, nos conmueve por lo querida, bien recordada, y todo lo que se espera de ella, más evidente en esta pandemia. No faltan anécdotas escolares en las que anidan la pasión, el goce, el desafío, la esperanza y también aquello que nos dolió durante el crecimiento.


La escuela atesora una sabiduría recibida en custodia para mantenerla viva, renovándola. Esta vitalidad depende en parte de los docentes que contribuyen con gran profesionalismo al desarrollo del ser humano. Tienen en sus manos enormes posibilidades: pueden llegar a un niño, a un joven, a las familias, y su labor trasciende los límites de la escuela. Muchas veces dejan en el otro un legado de amor al conocimiento y un modo de relación con éste.


La tarea docente propone una especial “intimidad” definida por el compromiso emocional en un encuentro de confianza y amor con el otro, que, aunque tenga desencuentros, puede hacer más grato y significativo el día a día de la existencia.


El trabajo docente compromete muchas horas sosteniendo un grupo, lo que implica un plus de esfuerzo para mantenerse cómodo y hacer sentir cómodos a sus alumnos. Más aun en pandemia en que la escuela debió aprender rápidamente a trabajar con tecnología muy actualizada y con didáctica a distancia. El acceso a los recursos técnicos y económicos dio forma a los modos de enseñanza y aprendizaje en este contexto, marcando diferencias y desigualdades que la escuela presencial había logrado en parte neutralizar.


Este contexto complejo no debiera erigirse en obstáculo, sino ser considerado un desafío donde en general hay algo posible de hacer o resolver. Esto aplica para todos los estamentos de la sociedad. Siendo la sociedad entera la que educa, hace falta trabajar en pos de construir un sostén colectivo entre las organizaciones de la comunidad. Esto puede ser el legado de la pandemia, que contribuye a no desertar de pensar en conjunto y solidariamente los problemas, los grupos y las personas para construir un futuro diferente.


La pandemia puso en evidencia la importancia de la búsqueda de la verdad, imprescindible para el crecimiento de la subjetividad en salud. Hemos padecido de sobreinformación intoxicante, que contribuyó al malestar social y a incrementar estados de angustia y ansiedad en muchas personas. Sabemos lo frecuente que resulta encontrarse con mentiras, ocultamientos y manipulaciones en la sociedad y es labor de todos los cuidadores y educadores estar atentos a la adulteración que esto provoca en la niñez y la juventud.


La educación puede sanar en la medida que contrarreste estas expresiones de la “crueldad” cotidiana. La escuela ha sido y es un amortiguador de esa crueldad, promoviendo comunicación y pensamiento allí donde hubo acciones dañinas para la mente.


Los problemas comunitarios no se solucionan con respuestas individuales ni esporádicas, sino con proyectos colectivos y duraderos.



Suele decirse que los niños y jóvenes representan el futuro de la humanidad. Proponemos a los adultos desplegar todo el entusiasmo del que sean capaces para enseñar y aprender cuidando la honestidad y la ética.
Educar siempre implica conflicto porque significa salir de un lugar de bienestar hacia la incertidumbre para poder construir conocimiento. En el club, la escuela, la casa, el proceso de enseñar y aprender implica un choque de proyectos, que podemos ver en el acto de alimentación del bebé, cuando el niño desea jugar/explorar el mundo y el proyecto de la mamá es alimentarlo. Esta es la matriz de la educación en todos los ámbitos porque la educación es transformación en vínculo, es cambio, y esto siempre causa resistencia y hace falta tomar en cuenta las necesidades de las dos partes.


Para cumplir esta misión, necesitamos adultos con pasión por lo que hacen, pensadores estratégicos acerca de qué se puede hacer y conscientes, pero no paralizados, con lo que, por el momento, no se puede hacer. No solo para cuidar a los niños y jóvenes, sino para cuidar su propia salud y vocación. O sea, necesitamos “expertos en crecer en deseos de enseñar y de aprender”. No solo en la escuela, sino en todas las instituciones de la sociedad.


Los problemas comunitarios no se solucionan con respuestas individuales ni esporádicas, sino con proyectos colectivos y duraderos que dan resultado si se sostienen con la colaboración de la comunidad ampliada.
Desde esta perspectiva pensamos que cuando en la escuela se externaliza un conflicto es porque se espera de ella que sea un interlocutor inteligente y capaz de comprender. La escuela es un escenario donde un joven, un niño o un maestro se expresan, aún de manera equivocada o con violencia, porque se espera que allí alguien esté presente en el lugar que se lo necesita, escuche y ayude a resolver. Hay que trabajar intensamente con lo que dicen los niños, jóvenes y adultos, porque ellos saben bien qué necesitan y este es el punto de partida para hacer prevención de los episodios críticos que se presenten en la escuela presencial o virtual.


También hay satisfacciones en la vida de las escuelas como tener presencia y dejar huella no solo en sus alumnos, sino en las familias, aunque se le reclama que sea más confortable. Para esto se ha observado e investigado a sí misma y procura transformar una cultura del “deber ser” para constituirse en un lugar donde “equivocarse sin temor”, para pensar en compañía de un adulto que no abandone, aunque esté en desacuerdo.


En algunas culturas escolares se ha logrado incluir la emocionalidad como contenido transversal. Su represión podía conducir a la formación de una falsa personalidad para mostrar al adulto y entonces quedar privado de la libertad de ser como se es. Aprender a registrar la emocionalidad, nombrarla e instrumentarla permite transformarla en pensamientos y en comunicación y actuar de manera irreflexiva. Con esta herramienta abordamos un tipo especial de marginación, la que deviene de la ausencia de un adecuado sostén vincular y de una sana autoridad.

* Psicoanalista.
** Psiquiatra, psicoanalista – coordinadora del proyecto binacional Educreando (Argentina e Italia)  
Ambas miembro de Apdeba /IPA/ Fepal 


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