Lecturas: “El nadador en el mar secreto”

El pequeño libro, de apenas 73 páginas, y de un autor prácticamente desconocido -William Kotzwinkle-, es una verdadera joya escrita en 1975 y recuperada por China Editora. Una joya triste, porque de una manera tan poética como ascética, narra un drama.

Es el año 1975. Es invierno. William Kotzwinkle acaba de vivir una tragedia. Arropado en esa tristeza infinita se encierra a escribir. Escribe como poseído, de un tirón, para no olvidar, o para exorcizar tanta pena. Sale de su estudio y lleva el texto a una revista. La revista lo publica porque el señor es un escritor muy conocido de literatura fantástica e infantil. Pero lo que tiene entre manos nos es infantil ni es fantástico. Es un instante de su propia vida, y es tristísima.


La revista recibe muchas cartas de lectores. Más que nunca por ningún otro texto. Pero al cabo de pocos meses cae en el olvido.

Por alguna razón, lo reeditan en 2010. No pasa mucho con el libro. Pero en 2012, el escritor inglés Ian McEwan, y como parte de un diálogo entre los protagonistas de la novela de espionaje “Operación dulce”, lo menciona . En la belleza de este pequeño libro es en lo único en que están de acuerdo los dos personajes del libro de McEwan. (“Tom lo consideraba un libro bello, a mí me parecía sabio y triste”, dicen sus protagonistas sobre “El nadador…”).

Y entonces Kotzwinkle tiene su tercer y perfecto reconocimiento. Y cuando un libro así es redescubierto (y por tercera vez), uno se siente ante un verdadero tesoro.

“El nadador en el mar secreto” abarca unas pocas horas de la vida de Laski y Diana, su mujer embarazada, que rompe bolsa en la primera línea del libro. La narración comienza con la travesía que tiene que hacer esta joven pareja , que vive en una casa alejada de la gran ciudad, en medio de un bosque, para dar a luz a su primer hijo. Y termina muy mal.


Aunque ahora sabemos que lo que narra Kotzwinkle es lo que le sucedió a él -a ellos- en ese espacio temporal que marcó su vida, la pequeña novela está escrita en tercera persona. Y el libro entero es todo una proeza del lenguaje, del uso de las palabras, porque no hay regodeo en el dolor, ni términos que hundan más el dedo en la llaga.

El resultado es un texto sobrio, ascético, contenido, que se limita a narrar paso a paso lo que ocurrió; a reconstruir los hechos con esa crudeza que sólo un cronista entrenado podría lograr. “Solo tenía que escribir lo que pasó de la manera que sabía”, explicó en su momento Kotzwinkle, “y eso implicaba una prosa sencilla y clara”.

El efecto es desgarrador, de una tristeza profunda, de esas que quedan impresas varios días después; que uno recrea mientras está haciendo cualquier otra cosa; y que, quizás, se queden incluso muchos años después, como esos grandes libros que logran corporizarse y volverse parte de nuestra memoria.

“Fue un acto de desesperación. Escribí ese libro con lágrimas en los ojos desde la primera a la última página”, contó él mucho después, cuando el libro fue reimpreso y tuvo una nueva vida.


Al final del libro, editado en la Argentina por China Editora, hay un texto más, una coda, que reproduce parte de una nota sobre el libro y una entrevista al autor, publicada por el suplemento El Cultural del diario “El País. Allí, Koztwinkle dice: “Mi mundo quedó aplastado, desgarrado por la mitad”, dice el escritor al recordar las circunstancias en que escribió este libro que nunca más volvió a leer. Pero, añade, que la historia de algún modo habita en él, que es un libro que, pese a estar escrito hace treinta años, siempre ha tenido en la cabeza. Más que un libro, apunta, “es un recuerdo”. “La historia continúa viva en mí. No he releído el libro, pero lo que ocurrió se escribió en mí, en mi alma. En ese sentido, siempre he estado leyendo y releyendo este libro”.

Sé que toda esta introducción puede jugarle en contra este pequeño y delicado texto. Pero no debería.

Ya lo dijo Franz Kafka, en una carta que escribió en 1907: “Pienso que sólo debemos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo? (…) Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos (…). Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”.

“El nadador en el mar secreto” tiene ese filo y con una sutileza igualmente lacerante, y poética, rompe todos los mares helados.


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios